Con fuerte anclaje en la situación de Rosario, el discurso del presidente de la Corte abordó cuestiones del funcionamiento de la Justicia que requieren reformas estructurales y culturales.
El presidente de la Corte, Daniel Erbetta, durante el discurso en Rosario. Crédito: Marcelo Manera
Lejos de circunscribirse a la formalidad impuesta por el calendario, o al habitual (y también necesario) recuento de obras realizadas, proyectos en marcha y demandas por vacantes o leyes pendientes, el discurso de apertura del año judicial estuvo en esta ocasión plagado de significados. En algunos casos, por la coincidencia con episodios coyunturales de fuerte carga efectiva y simbólica, en otros por el firme anclaje de las coordenadas "de fondo" establecidas en necesidades y demandas de rigurosa actualidad.
En primer término, la elección de la sede del acto. Si bien no es la primera vez que la ceremonia se lleva a cabo en Rosario, el presidente de la Corte, Daniel Erbetta, explicitó que en este caso se la hizo allí como una forma de "poner el cuerpo" en el lugar más candente de la provincia en la actualidad.
Precisamente, la situación de Rosario fue abordada con detenimiento por el jurista, en consonancia con las numerosas oportunidades en que abordó esa problemática en declaraciones periodísticas o reuniones institucionales. Lo hizo con datos estadísticos, para a la vez pararse allí para plantear la necesidad del debate sobre la estructura y el funcionamiento del Poder Judicial, y también con una exhortación a la labor conjunta y coordinada de los tres poderes, como colorario de previos desarrollos acerca de los roles e incumbencias de cada uno de ellos. Y lo remató con una frase alentadora, que a la vez también fue leída como una respuesta a los dichos del ministro de Seguridad de la Nación, al dejar en claro que "no hay nada perdido" en la batalla contra el narcotráfico.
Pero en otros tramos del discurso, Erbetta aludió también, en el marco de una problemática profunda y compleja que aqueja al funcionamiento de la Justicia (y de las instituciones de la democracia en general), a "la pretensión de colonización de sectores del Poder Judicial para convertirlo en un campo de lucha político partidaria y fenómenos de patología institucional que han potenciado especialmente a nivel federal, la judicialización de la política y la politización de la justicia"; en una de sus numerosas citas al papa Francisco.
En una llamativa coincidencia, pocas horas antes se conoció el dictamen del Procurador General contra el fallo de la Corte santafesina que avaló los fueros del senador Armando Traferri, en el marco de su disputa con los fiscales que intentan llamarlo a audiencia imputativa. Si el máximo tribunal nacional sigue el criterio sugerido por el funcionario, eso operará como un fuerte cimbronazo. No sólo para la Corte santafesina, sino para el propio sistema judicial e incluso el diseño constitucional de la inmunidad de los legisladores en la provincia, que hoy por hoy tiene mayor alcance que el de los miembros del Congreso. A la vez, Erbetta fue el único que votó en disidencia ese fallo, aunque los demás ministros lo dictaron con fundamentos discrepantes.
Para completar el círculo, y ya al margen de las sutilezas de la interpretación jurídica, el propio Traferri le puso el broche final a su participación en el acto, increpando duramente a la salida a uno de los fiscales que busca imputarlo.
Para finalizar, buena parte de la alocución del presidente de la Corte estuvo dirigida a cuestionar fuertemente el funcionamiento de la Justicia y la necesidad de llevar adelante cambios profundos, incluso culturales (e incluyendo una exhortación a los profesionales), en la manera en que se abordan y gestionan audiencias, trámites, comparecencias y decisiones colegiadas, y cómo se dan a conocer; incluyendo una crítica referencia al accionar de los medios de comunicación. Una vez más, cuestiones estructurales y de fondo. Pero que no pudieron dejar de ser leídas al calor de las coyunturas.
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