"De la conducta de cada uno depende el destino de todos". Alejandro Magno
Es marzo y como es costumbre, empezaron las clases. Con un cierto tufillo de indiferencia, nuestros chicos enfilaron –sin hacer fila– a la escuela, equipados con los enseres de las medidas preventivas impuestas a sus respectivas burbujas.
"De la conducta de cada uno depende el destino de todos". Alejandro Magno
Ya estamos, es otoño, comienza esa estación que está muy emparentada a los aromas, a los primeros resfriados; alguna que otra gripe y actualmente el ya usual Covid19. El otoño se me traduce en mis recuerdos en forma de partículas olorosas; las primeras remembranzas de mi memoria olfativa me transportan al olor matinal del café con leche (en realidad una especie de lágrima, era todo un tazón de leche apenas ensuciado con café) y tostadas recién hechas con manteca espolvoreada con azúcar; no sé de quién fue ese invento, pero era maravilloso, "ensopar" la tostada en la azucarera, casi como un acto subversivo, extralimitado, una delicia gastronómica de dudoso valor y poco equilibrio nutricional. Eran los tiempos en que la leche era solamente leche, que venía en sachet o botella de vidrio y que tenía como únicas propiedades la de ser entera o descremada; que el yogurt solo se diferenciaba por sabores y el café era simplemente café molido o instantáneo. El olor a las primeras sopas, a la sopa del puchero saturada de vegetales, ese calorcito a hogar, a bienvenida, a abrazo maternal. Otro aroma que me activa el cerebro es el de las hojas quemadas. Este recuerdo es bidimensional, porque no es solamente aroma, también es sonido; el incesante y monótono rasgar de las escobas arañando las veredas bien temprano en la mañana o al despuntar la tardecita casi noche. El olor de las escuelas: el aula y su tan característico aroma a lápices, crayones y tizas que dan esa mixtura tan particular y que tan grabada nos quedó en el subconsciente. Ya de adulto, el solo hecho de entrar a un aula me genera una catarata de sensaciones que se activan en el preciso momento en que su aroma llega hasta mí, ese vacío en la panza de domingo por la noche cuando sabíamos que al otro día debíamos ir a la escuela y que la tarea durmió todo el fin de semana en el cuaderno sin abrir. Ahora el aroma es otro, el aroma está filtrado por barbijos y entumecidos de alcohol al 70 por ciento.
Es marzo y como es costumbre, empezaron las clases. Con un cierto tufillo de indiferencia, nuestros chicos enfilaron –sin hacer las clásicas filas con distancia, pero sí con distanciamiento social– equipados con los enseres de las medidas preventivas impuestas a sus respectivas burbujas. Volvieron las clases presenciales, serán jornadas acotadas y con alternancia semanal. Acostumbrándonos casi sin darnos cuenta a nuestra nueva normalidad, nos vamos habituando a lo impensado hace sólo un poco más de año atrás, cuando la pandemia era una cosa lejana, fuera de nuestros límites de frontera. Después de ese extenso "casi recreo" en el cual maestros y profesores junto a nuestros chicos tuvieron que aprender en conjunto eso de interactuar separados por una pantalla, tendrán que verse ahora apenas un par de horitas y con un largo recreo que será implementado para higienizar y ventilar los espacios comunes. Apenas un puñado de días después de que aquí comenzaron las clases, vemos que en algunos lugares del mundo -como por ejemplo Hungría, en algunas regiones de Italia, o en un país que sentimos tan nuestro, tan cercano como Uruguay-, están suspendiendo la obligatoriedad de las clases presenciales. Tenemos la buena suerte -¿buena suerte?- de contar con el diario de mañana, tenemos en nuestras manos las noticias de lo que vendrá. Y lo que viene no son precisamente buenas noticias. Se sabe, lo sabemos de antemano, la cosa va a venir complicada.
Los santafesinos nos quejamos siempre del agobiante calor… ¿Cuándo va a venir el frío? Fue el hit del verano que se fue hace unos minutos. Si bien no es mucho el frío que llega por estos lares, cuando el calor se hace a un costado, respiramos aliviados, hasta que nos engripamos.
Mucho barbijo, mucho alcohol, poco distanciamiento, vacunas para todos que llegan en pequeñas dosis y... ¡llegó el frío! Ese que tanto queremos aquellos que sufrimos el calor. Sin embargo, desde el país del calor, de la sangre caliente, de la samba y la alegría, llegan noticias para nada alentadoras. Los informes de la variante de Covid19 de Manaos, quitan la respiración. Con un alto índice de contagio y mortalidad, vemos con estupor las imágenes y los testimonios que nos llegan a través de los noticieros. La inercia y el desdén que tuvo el presidente brasilero Jair Bolsonaro desde el principio de la pandemia nos puso en un lugar riesgoso en la región. La segunda ola no es una plácida cresta, es más bien un tsunami arrollador. Noticia fresca, en estos momentos se está viendo si en Rosario se detectan dos posibles casos de esta cepa, sumado al caso positivo de Córdoba. Ya está aquí, la tenemos en el patio trasero y en nuestro vecino… ¿y ahora? ¿Quién podrá defendernos? Si ni siquiera el Chavo está en la tele…
Lo que estuvo en la tele, casi 24 horas los últimos días, fue el suceso de "M". Ella fue la representación física de ese país que no miramos, el país que no nos gusta ver, ese país que sabemos que existe pero que evitamos mirar a los ojos. Casi pornográficamente las imágenes se multiplicaron con total desfachatez y absoluta impunidad. Observábamos cómo un adulto se llevaba a una nena de 7 años, impúdicamente, con la tranquilidad y la frialdad de un asesino en las sombras, pero a la vista de todos y a la luz del día. La historia, esa historia que a partir de hoy va a empezar a escribirse en las páginas de los diarios, terminó bien, pero somos conscientes de que no todas las historias tienen finales felices, mucho más sabiendo que ese mundo invisible (el que no queremos ver) está ahí, a la vuelta de la esquina, a la salida de un cajero, en la escalera de entrada de una casa abandonada, donde los cartones disimulan la miseria de quien se quita el frío con el calor de la basura. Cantan los Redondos de Ricota: "El tango que ocultamos mejor (del que preferimos no hablar) es el que nos tiene narcotizados"
Y así estamos, así venimos; mientras unos esperan el segundo tiempo de un partido que todos sabemos cómo va a terminar, el ahora y el tiempo que vendrá no vienen precedidos de buenos augurios.
Muta, cambia, se transforma; el virus que se disfraza de nueva cepa es tanto o más dañino que el original. Se parece, pero no es igual. Así y todo, amigos/as, queridos/as lectores/as, nos seguimos acostumbrando y normalizando a nuevas conductas. Para decirlo de otro modo, acostumbrándonos a la anormalidad. Porque como todo ser biológico, nosotros también nos transformamos, cambiamos, mutamos. Vivimos ¡bah!
Es otoño, comienza esa estación que está muy emparentada a los aromas... El olor de las escuelas: el aula y su tan característico aroma a lápices, crayones y tizas que dan esa mixtura tan particular y que tan grabada nos quedó en el subconsciente.
Tenemos la buena suerte -¿buena suerte?- de contar con el diario de mañana, tenemos en nuestras manos las noticias de lo que vendrá. Y lo que viene no son precisamente buenas noticias. Se sabe, lo sabemos de antemano, la cosa va a estar complicada.