"Porque me duele si me quedo; pero me muero si me voy" canta María Elena Walsh. ¿Por qué vivir en un país que nos tiene saltando de la sartén a las brasas? ¿Cuántas veces votamos "al menos mentiroso de todos'' o al que "roba pero hace"? ¿Cuántas veces elegimos entre Mandinga o El Diablo? En un caso u otro, el destino final es siempre el infierno; infiernos con más o menos llamas, con más o menos inflación, con más o menos devaluación, con más o menos pobreza, con más o menos atraso.
¿Duele quedarse? ¿Nos duele Argentina? ¿Por qué quedarnos en un país que todos los días nos golpea si podemos "tomarnos el buque" o el avión en Ezeiza? Se me ocurre la comparación con el marido golpeador: tenía una vecina que todos los días aparecía con un ojo negro, un diente menos o marcas de cintazos en los brazos. Cada vez que mi madre la veía, le decía que se alejara de ese hombre porque, un día, la iba a matar.
Nuestra averiada vecina sostenía que ella amaba a su esposo, que "él es así"; "es su forma de mostrarme su cariño"; "él no es malo";" le tengo que tener paciencia"; "ya va cambiar… si me alejara, o él me dejara, perdería una parte significativa de mi vida". ¡La vida es una sola! Si ya probaste, insististe, volviste a probar y a insistir y, del otro lado, no hay respuesta… Si sembraste en tierra yerma y -encima- te "pisotean" los campos con marchas y contramarchas, con impuestazos, con abusos sindicales, con robos, o con gestión negligente…
¿Entonces, por qué seguir apostando al caballo equivocado? Si este matrimonio ciudadano-país no "funca" ni "funcó", tal vez sería conveniente pedir el divorcio o la nulidad del vínculo. ¿Che, y si no tengo la posibilidad de irme? ¿Si no tengo pasaporte extranjero? ¿Si no me dan las tabas? ¿Si no puedo -muy "livianamente"- arrancar y trasplantar, a nuevos bosques, este árbol añejo, ramificado, de tronco duro y raíces profundas?
La vida en el "Pueblo blanco"
La Polaca se acuerda de cuando cantaba tangos en Europa. Me cuenta que estaba bien; tenía pasaporte comunitario, hacía lo que le gustaba y no pasaba urgencias con el bolsillo cargado de euros. Ahora, en Santa Fe, añora la calma del Viejo Continente; tiene tres hijos que ama y -aunque especula- ya no le resulta tan fácil pegar el volantazo. Llora, mientras me cuenta y canta: "Es como la fábula de la ranita en la olla: el bicho aguanta mientras la temperatura del agua sube; cuando llega el punto del hervor, ya es tarde, no hay reacción, el animal no puede saltar para evadir su final. Como en el tango, regresé a la Argentina por esa nostalgia de lejana tierra mía; por el temor de volver con la frente marchita; volví con la ilusión de abrazar a mi Santa Fe querido y para que 'no haya más penas ni olvidos'... Pero, me equivoqué. Sí, me equivoqué".
"Acá canto por migajas porque los artistas nunca han sido apropiadamente valorados: ¡Si un plomero arregla una canilla, gana cien veces más que yo en un show! Para solventar gastos, trabajo para una ONG con un ingreso esquelético y cuento monedas para llegar a fin de mes. Tuve muchas señales para regresar a Europa y las dejé pasar… Si podés, andate. Ya sé: soy fiel a mi destino de tango y vivo en una queja; practico a la perfección nuestro deporte nacional: quejarnos sin fin. Para mí, Argentina o, mejor dicho, Santa Fe me hacen acordar al 'Pueblo blanco' de Serrat".
"¿Conocés la canción? Dice: "Escapad gente tierna,/ que esta tierra está enferma, y no esperes mañana/ lo que no te dio ayer,/ que no hay nada que hacer./ Toma tu mula, tu hembra y tu arreo./ Sigue el camino del pueblo hebreo/ y busca otra luna./ Tal vez mañana sonría la fortuna./ Y si te toca llorar/ es mejor frente al mar./ Si yo pudiera unirme/ a un vuelo de palomas,/ y atravesando lomas/ dejar mi pueblo atrás,/ juro por lo que fui/ que me iría de aquí.../ Pero los muertos están en cautiverio/ y no nos dejan salir del cementerio". Y así, vivimos envueltos en una profecía autocumplida: los padres crían a sus hijos mientras maldicen al país y los convencen de que es mejor irse porque estamos mal y estaremos peor".
"Por todo y a pesar de todo,…"
"... Mi amor, yo quiero vivir en vos". Con su sabiduría de la calle y su histrionismo de actor, mi amigo Charlie me explica que vivir en Sudamérica implica elegir una "discapacidad": "Imaginate que estás en una sala de espera y tenés que elegir en qué parte de América del Sur vas a vivir; te pasan un menú de opciones: en Chile, te amputan la pata izquierda; en Brasil, te cortan el brazo derecho; en Bolivia, te dejan tuerto de un ojo; en Uruguay, te dejan sordo de una oreja; en nuestro país, te arrancan la lengua o -¡peor!- te cortan las pelotas. Sábato decía que es insalubre ser Argentino y eso podría hacerse extensible al resto del continente"
Lo cierto es que, en Argentina, nos hemos resignado a vivir mal: si hay un bache, lo esquivamos en lugar de taparlo; si los chicos no tuvieron un ritmo adecuado de clases durante la etapa dura de la pandemia, en lugar de educarlos, preferimos promoverlos de año aunque no sepan leer ni escribir; si abundan los cartoneros o los trapitos, en lugar de darles la oportunidad de acceder a un trabajo formal (con jubilación, obra social, vacaciones, etc), surgen proyectos insólitos que procuran "maquillar" esa informalidad antes que transformarla.
Si aumenta el número de gente en situación de calle: ¿Les vamos a dar carpas en lugar de una vivienda digna? Diariamente, creo que hacemos la gran INDEC de Pinocho: ¿Los números de la indigencia asustan? ¿La inflación galopa a paso firme y la pobreza nos sopla la nuca? Entonces: ¡Retocamos esas cifras para no ver la realidad! Como si la magia o el consuelo pasaran por convencernos, con mucho chamuyo, de que "estamos mal pero vamos bien".
Esto me hace acordar a una anécdota que cuenta Aguinis en "El atroz encanto de ser argentinos": "En cada ciudad, Jacinto Benavente fue interrogado sobre la Argentina. Era una obsesión develar el punto de vista de este extranjero que se había vuelto tan famoso. Cuando llegó al puerto, disparó un cañonazo: 'Armen la única palabra posible con las letras que componen la palabra argentino'. Su figura ya no estaba a la vista cuando los que lo habían escuchado pudieron descifrar el acertijo. La única palabra que se construye con las letras de argentino es ignorante".
¿Será exagerado? Tal vez no, si consideramos la ignorancia como la carencia de conocimientos o información, tanto a nivel general como específico; o como el hecho de no poder o no querer ver la realidad con claridad; o como la actitud de los monitos que se tapan la boca, los ojos y las orejas para disimular infructuosamente que la palmera se les cae encima; o como el proceder de aquellos fanáticos militantes que siguen al capitán del Titanic con la convicción de que van por buen rumbo, de que son indestructibles y de que van a fracturar el iceberg sin siquiera despeinarse.
Vivir inundados
El pasado 29 de abril se cumplieron diecinueve años de la inundación de Santa Fe. Hagamos memoria: veníamos cacheteados por la crisis del 2001 y, encima, dos años después, la ciudad quedó anegada por el desborde del Salado. Es decir, cuando pensábamos que nos estábamos recuperando del "corralito", de los efectos de la herencia menemista, de las pifias de la Alianza, de los cinco presidentes en una semana, de la pesificación de los ahorros en dólares, de los cacelorazos, de los saqueos a los supermercados…
Cuando la ilusión de la mejoría asomaba, la ciudad de Santa Fe quedó convertida en un mar. ¿Y por qué nos inundamos? ¡Porque la defensa oeste de la ciudad había sido inaugurada pero estaba incompleta! ¡Porque teníamos alertas de una crecida inédita pero no se tomaron medidas para contrarrestar el riesgo inminente! ¡Porque estábamos en medio de la campaña política!
¡Porque teníamos que completar las elecciones y asegurar el traspaso de mando entre aliados partidarios! Y, encima, al efecto destructor del agua, se sumó la negligencia de nuestros dirigentes que -muy sueltos de cuerpo- decían por aquel entonces: "A mí nadie me avisó" o "Al vecino que habla de la zona sur, le digo que no tenemos problemas en la casabomba Nº 1. Todo el barrio Centenario, Chalet, San Lorenzo, El Arenal, no va a tener ningún tipo de inconveniente. El suroeste de la ciudad no va a tener problemas".
¡Santo Dios! ¡Santo Poseidón! Por todo esto y mucho más, como decía Tato Bores: "Todo argentino merece ser indemnizado antes de nacer". ¡Se fue el agua pero seguimos inundados por problemas y vicios de vieja data que merecen ser arrancados de cuajo porque nos están asfixiando! El Salado nos dejó muchas lecciones: la primera, nadie se salva solo y no hay que esperar a que el agua nos llegue al cuello para reaccionar.
Finalmente, como si todo esto fuera una gran ironía, me pregunto: ¿Qué clase de monumento le queremos hacer al Lole? Tengo interesantes ideas para aportar. Por empezar, que su estatua de "gran conductor'' sostenga un cartel que diga: "¡Yo, argentino!"