I
I
El fútbol no me hace perder el sueño, pero me gusta ver un partido y en particular, durante los mundiales, mi identificación con Argentina es completa. Estoy vacunado contra el nacionalismo y cualquiera de las versiones patrioteras, pero soy argentino y la ocasión me permite afirmar esa identidad. No pretendo que un campeonato del mundo arregle nuestros problemas crónicos, pero admito que una victoria nos produce un instante de felicidad, nos constituye en un vínculo que diferentes teóricos han denominado con la palabra "nación", un sentido de pertenencia en un pasado común y un paisaje. En un campeonato mundial de fútbol -y esto solo ocurre con el fútbol- la Argentina está unida. En bares, en livings, en clubes, en esquinas, todos los argentinos, por lo menos una inmensa mayoría, miró el partido contra Croacia. Allí no hubo distinciones políticas, sociales, culturales. Por un instante, por un brevísimo instante todos somos argentinos. Hasta allí llega la magia del fútbol. Pretender más es iluso cuando no tramposo. La pasión por Argentina es popular, desbordante, pero empieza y termina. Inútil intentar manipularla, suponer que un triunfo deportivo cambie el destino de un gobierno o justifique sus errores. La unanimidad que despierta un triunfo deportivo argentino empieza y termina con el partido. Al otro día las diferencias, los conflictos, las carencias, las injusticias. La Argentina real en definitiva. Fin de fiesta. Y así como es un error pretender prolongar la fiesta, es también un error desconocer la plenitud de una fiesta.
II
Por razones personales viajé de Buenos Aires a Santa Fe el día del partido contra Croacia. Salí de Buenos Aires después del mediodía y a las tres de la tarde, a la altura de Zárate, la ruta estaba casi desierta. Mi plan era parar en una estación de servicio y ver el primer tiempo. Así lo hice. Más o menos a la altura de San Pedro. El bar estaba desbordado de gente. Camioneros, viajantes, turistas, parejas de novios. Todos siguiendo las peripecias del partido. El "todos" incluye al personal de la estación de servicio y del bar. Un estallido jubiloso festejó el penal que Messi convirtió. Dos camiones que pasaban por la ruta nos saludaban con bocinazos. El segundo gol contó con la misma euforia. Todo raro. Para mí por lo menos. Hablé con gente que supongo que nunca más hablaré en mi vida. Ni ellos sabían quién soy ni yo sabía quiénes eran ellos. El anonimato de ser argentino. Abandonarse a ese anonimato. El fútbol produce estos milagros. Breves, pero felices. El segundo tiempo lo vi en una estación de servicio cerca de San Nicolás. Ya había empezado, pero vi el tercer gol argentino. La platea era exactamente la misma. Y el entusiasmo, idéntico. Terminó el partido y se rompió la magia. Cada uno regresó a lo suyo. Los camioneros a sus camiones, los viajantes a sus autos, los turistas a sus mapas. La unanimidad estaba rota, dispersa. El próximo domingo volverá a forjarse. La magia se rompió, pero la gente estaba contenta. A no sobreestimar esta alegría, pero tampoco subestimarla. Que estemos felices porque Argentina sea finalista en el mundial no quiere decir que nos olvidemos de todo. Además, con esa felicidad no le hacemos daño a nadie. Es inocente, es plena y a su manera es pura. Una confesión me sea permitida: no soy hincha, soy muy crítico del fútbol como negocio, pero al mismo tiempo debo admitir en voz baja que esa alegría, esa pasión que despierta un gol argentino me emociona. No me pongo a llorar ni nada por el estilo, pero no soy insensible a ese instante de alegría popular.
III
Seguí en ruta rumbo a Santa Fe. Con la radio prendida. La única que pude conectar fue la AM de Madres de Plaza de Mayo. Pensé apagarla, pero decidí escucharlos, conocer lo que dicen, como elaboran este momento. Durante más de dos horas escuché a los diversos periodistas de esa radio. Tengo los años necesarios como para escucharlos a ellos y a peores que ellos sin alterarme. Es más, a veces me gusta escucharlos porque por un motivo u otro me ayudan a pensar. Por supuesto que festejaban el triunfo argentino. En ese punto, ninguna diferencia. Después empezaron las consideraciones. Se impone un seleccionado que valora el trabajo colectivo y rechaza la meritocracia. Al criterio de la derecha, de que todos jueguen para el ídolo, acá se logró que todos jueguen para todos. ¿Les quedó claro? Comenzaron las ponderaciones a Messi. Por su calidad de futbolista, pero sobre todo porque la derecha está furiosa con él porque cada vez se parece más a Maradona. Qué tal Pascual. Una columnista teorizó acerca de la "metonimia" del fútbol; su inevitable politización. Citó a continuación títulos de La Nación y Clarín, la corporación mediática, contra el seleccionado nacional. "Que harta me tienen estos hijos de mala madre", dijo, perdiendo en unos puntitos su ecuanimidad académica. Otro de los columnistas dijo que La Nación se enojó con Argentina por las burlas a Holanda. ¿Por qué? Porque se trata de un país del primer mundo y ya se sabe que el diario de Mitre además de racista es un sirviente del primer mundo. "Si las burlas se las hubieran hecho a los jugadores de Camerún o Marruecos, no hubieran dicho nada", concluyó con tono lapidario.
IV
Ráfaga musical y un nuevo programa. Yo ya estoy viajando por la autopista que une a Rosario con Santa Fe. Oscurece. El jingle de la radio reivindica a Hebe de Bonafini y la labor de las Madres. "La lucha sigue", concluye. Mi pregunta es obvia. ¿Qué lucha? Los militares están presos o muertos; también han muerto los principales protagonistas de aquellos años. Estamos hablando de hechos ocurridos hace casi medio siglo. ¿Contra quién se proponen luchar?, ¿contra el mal absoluto?, ¿contra el capitalismo?, ¿contra el pecado original? ¿Cómo es posible una lucha contra un enemigo que está entre rejas o muerto? ¿Cómo es posible una lucha de madres de desaparecidos cuando por las inexorables leyes de la vida la mayoría han fallecido? No creo que mis preguntas los inquieten. Seguirán librando su lucha hecha de símbolos falsos, decadentes o anacrónicos. Alguno de estos muchachos tal vez se le ocurra emular al Anthony Perkins de Psicosis y disfrazarse de madre. El programa de la nueva conductora se inicia con una información de la calle: "La policía de Larreta está reprimiendo a los manifestantes que salieron a la calle a festejar el triunfo de Argentina". Para qué. Sapos y culebras contra Larreta. Allí intervienen varios opinadores que luego de algunos cabildeos arriban a una misma conclusión: a Larreta y a Macri les molesta que el pueblo esté contento, la sola alegría del pueblo los fastidia y los pone furiosos. Así de malos son. El panorama que describen es aterrador. Gases lacrimógenos, palos. Padres y madres con sus hijos, ancianos con sus nietos, la esencia misma del pueblo santo garroteado por la policía metropolitana de Larreta. ¿Por qué? Por estar contentos. Hiroshima y Nagasaki es Disneylandia comparado con lo que nos describen los muchachos. La hipótesis ya está instalada como ley: la derecha neoliberal liderada por Macri no solo explota, endeuda, contamina el medio ambiente, enferma y mata, sino que además no acepta que la gente esté contenta. Larreta es un enemigo del pueblo, pero además es un enemigo del seleccionado nacional. Con aires de sabiondo otro periodista destaca que el candidato de Macri y del PRO para este mundial era Estados Unidos. Y otro, reitera la condición de mufa de Macri. La pregunta que me hago mientras manejo es la siguiente: ¿Cómo puede ser mufa Macri si Argentina está disputando la final del campeonato del mundo? Como si me hubiera escuchado me responde. Saludó a un embajador de Holanda y Holanda perdió; habló de Brasil y Brasil perdió; se sacó una foto con un jeque de Arabia Saudita y quedaron afuera; se reunió con dirigentes españoles y a la lona España; algo parecido ocurrió con Alemania. Y lo más lindo de todo es que ese razonamiento que le hubiera parecido inconsistente y exagerado al brujo de una tribu prehistórica, lo presentan como una reflexión madura. Llego a Santa Fe. Todavía se escuchan algunos bocinazos; mucha gente de todas las edades caminando por las calles con los colores de la bandera argentina. Apago la radio. Por hoy ya es suficiente. A la mañana del miércoles miro las tapas de los diarios. Nadie habla de represión. Ni siquiera Página 12. Pero no creo que a nuestros cronistas de la radio de las Madres ese contraste con la realidad los inquiete.