"Ganar queremos todos, pero solo los mediocres no aspiran a la belleza. Es como pretender elegir entre un imbécil bueno o un inteligente malo". Jorge Valdano.
Junio, el mes de Belgrano, la Copa América y el triunfo de Colón.
"Ganar queremos todos, pero solo los mediocres no aspiran a la belleza. Es como pretender elegir entre un imbécil bueno o un inteligente malo". Jorge Valdano.
Se termina el mes de la diosa Juno; Junio se desvanece, dando paso al último semestre del 2021. En la medianera del año que nos encuentra con el Covid19 hasta los huesos, seguimos rompiendo records de muertes, records de vacunación mientras aparecen un par de nuevas cepas que no hacen más que llenarnos de congoja y miedos, al tiempo que cierto sector de la comunicación decide poner énfasis y potenciar el miedo colectivo, sembrando el bichito de la duda, como si ya no tuviéramos que preocuparnos por el bicho. Con la bocha tan seca como el río Paraná, me dispongo a esta altura del mes de junio a desparramar unos cuantos pares de palabras y párrafos de en espacio intitulado Peisadillas de viernes.
La tozuda perseverancia del virus que sigue sometiéndonos ya hace más de un año, nos hace preguntar día a día en qué condiciones nos va a dejar. Como familia, como comunidad, como sociedad y como patria. De algo estoy seguro, no es la patria que soñaban Manuel Belgrano y otros tantos patriotas. Manuel Belgrano, el héroe subestimado. Sometido a la sombra de la bandera que subversivamente hizo crear a las orillas del Rosario, en los balcones del río Paraná. Belgrano fue mucho más, muchísimo más.
El sexto mes del año comenzaba con la expectante novedad de que uno de los equipos de la ciudad, Colón, estaba a las postrimerías de ser por primera vez campeón de fútbol de la Argentina. Llegaba bien el sabalero, había derrotado a Independiente de Avellaneda y jugaba con el otro del barrio, Racing. Clásicos rivales, no enemigos por siempre. Se daba una nueva oportunidad para poder cumplir el sueño que había quedado trunco un año y medio atrás, un mes AC (Antes del Covid), cuando una masa incesante de personas -se calculó más de 50.000- ahogó su grito de campeón entre la lluvia y el rival de turno que destrozó los sueños de tantas almas empapadas, primero por el chaparrón, luego por las lágrimas de tristeza, que se dieron cita en Asunción del Paraguay.
Entre tanta tristeza sabalera, el "Ah eh eh ah, yo soy sabalero", se colaba en cada rincón del mundo futbolero nacional y foráneo; personajes de la farándula futbolística, periodistas deportivos, programas de entretenimiento, fiestas privadas, boliches bailables (sí, aún se podía ir a bailar en cualquier parte del mundo) bailaban y cantaban al ritmo de la popular canción de nuestros embajadores de la cumbia (de la música): Los Palmeras. Sus videos se hacían virales y todos, rusos, yanquis, españoles, latinoamericanos, cantaban que eran sabaleros, todos. Entonces cada hincha del negro se inflaba de orgullo catalizando, a modo de curita para el alma, viendo que nuestros Palmeras y la epopeya de semejante movilización popular y pasional; de tanta gente apoyando a un humilde equipo del interior argentino, terminaron haciendo que Colón de Santa Fe conquistara otras tierras al ritmo del fútbol y la cumbia.
Tuvo que pasar. Solo habían transcurrido diecinueve meses, y pasó nomás. Colón fue Campeón. La primera estrella dorada por fin iba a iluminar una camiseta santafesina de fútbol, después de 116 años de pura lucha y sufridas enseñanzas, se consagraba campeón el mejor del campeonato de la Liga Profesional, ni más ni menos. Colón jugó todo el torneo siendo primero de punta a punta. Brilló un equipo de raza, compacto, que entendió el mensaje del técnico y que su capitán hizo comprender a sus compañeros en el campo y en el vestuario. No hacía falta ser del negro para emocionarse con ese puñadito de jovencitos llorando de felicidad, buscándose para abrazarse, deseando tocar y besar el frío metal de esa copa tan anhelada. No hacía falta siquiera ser argentino para saber que en estas tierras de Garay, el fútbol, y particularmente la gente de Colón, vive el fútbol como una única razón para vivir. La Raza rezó, el pueblo cantó y la ciudad se hizo eco de miles de historias mínimas contadas con máximo ardor, popularizadas en tiempos de redes y capitalizadas por los medios del mundo. Las emociones se disparaban en formato digital mostrando que la alegría no era solo sabalera, que no hacía falta estar muerto y ser cenizas para brindar por ese momento tan esperado; que si tenías cinco, veinte o noventa años, aún podías emocionarte y caer rendido de alegría por el amor a una camiseta que sin cucardas y tiempos de gloria supo ganarse a sus fieles hinchas para toda una vida que entiende de sacrificios, privaciones y miserias. Se sabe, no es solo fútbol. Sin los efectos especiales de un futuro imperfecto, Colón regaló a su gente un buen cacho de felicidad extrema y eterna, tan necesitada en este aciago presente.
La paz de un viernes restrictivo se vio alterada por miles de voces y bocinas que se replicaron a lo largo y ancho de la ciudad y sus alrededores. Las medidas de seguridad se vieron superadas ante tal magnitud. La fiesta duró tres días, pero se va a disfrutar toda la vida. La culpa es de este pueblo sabalero, canta Cacho.
Da la casualidad que el mes de junio agita banderas y fútbol. Entre idas y vueltas, la Copa América pasó de ser local a ser visitante, justamente en el país donde somos más visitantes. Allí los brasileros saben qué se siente, aunque ahora no esté ese grupo de inadaptados que alegremente cantaban por los estadios brasileños, y que, aunque pasen los años, nunca lo van a olvidar. Entre protocolos y equipos sumamente parejos (y algunas honrosas excepciones), vemos a nuestras selecciones jugar en grandes estadios vacíos de gente. Cosas de la Pandemia. Tristeza não tem fim.
Discretamente nos sentamos al televisor para ver a Messi convertirse en el ídolo que todos queremos que sea, con un trofeo entre sus manos vistiendo la camiseta argentina; mientras, nos contentamos y revitalizamos con el gol más hermoso de todos los tiempos, el gol más gritado, el más significativo, el mejor gol de los mundiales de fútbol, el gol de Maradona (ahora simplemente Diego) a los ingleses, el segundo, hecho con los pies de dios.
Y flamea altiva como águila guerrera, ella, la más linda, la celeste y blanca. La que se alzó un 27 de febrero de 1812 en las barrancas del Paraná. Para el triunvirato, Belgrano desbarrancó en su decisión, pero ese juramento a esos colores, fueron el primer paso hacia nuestra independencia. Nuestra acotada historia contada por unos pocos, enalteció la figura de Manuel Belgrano como el creador de nuestra bandera, pero su pensamiento político es por lejos mucho más relevante que solamente ese hecho. Vanguardista en sus ideas respecto a la soberanía, al comercio, la agricultura y a la educación, hicieron ganar el respeto de San Martin, quien al enterarse de la muerte de su amigo, dijo que era uno de los días más tristes de su vida.
Y ahí estás, hija legítima del cielo; sos tan bella que hasta el mismísimo firmamento te pinta cada día. Al gran pueblo argentino, salud (y vacunas).
Tuvo que pasar. Solo habían transcurrido diecinueve meses, y pasó nomás. Colón fue Campeón. La primera estrella dorada por fin iba a iluminar una camiseta santafesina de fútbol, después de 116 años de pura lucha y sufridas enseñanzas.
Las emociones se disparaban en formato digital mostrando que la alegría no era solo sabalera, que no hacía falta estar muerto y ser cenizas para brindar por ese momento tan esperado; que si tenías cinco, veinte o noventa años, aún podías emocionarte y caer rendido de alegría.