Opinión: OPIN-01

La Argentina y el Alca


La reunión de ministros de Economía de todo el continente -excepto Cuba- que se realizó en la ciudad de Buenos Aires apunta a establecer las condiciones de funcionamiento de la Asociación de Libre Comercio de las Américas (Alca) y puede ser el punto de partida de una nueva estrategia para nuestra inserción continental.

El borrador elaborado en esta reunión de ministros deberá ser refrendado en la próxima cumbre de Quebec (Canadá), que contará con la participación de treinta y cuatro presidentes. Si allí se llegara a un acuerdo, los efectos más importantes del Alca entrarían en vigencia en el 2005.

Los debates recién están en sus inicios; pero, más allá de las conclusiones y acuerdos a los que se arribe, queda claro que se está participando de un proyecto cuya dimensión geográfica se extendería desde Alaska hasta Tierra del Fuego, con una población total que supera los 800 millones de habitantes y niveles de productividad muy superiores a los exhibidos por la Unión Europea.

Una iniciativa de esta naturaleza debe ser evaluada en toda su complejidad, atendiendo los riesgos y las oportunidades que brinda. Al respecto, las discusiones presentes en los países latinoamericanos giran alrededor de las condiciones y garantías que se deben solicitar para participar de un proyecto en el que los Estados Unidos ocupa el lugar central y, por su enorme peso específico, se encuentra en condiciones de ejercer un rol hegemónico decisivo. Cabe recordar que el país del norte representa el setenta por ciento de la economía del continente.

Así como las desconfianzas y recelos están a la orden del día, a pocos escapa que en el actual contexto histórico de la globalización no se puede -y tal vez no se deba- rehuir al desafío de la integración en bloques multinacionales, tratando de aprovechar sus escalas y ventajas en tanto se controlan sus probables perjuicios.

Una alternativa que maneja la diplomacia argentina en acuerdo con la brasileña es la de insertarse en el Alca sin renunciar al proyecto del Mercosur, actualmente sometido a una gran crisis. Se trata de entender que las relaciones entre Estados son siempre -pero no exclusivamente- relaciones de fuerza que reclaman de los actores una gran capacidad de negociación y una buena preparación para defender los intereses nacionales.

Sin un Estado consciente de sus objetivos históricos y dispuesto a alentar y desarrollar estrategias internas y externas de crecimiento, no es posible pensar en políticas de integración que sean ventajosas. No es que debamos esperar a ser desarrollados e institucionalmente consistentes para elaborar estrategias adecuadas, pero queda claro que, cuanto más consistente sea nuestra economía interna y más consciente sea la clase dirigente, más posibilidades tendremos de obtener beneficios y ventajas. Por el contrario, es muy probable que un país sumergido en el atraso, la depresión económica y la debilidad termine sometido.

Por lo pronto, los ministros recién están discutiendo los primeros borradores. En principio, se debe decidir sobre la posibilidad de asegurar la libertad de comercio de bienes y servicios sin barreras arancelarias entre los más de treinta países firmantes.

El futuro dirá hasta dónde se avanza y cuáles son las posibilidades concretas de diseñar un nuevo orden internacional, cuyo liderazgo corresponderá a los Estados Unidos, algo que, por otra parte, está fuera de discusión y que opera con independencia de nuestros deseos o rechazos al Alca. La cuestión, en definitiva, es estudiar a fondo las ventajas y las desventajas del proyecto y obrar en consecuencia.