Pantallas y Escenarios: PAN-03

Cinco años de música en París

El programa ofrecido el sábado 5 por la Orquesta Sinfónica y el Coro Polifónico, resumió la agonía del romanticismo.


En 1908, Claude Debussy compone sus Tres Canciones de Carlos de Orleans. Al año siguiente, termina sus Imágenes para orquesta y comienza la composición de sus célebres 24 Preludios para piano, que termina en 1913. Otro francés, Maurice Ravel, compone en 1912 dos ballets: Mi madre, la oca y Dafne y Cloe. El ruso Igor Stravinsky, por su parte, estrena en París sus ballets Zar-Ptica (no se asuste, es LïOiseau de feu, o mejor El pájaro de fuego...) en 1909; dos años más tarde sube a escena Petrushka (o Pedrito, para los amigos), y en 1913 destroza un teatro con el estreno de su formidable Consagración de la primavera. Para muchos, esa noche se cerró el capítulo romántico en la historia de la música.

En este brevísimo marco histórico referencial se inscribe el programa ofrecido el sábado por Carlos Cuesta al frente de la Orquesta Sinfónica y el Coro Polifónico Provincial. Una propuesta conceptualmente muy valiosa y una prueba por cierto sumamente difícil de absolver para cualquiera, mucho más en las condiciones en que este programa subió a escena. Especialmente por dos razones: la primera, por cuanto cantar las Trois chansons de Charles dïOrléans -halaguemos un poquito a los francófilos- en una sala tan opaca para la música coral como la del Centro Cultural, equivale a encerrar nuevamente en la rotunda definición del dibujo, la esfumada libertad de las imágenes de algún Renoir.

La música de Debussy, "particularísimamente" la vocal, requiere devolución del espacio. La segunda razón es que, consustanciado con el repertorio renacentista y barroco, el coro carece del sonido más apropiado para esta exigencia estilística. Aún así, hubo clara oportunidad de apreciar la belleza artesanal de estas tres canciones madrigalescas de Debussy, especialmente por la ajustada versión de El tamboril, y el delicado juego contrapuntístico de la última, verdadera canción de verano.

Dafne y Cloe fue, en mi opinión, la obra que mejor gratificó el enorme esfuerzo puesto por director y dirigidos en la preparación de este arduo programa. Llegó una interpretación elegante y fina, en la que fue posible disfrutar del sortilegio colorístico de los timbres del excepcional orquestador que fuera Ravel, y el lujo de algunos solistas. Una vez más, la falta de techo de la cámara acústica de esta sala y el material blando del que está confeccionada la misma, hizo que el aporte del Coro ubicado en el fondo del escenario literalmente se escurriera hacia arriba.

No es casual que Ravel y Stravinsky compartieran la transcripción de Kowantschina, de Mussorgsky, compositor del cual Ravel orquestó sus extraordinarios Cuadros de una exposición. También Stravinsky fue un compositor de enorme originalidad en la instrumentación, virtud que deslumbra en el cubismo rítmico y melódico que despliega como un gigantesco fresco sonoro en su Consagración de la primavera. Concebida para el ballet, sólo se hace justicia a esta monumental obra si se la escucha también con los ojos: así como Debussy se instala en nuestros oídos, Stravinsky arraiga en nuestros cuerpos.

La interpretación escuchada no fue una versión memorable. Pero dadas las exigencias, no es lo más importante puntualizar falta de claridad en la forma, desajustes y amagos de entradas a destiempo (por ejemplo, en la terrible complejidad de la Danza del Sacrificio). Es altamente meritorio el esfuerzo de la Orquesta Sinfónica conducida por Carlos Cuesta, enfrentando una obra de este calibre pese a no contar con un orgánico completo, y el aplauso estimulante del público así lo reconoció. Aguardamos con gusto varias entregas más de esta maravilla del siglo pasado, hasta que el propio director y sus músicos queden satisfechos del producto final.

Para la anécdota: desesperadas por no entender lo que decía el programa, dos vecinas de butaca, muy novicias en esto de asistir a un concierto confesaban: "no sabemos si necesitamos otros lentes o está escrito en ruso...(sic)". Presumir que el público es políglota no es conveniente: queda la duda entre el halago y la pedantería.

Mariano Cabral Migno