Criterios educativos: los grandes ausentes
La mayoría de los argentinos reconocemos, sin duda alguna, la naturaleza económica de la crisis que nos arrasa como un alud. Pero todo alud obedece a alguna causa, y corresponde preguntarse también por la naturaleza de la causa antes que lamentarse por el efecto indeseado.
Los problemas de Argentina responden categóricamente a causas culturales. La omnipotencia de algunos personajes, imbuidos de perversa soberbia tecnológica en igual medida que de subestimación humanística, ha hecho creer a la mayoría simplista que una economía sana puede desarrollarse sobre la base de una escolaridad carente por completo de profundos criterios educativos, acompañada -por si fuera poco- de una mediocre instrucción, banalidad cultural, resignación de valores religiosos, nacionales o simplemente humanos, entronización del farandulismo en la cúspide de la tilinguería política, el más absoluto desprecio por la inteligencia y la más abyecta mentira como instrumento de poder de los representantes del pueblo, devenidos muchos de ellos en carroñeros de la sociedad empobrecida.
En la base de la crisis argentina está la Educación. Si "la educación de un hijo comienza cuando los padres se eligen"(W.Stekler), la educación argentina comienza por la planificación, dictada bajo la influencia de ingenuos cientistas que confían en que una planificación ajustada a la planilla y respetuosa de plazos que jamás se cumplirán asegura el más perfecto desarrollo del proceso de aprehensión del conocimiento. Las planificaciones docentes argentinas son modelos del diseño plástico que, lejos de garantizar el orden pedagógico, espejan el conductismo más intolerante.
Desde el comienzo, la primera gran ausencia en la educación argentina es la tolerancia intelectual, sin la cual no hay crecimiento personal ni mucho menos se puede reclamar un verdadero ejercicio democrático. Sería interesante conocer el porcentaje de quienes se atrevieron a anhelar la más franca apertura intelectual de sus educadores y fueron correspondidos con bondad y sano espíritu crítico. En nuestras aulas aún abunda el "porque yo lo digo y basta", o la artera respuesta de un aplazo.
Sin tolerancia intelectual es impensable que alguien pueda favorecer en sus alumnos el desarrollo de un pensamiento autónomo. Aprender a pensar supone permitir el disenso, el debate y la corrección fundados. "La sociedad de los poetas muertos" fascinó a muchos educadores argentinos por las significantes imágenes de alumnos rompiendo las páginas de los libros a instancias de un profesor que aspiraba a que el estudio estuviera muy cerca del análisis y la reflexión propias, y prudentemente alejado de la simple acumulación del pensamiento ajeno. Es la diferencia entre decir "yo pienso que..." y "fulano dice...".
Muchos de los fascinados por aquel filme parecen no haber reparado en las escenas en que los jóvenes salen haciendo equilibrio con torres de libros para poder desarrollar sus monografías, evidenciando otra gran ausencia de la educación argentina: la cultura del esfuerzo.
El pedagogismo y el sicologismo distorsionados han cargado sobre los profesores la plena responsabilidad del no aprendizaje del alumnado, concluyendo en que "los alumnos no aprenden porque los profesores no saben enseñar". En realidad, si bien hay docentes que debieran pagar para enseñar, no menos cierto es que la permisividad y falta de exigencias incuban las futuras conductas del "da lo mismo", el "sé igual" preparatorio de la espera por la moratoria impositiva, porque se aprendió desde abajo que quien no cumple termina recompensado.
Directivos lábiles, criterios evaluativos generales inexistentes, normas de calificación laxas, regímenes disciplinarios que desconocen premios y castigos, sobreprotección familiar y alumnos convertidos en "huérfanos virtuales" de las "madres de marzo", configuran un cóctel aniquilador, al que se suma la falacia vergonzosa de suponer que se puede "recuperar" en dos clases lo que no se hizo en un año. El régimen de redondeo en las calificaciones trimestrales, por ejemplo, permite promover una buena cantidad de alumnos con 5,50 de promedio. Consejo: pídale al médico sus libretas de calificaciones, y si en el tercer ciclo de EGB o durante el Polimodal alcanzó sus promedios por la "nota de carpeta" en Biología vaya a otro. Es posible que le dibuje un apéndice surrealista mientras Ud. se muera de peritonitis.
So pretexto de que no se debe fomentar el espíritu de competencia, se iguala hacia abajo, como si afuera aguardara un mundo libre de competencia. Mentira gigantesca si las hay, no sólo no enseñamos a distinguir entre competitividad egoísta y superación liberadora, sino que además impulsamos la resignación a la mediocridad y la expulsión de los más capaces. Mirado con una extraña mezcla de envidia y admiración, el estudioso es el "anormal" del aula, el despreciable "traga". ¿Acaso puede admirarnos que se expulse del país a los más capaces, si los hemos expulsado ya desde las aulas?
Educar es liberar. Liberar el potencial presente en cada individuo, al que debemos ayudar a no cejar en su sana ambición de realizarse en plenitud, reconociendo límites propios y ajenos. Ambición superadora, sí. Codicia competitiva, no.
Recientemente la barbarie vernácula mostró sus mejores luces: eliminó fugazmente el Ministerio de Educación, integrando el área de Cultura con las de Turismo y Deporte timoneados por una eminencia como Daniel Scioli, aunque en honor a la equidad hasta poco antes la cultura estaba confiada a un comunicador presidencial como Lopérfido, sospechado representante de la subcultura gay. Por lo visto, el de la cultura es un problema de muñeca: o falta, o es muy blanda.
No existe ninguna relación entre la educación y la cultura. El Estado -y también muchos académicos, dada su despreocupación por el tema-, piensan que el entorno no educa. La educación parasistemática es negada. Los profesores de lengua deben enseñar reglas ortográficas, sintaxis, semántica y literatura en medio de un poderosísimo entorno que destroza nuestro idioma a través de opinólogos de amplio espectro, afectados de una poderosa inanición cultural. Consecuencia: si el español es el idioma del Manco de Lepanto, en la Argentina es el Marco del Espanto.
Nuestra crisis no es, en esencia, económica: es cultural.
Asumir las responsabilidades colectivas es algo que se forja desde el entorno y se ordena con la educación, no al revés.
No dejarnos arrastrar por las mendacidades de ciertos personajes no es un problema de la política: es un problema de nuestra capacidad crítica y nuestro pensamiento autónomo.
Progresar en la vida exige reconocer que somos nosotros quienes nos acercamos esforzadamente a las metas y no las metas las que se acercan a nosotros.
En fin: desplegar la luminosidad del alma humana es tarea de la cultura.
Admitámoslo: somos treinta y siete millones de vivos que admiten ser gobernados por un puñado de brutos. ¿Hay mayor contradicción? Y si Platón estaba en lo cierto, "esclavo es aquel que depende de otro inferior a él".
Mariano Cabral Migno