Es bastante frecuente encontrar a José de San Martín ubicado en el grupo de los llamados Padres Fundadores de la Patria. Y es lógico y comprensible que así sea. José de San Martín actuó en los primeros años de nuestro país como nación. En esos momentos, entre dudas, ideas no del todo claras, precariedad de medios, problemas internos y externos, iba gestándose un Estado que buscaba ser soberano.
San Martín intervino defendiendo militarmente a estos territorios e instó a los congresales de Tucumán para que declararan la independencia. Aportó ideas, comprometió acciones, proyectó campañas. Estuvo junto a Belgrano, Laprida, Paso, Pueyrredón, Alvear, Santa María de Oro... A veces de acuerdo, a veces en disidencia. Pero estuvo. Es uno de los Padres Fundadores de la Patria.
Eso se comprende fácilmente.
Menos fácil es explicar y expresar con palabras en qué consiste el sentido de Patria y descubrir los esfuerzos y contribuciones que el Libertador hizo en esos momentos en que, pequeño y pobre, iba abriéndose paso a la vida un país que aspiraba ser una "noble y grandiosa Nación".
A la Patria, como al Amor, no se la puede circunscribir a una definición que agote el significado y la comprenda entera. Sobre ambos términos se han escrito miles de opiniones y conceptos y siempre hay algo más que se pueda decir. Porque en la Patria, como en el Amor, hay, además de elementos objetivos, sentimientos que producen emociones. Y a las vibraciones del alma no se las puede apresar.
Hay, sin embargo, algunos elementos que pueden analizarse para tratar de acercarnos a ese trascendental prodigio que constituye la Patria.
El Libertador nos proporciona algunos importantes ejemplos.
¿Por qué San Martín, que fue llevado a Europa siendo niño, que estudió e inició una exitosa carrera militar en la tierra de sus padres, volvió a su lugar de origen?
Hay un lazo indefinible pero poderoso que se crea entre una persona y el lugar en que ha nacido.
Pero se ha dicho que regresó por razones políticas, para realizar tareas que convenían a ciertas líneas de intereses económicos ingleses. Y aun se ha asegurado, sin la presentación de las pruebas necesarias, que era un agente al servicio de Inglaterra.
Además de que las tales afirmaciones carecen de la seriedad científica necesaria, no sirven para probar nada que ponga en duda el amor a su Patria que José de San Martín evidenció.
"Preferí venirme a mi país nativo, en el que me he empleado en cuanto ha estado a mis alcances...".
"El amor a la Patria me hace echar sobre mí toda la responsabilidad si contribuyo a salvarla, aunque después me ahorquen...".
Ya en su país de origen, San Martín formó a su familia en Buenos Aires, gozó la paternidad en Mendoza, labró la tierra al pie de los Andes, en un lugar que eligió para soñar con la paz, el trabajo y el sosiego para los tiempos de la vejez y el pausado andar.
Los acontecimientos lo llevaron a la cima de la montaña, a los valles chilenos, a las aguas del Pacífico, a la síntesis incaico-colonial del Perú, a atravesar las tierras de su país entre las luchas fratricidas y los enconos personales, a buscar otra vez en Europa la forma de poder ser fiel a sí mismo.
Pero esa vorágine de sucesos no mató su sentido de Patria. Quiso volver. No aceptó ni los tiempos ni las condiciones que se le ofrecían. Y en el destierro vio pasar los años, vio declinar sus fuerzas físicas, vio alejarse el sueño de la paz en la tierra fecunda de Cuyo.
Sólo pudo confesar, casi con el último suspiro, que el amor a su Patria estaba intacto: "Desearía que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires".
Si el amor a la Patria no se define, pero se siente, es indudable que impulsa a la acción. Y en eso, José de San Martín es modelo.
A la Patria, asumida como propia, se la defiende.
En una nota enviada al director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, José de San Martín dice: "...hallábame al servicio de la España el año 1811, con el empleo de comandante del escuadrón del Regimiento de Borbón, cuando tuve las primeras noticias del movimiento general de ambas Américas y que su objeto primitivo era su emancipación del gobierno tiránico de la península. Desde ese momento me decidí a emplear mis cortos servicios en cualquiera de los puestos que se hallan insurreccionados; preferí venirme a mi país nativo...".
En otra carta, enviada al virrey del Perú, don Joaquín de la Pezuela, expresa: ..."la América ha tomado las armas para defenderse, después que sus sacrificios recibieron por premio la ingratitud de los gobiernos insurgentes que rigieron la península desde 1808...".
José de San Martín siempre estuvo convencido de que los enemigos son los de afuera, los que acechan más allá de las fronteras. No tenía ejército para enfrentarlos: lo inventó, lo adiestró, lo condujo, le trasmitió a cada soldado su propio valor y su propia fe, les hizo comprender que triunfo y fracaso son posibles, y que la constancia y el esfuerzo son imprescindibles para alcanzar los fines propuestos.
Las campañas libertadoras de Chile y Perú respondieron a la convicción de San Martín de que el futuro de América debía lograrse en conjunto. Como otros grandes hombres de su tiempo, vio a América latina como un todo, con intereses comunes, que debían constituir un poderosos bastión libre y solidario "...(he mirado) a todos los estados americanos en que las fuerzas de mi mando penetraron, como a estados hermanos interesados todos en un santo y mismo fin...".
El sueño de una unión latinoamericana ha debido enfrentar siempre a quienes ven en esa conjunción de ideales un peligro para sus ansias de dominación.
Y, sobre todo hoy, surge inevitablemente la pregunta: ¿cómo sería Iberoamérica si se hubiera cumplido el deseo de San Martín de los países que la forman unidos, con sus potencialidades desarrolladas en orden y armonía?
En la Patria asumida como propia, los compatriotas son hermanos.
Eso hace a las luchas fratricidas innobles e innecesarias.
"Si somos libres, todo nos sobra..." escribió desde Mendoza. "Divididos seremos esclavos, unidos estoy seguro de que los batiremos: hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos sentimientos particulares y concluyamos nuestra obra con honor...".
En otra carta, dirigida a José Gervasio Artigas, comenta: "Dediquémonos a la destrucción de los enemigos que quieran atacar nuestra libertad".
Si a la Patria se la asume como propia y se reconoce a los compatriotas como hermanos, van surgiendo virtudes que hacen más feliz la convivencia. Se procura ser justo, solidario, comprensivo, desinteresado. En la vida de San Martín esas actitudes son constantes.
¿Sólo esto, lo expuesto aquí, es lo que surge de la personalidad de un hombre cuya figura el tiempo no desdibuja?
Por cierto que no. Las innumerables aristas de una vida plena, puesta al servicio de nobles finalidades, avanzan desde el pasado y llegan hasta nosotros con luz propia. Sólo hay que dedicar un poco de atención, renunciando a actividades vanas, para buscar entre las raíces de nuestra nacionalidad ejemplos que nos sirvan para fortalecer nuestra identidad, para repensar el sentido de Patria, para sentir a los compatriotas como hermanos, en la búsqueda de una futuro mejor.