Opinión: OPIN-03 Wolf, el espía que volvió del frío

Por Gemma Casadevall


Markus Wolf, el ex jefe del espionaje germano-oriental, inmortalizado por el novelista Johnn Le Carré en el personaje "Karla", cumple 80 años convertido en autor de "best-sellers", al que ni la Justicia post-reunificación ni el afán editorial han arrancado más que la superficie de sus secretos.

En la última década y media mucho ha cambiado en la vida del "Espía que surgió del frío" (título de la novela de Le Carré, traducida en ocasiones como "El espía que volvió del frío"). Wolf, en otros tiempos apodado "El hombre sin rostro", es una presencia habitual de tertulias televisivas, que responde con cortesía, a veces glacial, a sus interlocutores.

De las condecoraciones recibidas por el régimen de la Alemania comunista pasó, tras la unidad alemana, a prófugo de la Justicia primero y a verse en el banquillo de los acusados después.

El cerebro que desbarató la carrera de Willy Brandt y dirigió un ejército de 4.000 agentes -entre ellos, los "Romeo", seductores de secretarias en puestos clave- es ahora un jubilado de porte elegante, que dice percibir una pensión "de castigo".

Pero algo permanece inalterable: su fidelidad al secretismo, clave del éxito de un servicio de espionaje que causó la envidia y desesperación en sus homólogos occidentales.

Los lanzamientos de los libros de Wolf han ido acompañados de gran aparato mediático y han provocado el desasosiego de más de un antiguo compañero de filas o sujeto "espiado".

El primero de la serie fue "La Troika", unos meses antes de la caída del Muro, donde sorprendió por sus críticas al régimen germano-oriental tras 34 años al servicio de su red de espías.

Con "Jefe del espionaje en guerra secreta. Recuerdos", en 1997, el ex hombre sin rostro se puso al servicio de una operación editorial con lanzamiento simultáneo en catorce países. El libro daba una visión desde dentro de episodios legendarios de su historial. Por ejemplo, la infiltración en la cancillería del "topo" Gunter Guillaume, un antiguo desertor que se ganó la confianza de Brandt en una labor meticulosa que llevó décadas, y cuyo descubrimiento acarreó la dimisión del canciller, en 1974.

También entraba en los entresijos de la Stasi, la temida policía secreta de Erich Mielke. Pero Wolf se permitió condescendientes lagunas de memoria respecto de correligionarios o rivales aún vivos.

La misma regla se aplica a su más reciente libro, "Los amigos nunca mueren", publicado el pasado otoño, donde rinde homenaje a los "soldados del frente invisible" -como denomina a los espías-. Eso sí, sin traicionar anonimatos por "razones éticas".

Los únicos misterios que ha aireado son de índole gastronómica, a través del libro "Los secretos de la cocina rusa", atesorados en su infancia y posterior exilio moscovita.

Nacido el 19 de enero de 1923, en el sur de Alemania, Markus Wolf, hijo del dramaturgo judío Friedrich Wolf, emigró a Rusia junto con su familia a los diez años para huir del nazismo. De esa etapa le quedó el alias "Mischa", la formación escolar, el aprendizaje periodístico y el ingreso en el Partido Comunista.

Los Wolf regresaron a Alemania tras la capitulación del Tercer Reich y "Mischa" inició una carrera que le llevó en unos años de trabajar como reportero en una radio berlinesa al departamento de espionaje, del que fue jefe desde 1956 hasta su jubilación, en 1986.

Antes incluso del golpe a Brandt, Wolf se había ganado ya la Orden del Mérito del régimen. En 1978, en Estocolmo, dejó de ser el "hombre sin rostro" al ser cazado por la cámara de un fotógrafo.

El 4 de noviembre de 1989, en la multitudinaria concentración de la Alexanderplatz junto a escritores como Christa Wolf y Stefen Heym, Wolf vio sofocada su proclama en favor de una reforma interna del régimen por los abucheos y coros de voces que clamaban "Nosotros somos el pueblo".

Wolf huyó a Moscú en 1990, perseguido por una orden de detención de la recién reunificada Alemania. Un año después regresó a su país, en cuya frontera fue detenido.

La Justicia post-unificación arañó a Wolf, pero no pudo con él. La condena a seis años de cárcel por alta traición, dictada en 1993, quedó en nada al sentenciar el Tribunal Constitucional que los espías de la República Democrática Alemania no podían ser perseguidos como tales en la República Federal de Alemania.

Los fiscales no soltaron a su presa y "Mischa" se vio de nuevo en el banquillo de los acusados en 1997, acusado de tres casos de secuestro cometidos por sus servicios de espionaje.

El proceso se saldó con condena a dos años de libertad vigilada y una multa. Una semana después, Wolf se lanzó a la promoción de "Jefe de espionaje en guerra secreta" desde el abarrotado Berliner Ensemble, el teatro que fundó Bertolt Brecht. (EFE)