¿Quién es este ser admirado, envidiado, temido? ¿Vale la pena formularse esta pregunta? ¿Existe una respuesta?
Para comenzar, podemos decir que es un hombre. Ni genio, ni monstruo sagrado. Un hombre como todos.
Este hombre desarrolla una actividad (la actuación) tendiente a producir "algo" (el personaje). Para desarrollar esta tarea debe dominar una serie de saberes y manejar algunas herramientas. El actor es entonces un artesano.
Sin embargo, se habla del "arte" de la actuación y es indudable que el teatro es arte, que la creación está implícita en él. Entonces podemos pensar que el actor es un artista. Es un creador. ¿Pero lo es siempre? ¿En cada representación, cada noche a lo largo de su vida?
El actor es a veces un artista y otras veces un artesano. Es un artista cuando su obra se acerca a la creación, es un artesano cuando produce "en serie", cuando se limita a repetir un proceso conocido y seguro.
Gauguin sostiene que "el artista es un revolucionario o un plagiario". El actor es un auténtico creador o es sólo un imitador, un "representador" de personajes. Se arriesga en una búsqueda permanente o se repite cómodamente a sí mismo en las fórmulas y mecanismos ya conocidos -y por eso seguros- de su práctica.
¿Qué es un artista? Algunos vinculan el arte con un componente lúdico, sostienen que el artista es un eterno niño. El juego es una necesidad infantil. Un niño que no juega, no evoluciona, queda encerrado en algo terrible. ¿En qué consiste este juego del niño? En hacer "como si"... Y esto no es una mentira, sino una necesidad de ser otro. De este juego, el actor hace su oficio, su arte.
El actor es un creador que juega a ser otro.
Si afirmamos que es un artista, ¿cuál es su "obra de arte"? ¿En qué consiste su "producción artística"? Es relativamente fácil responder a esta pregunta en otras artes como en la pintura, la escultura o la música. En el caso de la actuación no resulta tan simple la respuesta.
En la tradición occidental el actor es aquel que crea un personaje. Este es el resultado de su creación, su obra de arte, su acto creativo. Pero el teatro es un arte colectivo en el que participan múltiples hacedores. En este sentido, ¿es el personaje una co-creación del equipo (dramaturgo, director, actor, vestuarista y público incluido)? Sin dudas lo es. No obstante hay una cierta especificidad en el hacer del actor que lo recorta y diferencia de los otros participantes del hecho teatral: fundamentalmente, él ofrece su cuerpo.
El actor es un creador que juega a ser otro ofreciendo su cuerpo.
El criterio aquí sustentado del personaje como creación pretende ir más allá de su definición como mera individualidad psicológica y social. Lo entendemos como ser de ficción y soporte material, creado por el actor, recuperable en cada representación de la misma manera; pero siempre distinto. Algo en él permanece y algo varía. Esto es así porque el personaje se termina de "completar" con el público.
Las concepciones expresivistas del trabajo del actor suponen que todo lo que éste crea está antes dentro de él, como una verdad interior a develar. La creación consistiría entonces en "parir" el personaje.
Creemos que el personaje es un ser desconocido para el actor, es un proyecto, algo que se va conociendo a medida que se va construyendo: el personaje es una construcción; la creación, un acto de conocimiento.
Esta construcción, esta obra de arte-personaje, nunca está finalizada, se está haciendo todo el tiempo. Es un resultado siempre provisorio, mejorable, revisable en cada nueva representación. Esto responde a un concepto del arte entendido como búsqueda y no como resultado. El arte no es la obra, sino el quehacer mismo, la búsqueda. La obra, un eterno devenir.
Dentro de esta concepción el personaje no es más que un momento en el proceso de búsqueda de su creador. Lo que importa es la búsqueda, la dinámica creadora. El personaje es una manifestación de esa dinámica. Será más importante el intento imperfecto de un creador que estará lleno de la vitalidad propia de la creación que la perfección de un artesano, porque en ella no hay búsqueda, sino mera reiteración. Las obras no son buenas o malas, son manifestaciones de momentos en la búsqueda de un artista.
El actor es un eterno buscador.
En sus orígenes, en el teatro griego, el personaje sólo fue una máscara a la que llamaban persona.
El "personaje-obra" es una máscara del actor. Una máscara muy especial, construida desde sí y consigo mismo. El material de elaboración es el propio actor. Instrumento e instrumentista, marioneta y marionetista.
Esta máscara permite al actor ocultarse; pero para develarse. Esconderse para mostrarse mejor. Es a través de ella por donde se filtra la verdad del comediante. En "La tragedia cómica", pieza de Ives Hunstad y Eve Bonfanti, el personaje le dice al actor:
-Vení, metete adentro de mí, en el interior de mi carcasa de teatro. Y no tengas miedo que arriba de este escenario yo te protejo del mundo.
Sin esta máscara que es el personaje, el actor no podría mostrarse. Y ¿cómo vivir sin mostrarse?
El psicoanálisis enseña que el deseo se instala entre una necesidad y la demanda dirigida al "otro" para que satisfaga dicha necesidad. El "otro" deberá hacerse cargo entonces de aquello que el individuo no puede satisfacer por sí mismo. Por eso se dice que el individuo, en virtud de su incapacidad para satisfacerse, está sujeto al "otro".
Ahora bien, ¿cuál es la necesidad que el actor no puede satisfacer por sí mismo? Lo que se demanda a la alteridad es su mirada. Lo que el actor está diciendo todo el tiempo es: ímírame! El actor no puede orgánicamente ver-se. Necesita para ello de un ojo externo. Es por eso que, utilizando la metáfora de Barba, deberá transformarse en un maestro de la mirada.
Esta demanda de mirada esconde una demanda de amor, demanda cuya satisfacción es imposible, ya que nunca habrá bastante. Esta falta imposible de colmar es la que empuja al actor a correr permanentemente detrás de algo que nunca alcanzará. Esa mirada no sólo no lo completará, sino que lo horadará.
Esta exposición a la mirada ajena es fuente de placer y todo placer está próximo al dolor. Placer y dolor: esta es la creación. Placer y dolor en la búsqueda de una verdad.
El actor es alguien que se oculta detrás de su obra para captar la mirada del otro.
A menudo se hace referencia a la verdad. Verdad escénica, verdad del actor, verdad de la creación, yo verdadero. ¿De qué verdad hablamos?
Se suele decir que una actuación es verdadera cuando el actor consigue un estado de emotividad y logra transmitirlo. ¿La verdad entonces consiste en una capacidad para emocionarse y comunicarlo?
Diderot en "La paradoja del comediante", sostiene que el talento del actor consiste no en sentir, sino en expresar tan escrupulosamente los signos exteriores del sentimiento que el público pueda engañarse al verlo.
Los gritos de su dolor están anotados en su oído. Los gestos de su desesperación son de memoria y han sido preparados delante de un espejo. Sabe el momento preciso en que sacará el pañuelo y dejará correr sus lágrimas; esperadlas en esta palabra, en esta sílaba, ni más temprano, ni más tarde.
Al finalizar la función el actor se siente cansado y el público conmovido. El se esforzó sin sentir y el público sintió sin esforzarse. Si no fuera así la condición del comediante sería la más penosa de todas; pero él no es el personaje, lo representa y tan a la perfección que el público lo toma por tal; la ilusión es vuestra, él de sobra sabe que no lo es. La extremada sensibilidad es la que hace a los actores mediocres; la sensibilidad media, la muchedumbre de malos actores y la carencia absoluta de sensibilidad, la que prepara actores sublimes.
En la paradoja de Diderot, la esencia de la actuación es el freno racional que hace vigilante al actor, aunque simule o represente externamente desbordes pasionales. Si bien no lo dice expresamente, parece surgir una sospecha de insinceridad en el oficio del comediante.
Por su parte, Jean Louis Barrault pretende limpiar esta sospecha derramada por el racionalismo de Diderot. Aunque sostiene el desdoblamiento y la conducta diversa del actor y el personaje, afirma la sinceridad de dichos comportamientos: "Para que la ilusión (del espectador) sea perfecta, es indispensable que el personaje sea sincero; pero no es obligatorio que el actor, en el interior, lo sea. Y si el actor no está obligado a ser sincero, le es necesario asegurarse una vigilancia permanente, porque es él quien conduce al personaje. El problema del comediante consiste, pues, en adquirir la fiscalización de una sinceridad".
Puede entenderse, entonces, que el oficio del actor consiste en saber mentir, en ser un buen mentiroso. Se ha dicho incluso que es un hipócrita, que es el único hipócrita honesto. ¿Es esta mentira una "auténtica mentira"? ¿No hay acaso una verdad detrás de ella? Si comparamos la actuación con el juego infantil, ¿se puede hablar de mentira?
Si el personaje es la creación del actor, ¿se puede hablar de una "creación mentirosa"? ¿No es el acto creativo acaso la expresión más acabada de la verdad de su creador?.
El personaje y su mundo pertenecen a la ficción. Y la ficción no es una mentira, no puede situarse metafísicamente de manera opuesta a la realidad, sino que es "otra realidad". Esta idea de obra subyace en la propia etimología de la palabra ficción: del latín fingo, configuro, doy forma. El actor da forma a su personaje y da forma a su comunicación mediante la ficción. Y todo en ella es una construcción. También lo es la verdad. Toda verdad en el teatro es una construcción de los co-creadores y el público, variable en cada época y contexto.
La creación del actor es una construcción encuadrada dentro de una ficción. Cuando se habla de verdad en la actuación no se hace referencia a una verdad personal, autobiográfica del actor. Probablemente esta verdad sea demasiado pequeña para el arte y a nadie le importe. La verdad en la actuación es una construcción ficcional que puede develar, por vía indirecta, la verdad del artista; pero insistimos, no una verdad autobiográfica, sino esencial.
El arte es búsqueda y el actor es un eterno buscador. ¿Qué es lo que busca? La verdad. Y la verdad en este punto es una revelación, es aquello que está más allá de nosotros mismos. Es aquello que el arte pretende develar. No hay un lugar donde encontrar esa verdad, ni un método para llegar a ella. Por eso el artista es aquel que trata de asir lo inalcanzable.
El actor es un buscador de verdades inasibles.
La función del arte:
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovladoff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-íAyúdame a mirar! (Eduardo Galeano, "El libro de los abrazos").
El actor es un hombre que vive emplazado en un contexto que lo condiciona. Es indiscutible que existe una interacción entre el actor y su medio. Y esta relación se expresa en su arte.
El actor es un testigo de su tiempo. Es, como todo verdadero artista, aquel que nos ayuda a mirar, siguiendo la metáfora de Galeano.
¿Es deber del actor-artista constituirse en un testigo de su época? Creemos que su único deber es ser artista. Su única responsabilidad consiste en sostener su búsqueda. Esta es su ética.
La única función social del actor consiste en ser actor. No es un rebelde contra la sociedad; al contrario, es alguien que colabora en su construcción. Sólo deberá rebelarse cuando esa sociedad le impida llevar a cabo su búsqueda.
Esta indagación del absoluto, de lo inalcanzable, se realiza a través de su obra; pero inmerso en un contexto, en una época, en un determinado orden.
En una sociedad individualista como la actual, donde los órdenes han estallado, en la cual el límite entre realidad y ficción aparece diluido, donde impera la ausencia de modelos, el actor deberá seguir tras la revelación de algún absoluto. La sociedad se lo demanda.
El actor es alguien que ayuda a mirar lo absoluto.
Raúl Kreig