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Nosotros
Era en abril, otra vez
La historia de Otilia Acuña de Elías. Madre de Plaza de Mayo, inundada, protectora de los ancianos (y no tanto) y una referente para los vecinos de Santa Rosa de Lima.


Buscábamos una historia de las tantas que dejó la inundación esa tarde en la casa de Otilia, de doña Otilia, la que vive en la calle que lleva el nombre de su hija y su yerno.

Otilia Acuña de Elías tiene 81 años y desde hace 14, es viuda. Con su marido construyeron su familia en uno de los barrios más pobres de la ciudad y más emblemático por su historia de luchas sociales. Tuvieron seis hijos que criaron y educaron con enorme esfuerzo, con el escaso dinero que ingresaba por las ventas del carrito verdulero del esposo o de lo que ella recibía como cocinera en comedores estudiantiles.

Los seis siguieron carreras superiores. Todos aprendieron a trabajar y a no medir esfuerzos para ayudar a los demás -a los que no tuvieron las mismas oportunidades-, a ser solidarios, a ser honrados, a ser dignos. "Yo los crié en la pobreza -dice Otilia-. Ellos no supieron nunca lo que era un juguete en Navidad, pero les enseñé a conformarse con lo que se tiene. Mi hija supo lo que era eso y se dedicó a que otros no sufran".

Nilda quiso ser maestra. Luego de recibirse, comenzó a ayudar en el comedor de la escuela, cada vez más concurrido. Cuenta Otilia que un día fue a visitar a su hija y vio tantos paquetes de azúcar que pensó que no estaba mal si ella se llevaba uno para la casa. Y dice que lloró de la vergüenza cuando Nilda le dijo que dejara eso ahí, que cuando papá llegara de trabajar iba a poder comprarlo, que había más de 140 chicos para alimentar con ese azúcar y que por más que pareciera tanta, a veces no alcanzaba. Otilia guarda esa anécdota como una máxima de vida y como el recuerdo de quién fue si hija.

Memoria de sangre


La casa de Otilia apenas se mantuvo en pie luego del embate del Salado. Ella fue arrancada de ahí por Carlos Rodríguez, un amigo de la familia que la llevó al mediodía del 29 con la excusa de una invitación a almorzar a la que la anciana no podía negarse. "No miré para atrás, para el lado de la plaza, porque no pensé en lo que iba a pasar", dice ahora. Y no llevó nada.

Su vivienda quedó prácticamente vacía luego de ser limpiada, pero nada pudo borrar de sus paredes las líneas de uno de los capítulos más tristes de la historia argentina, y cuya protagonista es Nilda Elías de Silva, su hija, que por entonces tenía 30 años.

-¿Qué pasó esa noche de abril de 1977?

-Ella había venido a casa porque era el cumpleaños de uno de sus hermanos. Salimos un rato a otra casa por la noche y cuando regresamos nos encontramos con un montón de autos en la puerta. No alcanzamos a entrar, no me dejaron entrar, con revólveres me amenazaron y ellos se metieron. Nilda estaba adentro y yo estaba preocupada porque los tres chicos dormían. Tenía mucho miedo, había policías hasta en el techo. Mi hija, no sé en qué momento me los mandó y al más chiquito, que tenía cinco meses, lo escondió debajo de la cama. La asesinaron, acá, en este comedor me la mataron.

-¿Qué le dijeron cuando preguntó por qué había pasado eso?

-No me dijeron nada. Fui al juez, denuncié y un día llegaron unas personas con papeles que querían que firmara, que no leyera y firmara, que era para que no tuviera que hacer cola no sé donde. Yo lo leí, decía que por no entregarse mi hija se ahorcó. No firmé nada.

-¿Y el marido de ella?

-Se llamaba Luis Ismael Silva, todavía sigue desaparecido. A mi nieta, que está en Hijos, le dijeron que era uno de los que habían tirado al río de la Plata. Él era delegado nacional de los villeros, ayudaba a la gente de acá, viajaba a Buenos Aires... lucharon mucho con Nilda para que esta gente saliera adelante. No sé. A mí me dijeron que quien comandó el operativo fue el comisario Juan Orlando Rolón, el que ahora está en la lista de los que van a juzgar.

El pasado en cenizas


Otilia milita en Madres de Plaza de Mayo. Sabe lo que es pedir justicia y que no se la den. Su dolor más grande después del dolor más grande que tuvo Santa Fe en la historia de sus barrios, es no conservar nada que le recuerde a su hija viva. Ni una foto, ni un cuaderno, ni su ropa. "Me desesperé cuando estaba evacuada de sólo pensar que acá, en casa, había quedado la urnita con sus cenizas que yo guardaba en el dormitorio. Pasaban los días y no aparecía, hasta que alguien la encontró debajo de un cajón que, al caer, la había cubierto, como protegida. Me decían que ella se quiso quedar para cuidar todo", relata con lágrimas que no dejan de caer por su arrugado rostro.

-¿Cómo fue volver?

-Triste, no sabés la amargura que se siente. Yo siempre le digo a mi gente que no hay que acostumbrarse a pedir sino a trabajar. Detestaba ver mujeres jóvenes pidiendo, y tuve que andar así, pidiendo. Tuve que pedir ropa, porque no tenía nada.

-¿En algún momento se le ocurrió abandonar el barrio?

-Me ofrecieron una casita, pero no, yo vivo acá, mis hijos nacieron acá. Cuando vine con mi marido no tenía más que una piecita sin puertas ni ventanas, en verano dormíamos en el patio. Es cierto que el barrio se puso malo de un tiempo a esta parte, pero a mí no me da vergüenza decir que vivo acá, porque sé quién soy.

Otilia vive de una pensión graciable de ciento cuarenta y cinco pesos. Todavía no tiene cocina, sólo unos muebles de segunda mano pudo comprar con el subsidio. La casa es helada y húmeda. Ella dice que aprendió de su hija esto de luchar por los derechos de los demás sin mirar tanto las necesidades propias. Cuenta que cuando el presidente Néstor Kirchner vino a Santa Fe, casi se fracturó la cadera en la escalera de la Casa Gris por hablarle, por pedirle una ayuda para los viejos del barrio. "Ôl me dijo que en lugar de alimentos nos iban a dar unos aumentitos en la mínima. Aunque me dolía la caída, me volví contenta", recuerda.

"Soy como la CGT"


En la casa de Otilia funciona la escuelita, un centro de alfabetización para adultos que pertenece a la escuela Quiroga y que nació gracias a una gestión de Amsafé. Con un maestro los que no saben leer aprenden y ya están en cuarto grado.

"Son como treinta los abuelos que vienen al saloncito, pero acá se atiende todo. Ahora estamos atrás de las pensiones graciables, pedimos para los viejitos del barrio mediante la Asociación Ley 5110 Santa Rosa de Lima que fundamos. Tenemos mutual, obra social, lo que se pueda conseguir, lo conseguimos. Incluso, hasta de consejera hago, les pido que no se metan en créditos porque después cobran monedas. Encima que es poquito...".

-¿Alguna vez le ofrecieron cosas a cambio de votos?

-Pila de veces, pero yo les digo que nosotros no trabajamos con ideas políticas, que si me quieren dar que me den, pero sin nada a cambio, y en eso soy estricta porque si yo no respeto a mi gente, no puedo pedir que me respeten a mí. Yo soy como la CGT para ellos.

-¿De dónde saca tanta fuerza?

-Yo creo que es la fuerza de mi hija. ¿Sabés? A veces estoy triste, mal, siento que me caigo, pero pareciera que ahí escucho la voz de Nilda que me dice "mami", y ya estoy arriba.

-¿Cómo está el barrio ahora?

-Este es un barrio luchador. Funcionan acá muchas agrupaciones, instituciones que reclaman sus derechos. Ahora, después de lo que nos pasó, aflojamos un poquito, porque la gente cruzó las vías y nos está dando una mano.

-¿Tiene miedo cuando hablan de la posibilidad de que una inundación como esta se repita?

-Si pasa de nuevo, yo agarro la urnita, cierro con llaves y me voy. Las cosas materiales se compran, la vida no. Esperamos que no pase más, pero no nos confiamos de lo que diga nadie a partir de ahora, porque la gente quedó destruida. Y el precio que pagamos por creer en lo que nos decían fue caro. Demasiado caro.

Próceres de barrio


El 17 de agosto de 2000 fue convertido en ordenanza un proyecto presentado por el concejal Juan Carlos Bettanín, para que el pasaje Liniers de Santa Rosa de Lima pase a llamarse Luis y Nilda Silva.

Luis Silva comenzó a trabajar como integrante de grupos juveniles en la parroquia Santa Rosa de Lima, colaborando con la formación de otros jóvenes. Participó en la edición de los periódicos barriales "Nuestro barrio", "El dominguero" y en la defensa de alrededor de quinientas familias amenazadas de desalojo por la construcción de la primera traza de la avenida de Circunvalación.

Integró la entonces naciente vecinal 12 de Octubre y, desde allí, se abocó a conseguir mejoras para el barrio y fomentar entre los vecinos una cultura basada en la unión, la solidaridad y la participación. Los testimonios de los vecinos recuerdan sus recorridas por la zona después de cada tormenta, para tener una mano a los habitantes de muchas viviendas precarias que poblaban el sur del sector.

Participó de una huelga de hambre en reclamo por el loteo de todo el barrio, conformó la Cooperativa de Vivienda, fue delegado del Movimiento Villero Peronista y el 26 de abril, en Buenos Aires, fue detenido por el gobierno militar para ser puesto en libertad dos meses después. El 11 de noviembre de 1976 es secuestrado nuevamente y aún es considerado desaparecido.

Luis Silva se había casado en 1970 con Nilda Elías, a quien conocía de los grupos parroquiales y que desde 1968 se desempeñaba como maestra en la Escuela Nº 196. Desde la parroquia y la vecinal trabajaron en la construcción de un aula radial en la mencionada escuela, para brindar a los niños la posibilidad de una educación sistemática en un sector con alto nivel de deserción. Los chicos recibían allí la copa de leche, control sanitario y contacto fluido con las actividades recreativas de la ciudad.

Luego de ocupar, en dos períodos consecutivos el cargo de presidenta de la vecinal 12 de Octubre, en 1974 Nilda se radica junto a su familia en Buenos Aires. En 1977, en una de sus visitas a Santa Fe, es asesinada por un grupo de militares en su casa natal.

Su aula radial fue cerrada por el gobierno de facto y debieron pasar muchos años para que se reconociera con la creación de la escuela Nº 1298 Monseñor Vicente Zazpe, el derecho a la educación de los niños de la zona sur de Santa Rosa de Lima.

Sobre la calle que hoy lleva el nombre de ambos, no sólo está la casa en la que aún vive Otilia, sino también la escuela y la parroquia donde estos dos luchadores comenzaron a asumir su compromiso social.

Araceli B. Retamoso