Opinión: OPIN-03 París... je t'aime
Por Lucio N. Miranda


Ni snob ni afrancesado; vivo en Santa Fe, quiero a mi ciudad, no podría estar mucho tiempo lejos de ella, pero amo a París, como mi amigo cinéfilo ama a Anouk Aimé y mi amigo filósofo ama a Hanna Arendt. O como el Quijote amaba a la Dulcinea del Toboso o el Juez del Patíbulo amaba a Ava Gardner. Se trata de un amor contemplativo, sereno, distante, pero al mismo tiempo íntimo, cálido y eterno.

A Santa Fe la quiero, a París lo amo. Santa Fe es mi ciudad, pero París... es París. La nuestra es una relación de muchos años; ni el tiempo ni los desencantos la han desgastado. Amo a París como el primer día y no creo exagerar si digo que lo seguiré amando hasta el fin de los tiempos.

Les cuento: yo ya soñaba con París cuando en mi adolescencia leía "Los tres mosqueteros" y me imaginaba caminando con D'Artagnan por los laberintos de sus calles, atusándome los bigotes, fanfarroneando con sus espadachines valientes, altaneros, mujeriegos y borrachos, y decidido a batirme a duelo con el primer espadachín del cardenal Richelieu que atreviese a sostenerme la mirada más de tres segundos.

Con París después intimé de la mano de Víctor Hugo, Balzac, Zola, Ponson du Terrail, Xavier de Montepín, el hijo de Alejandro Dumas y su dama de las camelias... pero mi fidelidad a D'Artagnan, Porthos, Athos y Aramis se mantuvo intacto.

Después vino lo otro: el existencialismo francés con Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus. O los marxistas Althusser, Garaudy, Lefevre, Merleau Ponty... o sus poetas... Mallarmé, Rimbaud, Lautremont, Baudelaire, Char, Breton, Eluard, Tzara... o sus pintores... Renoir, Cézanne, Utrillo, Van Gogh, Toulouse-Lautrec, Monet... o el cine... Godard, Bresson, Resnais, Truffaut, Rhomer, Chabrol, Melville... o la voz de Edith Piaf, Juliette Grecó, Sylvie Bartan, Gilbert Becaud, Mireille Mathieu, Charles Aznavour... o el anarquismo poético de George Brassens y Jacques Brel... o la lucidez religiosa de Mounier, Marcel, Bernanos, Theilard de Chardin, Maritain... o la sabiduría de Jean Guitton...

París iluminó mi juventud con los resplandores libertarios del Mayo Francés; París pobló de ideales mi adolescencia recorrida por espadachines, galanes, conspiradores y revolucionarios. Yo cabalgué al lado de Enrique IV y compartí su afirmación de que París bien valía una misa; yo manifesté con los saint culotes en defensa de la libertad y la república y en contra de la monarquía absoluta y el oscurantismo religioso; yo admiré a Napoleón en sus días de gloria y lloré Waterloo; yo levanté trincheras en sus calles durante las jornadas de la Comuna de París, acompañado por Rimbaud y Verlaine.

Yo estuve con Zola y Clemenceau denunciando a los militares reaccionarios y antisemitas que pretendían condenar a Dreyfus; yo luché en las jornadas oscuras de la ocupación nazi al lado de los partisanos y juro que integré el ejército de las sombras con Jeanne Moreau y Lino Ventura; yo salí a la calle a saludar a los soldados norteamericanos que cruzaron el Arco del Triunfo al ritmo de La Marsellesa...

Yo viví en sus bohardillas húmedas y estrechas, levantadas arriba de un almacén o un bar, a la que se accedía por una escalera estrecha y de escalones rotos y sucios... allí conocí el amor, el arte, la política, los vinos caros y las prostitutas baratas... y la voz de Aznavour; yo lo vi -lo juro- al joven Marx caminar por Montmartre con su barba revuelta, sus ojos oscuros, sus cabellos largos y un libro de poemas de Rimbaud bajo el brazo; yo tomé vino hasta la madrugada en el café Le Flore con Simone de Beauvoir, y ella me contaba que quería a Jean Paul Sartre pero estaba enamorada de Nelson Algreen; yo estuve con Arolas y Gardel en el Moulin Rouge y contemplamos la salida del sol desde un bodegón del Barrio Latino; yo salí a la calle a denunciar las torturas en Argelia; yo lloré la muerte de Camus y un día de otoño de 1980, del brazo de hippies, lesbianas, gays e intelectuales acompañé a Sartre a su última morada; yo estuve con el inspector Maigret y compartí silencios y copas de vino blanco mientras lo escuchaba reflexionar sobre los peligros del París nocturno...

¿Entienden ahora por qué amo a París? ¿Se entiende por qué lo mío es una pasión auténtica, avasalladora y leal? Viajé a París varias veces: debo decirles que el encuentro no me decepcionó... viajé muchas veces a París y -por Baco, dios del vino, Mercurio dios de los ladrones y Afrodita, diosa del amor- que cada vez que pueda lo seguiré haciendo.

Yo volveré a caminar por sus calles de la mañana a la noche, entraré a los museos, me sentaré en las terrazas de sus bares, curiosearé por sus callejuelas estrechas; marcharé hacia Versalles a deslumbrarme con su brillo y esplendor. Yo me pararé en uno de los puentes que cruzan el Sena y repetiré como si fuera una oración el párrafo de Cortázar. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es un mirlo, su puente el Pont des Arts".

Yo cruzaré la Place de la Concorde recordando cuando Hemingway me decía que "si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas a donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue".

Como dice César Vallejos: "Me moriré en París con aguacero"... pero antes prometo ser feliz en París y pasear por sus calles del brazo de la mujer que amo; a ella le enseñaré a compartir mi pasión por la ciudad que lleva el nombre del príncipe que por amor inició la guerra de Troya.

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