"Hasta aquí me condujeron los hados, esos sarcásticos empresarios del gran teatro del mundo. Y ahora, de nuevo por la nada gentil intercesión de tamañas majestades satánicas, arramblo mis escasos pertrechos, a punto de zarpar. Estoy en la orilla. Solo en la orilla, en la orilla de todo". Quien habla es Kanaka, un nativo de los Mares del Sur, a quien la vida o el destino ha arrojado a la isla de Martín García, a la que llegan los desterrados del mundo, prisioneros a los que nadie toma en cuenta, quienes simple y cruelmente deben esperar la muerte en esa tierra de nadie, donde todo es olvido.
Kanakas se llaman a sí mismos los habitantes de los Mares del Sur. El protagonista toma pues ese nombre para asumir una determinada identidad y que así se lo conozca en esos lugares donde ha llegado buscando perpetrar una personal y muy personal venganza. Pero sus intenciones se irán diluyendo hasta que, en determinado momento y para defender a una mujer que no quería ser defendida, mata a un hombre y recibe la condena.
Llega así a ese "finisterre" que resulta Martín García, en la que únicamente pervive la desolación. Y sobre su vida en la isla, rodeado de seres extraños, tanto o más agónicos que él mismo, así como sobre su vida en las otras islas, las perdidas, donde han quedado su madre y su pueblo, cuenta Kanaka quien en determinado momento confiesa una particular relación con, nada menos que, Herman Melville.
Aclaremos que estamos en los fines del siglo XIX y que es la atmósfera de ese siglo en el que el progreso todo lo presidía en Occidente la que transmite este libro particular trabajado con singular inteligencia por el argentino Juan Bautista Duizeide (Mar del Plata, 1964) quien, como piloto de ultramar, navegó por todos los mares del mundo, según se informa en la contratapa de este libro.
El autor nos habla con un lenguaje muy propio, muy particular, que con habilidad acude a palabras que han caído en desuso pero que le permiten reconstruir aquella atmósfera, ubicarnos en un tiempo pretérito. Y simultáneamente un tanto indefinido, porque los datos históricos que aporta son mínimos, dado que lo que busca y consigue es constituir un orbe propio, autónomo, en el que la soledad y el desarraigo se vuelven cuestiones fundamentales.
Resulta además singular cuanto se relaciona a Melville. Las asociaciones que el lector de "Kanaka" pueda establecer con Moby Dick son múltiples. Duizeide las sugiere pero no termina de definirlas con claridad. Sin duda Kanaka busca también su ballena blanca, y no por nada en el comienzo de su historia advierte que también a él se lo podría llamar Ishmael... Además, para acentuar tales asociaciones, en la portada del libro el dibujo elegido -de Ana Tarsia- alude al capitán Ahab.
Por "Kanaka", Duizeide obtuvo el Premio Julio Cortázar otorgado el año pasado por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. El jurado integrado por Luisa Valenzuela, Mario Goloboff y Carlos Bernatek ha sabido "leer" esta novela tan particular, cargada de resonancias literarias, verdaderamente ambiciosa, que obliga a tomar en cuenta de aquí en más el nombre de su autor.
Carlos Roberto Morán