Un libro de Pedro Molinas sobre Julio Migno
Retrato del poeta enamorado
El próximo 4 de diciembre se cumplen 12 años de la muerte de Julio Migno. Mucho se conoce de cómo pintó su aldea, pero poco del gran amor que iluminó su vida. Este año falleció su esposa Olga, a quien el poeta de la costa dedicó sentidos versos. Un libro aparecido recientemente bucea en esta historia.

El poeta en su paisaje: el río.Para el libro de Molinas, el pintor Juan Arancio puso los trazos que terminan de configurar la cosmovisión de Julio Migno.. 

Pedro Molinas conoció la costa por los versos de su poeta: Julio Migno. Supo de islas, de montes, ranchos y de las gentes que pueblan el paisaje, gracias a las páginas de un libro: "Yerbagüena (El mielero)". Ese universo que se abrió entonces para él tomó cuerpo, tuvo colores, olores y sabores cuando conoció San Javier. Y tuvo rostros, cuando este profesor de San Justo decidió radicarse en el lugar donde nació el "poeta de la costa".

Ahora, a 12 años de la desaparición física del escritor, Molinas escribió un libro donde reflexiona acerca de ese lenguaje tan particular y tan propio del habitante de las orillas, que fielmente recreó Migno en su poesía, por ser parte de la cultura del río. En su texto, el autor posa su interés en las metáforas de los versos del poeta, a partir del análisis de las obras "A los nuestros", "Amargas" y la citada "Yerbagüena (El mielero)".

-¿Cuándo inició este trabajo con las obras de Migno?

-Me he trazado un itinerario. Cuando se cumplieron diez años de la desaparición física del artista, ATE seccional San Javier editó un ensayo que escribí, de pocas páginas, pero de enorme contenido para mí. De todas maneras, no quedé conforme y me dediqué a analizar algunos de los versos de los seis libros que firmó el vate, desde su juventud en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe hasta su último trabajo "Summa poética". Los cuatro intermedios están en un estilo particular -tal como confiesa él- con respecto a la elección del lenguaje: "Es el de mi madre, el de mis paisanos -decía Migno-. Elegí la palabra familiar que, en mi caso, era la misma de mis criollos hermanos. Y mi madre hablaba así, por eso la leche materna transita en mis versos".

En cambio, si se quiere interpretar "Summa poética", aconsejo leerlo acompañado de un diccionario.

Poeta de las cosas nuestras

Julio Migno se autodefinía como un "ufano poeta rural, lejos de academias y macaneos estilistas". Y desde esa cosmovisión escribió toda su obra, que no quedó en el papel, sino que cobró voz en el canto de varios intérpretes populares.

-¿Cómo surge la idea de analizar los versos de Migno?

-Hace 55 años, cuando era muy joven, al llegar a mis manos un ejemplar de "Yerbagüena (El mielero)", presté mucha atención al lenguaje que utilizaba Migno en su redacción. No conocía la costa de su San Javier, y menos los montes que lo rodean, pero tuve la suerte de trabar amistad con los hermanos Ernesto y Tino Enría, cuyos hijos eran mis alumnos en la escuela técnica de San Justo. Ellos me llevaron a cazar en los montes y a pescar en el río San Javier. A partir de ese momento, comencé a descifrar las metáforas y los silogismos que contenían esos versos, a conocer a los sanjavierinos, a hacer ranchadas en las islas y vivir de cerca la vida de sus habitantes. Conocí el sufrimiento de sus aborígenes... O sea que, a través de su poesía, comprobé lo que era el albardón costero.

Después, fui consiguiendo sus libros, entendiendo cada vez más sus poemas y comprendiendo su rebelión y protesta.

Llevo en mis venas, por parte de mi madre, sangre tehuelche y charrúa. Quizás sea por eso que admiro la defensa que hizo el poeta de sus paisanos y de sus hermanos de raza, como él llamó a los mocovíes.

Además, hace veintisiete años que tengo la dicha de vivir en los pagos de Migno, donde crié una hija y me nacieron dos mocovíes.

-¿Quién editó el libro?

-El grupo cultural Caiá la a va, que en idioma mocoví quiere decir "hermanos de la tierra", hizo llegar el libro a la Cámara de Diputados de la provincia, cuando ya había sido declarado de interés por la Municipalidad de San Javier. El diputado Santiago Mascheroni presentó un proyecto para editar 1.000 ejemplares y fue aprobado por unanimidad, con la única condición de que renunciara a los derechos de autor. Las ilustraciones del libro corresponden a una inestimable y desinteresada colaboración del artista plástico santafesino Juan Arancio.

-Al analizar la poesía de Migno, ¿qué cosas encontró, más allá de las metáforas y silogismos?

-El gran cariño que tenía por su esposa Olga Ramírez ("Chocha"), a la que cita en sus versos en numerosas ocasiones. Con el material que detecté sobre este tema, elaboré una cronología de cómo se fueron sucediendo los hechos, desde su niñez hasta el "reencuentro" de ambos en el cielo, basándome en su poesía.

Biografía de un gran amor

"Érase un pueblito/ con sus cuatro esquinas./ Era ver sus casas diagonadas./ En una de ellas vivía mi abuela/ Griselda, severa y altiva", escribió en "Cuatro esquinas", de "Miquichises".

Allí también vivían su padre Julio, su madre Ofelia y él, "el gringuito rubio, piel de Judas y Barrabás de todo el vecindario", preocupación permanente de su madre por su aseo personal y para que asistiera a clases. Rebelde desde siempre, buscador de pájaros, amigo de los indiecitos y de las siestas en ese río que le perdonó la vida varias veces, Julio prefería treparse a los árboles, meterse en cualquier rancho y, si podía, acompañaba a comer un "locro guacho", pan caliente o tortas fritas.

Mientras tanto, desde Cayastacito, Felipe Ramírez llegaba a instalar un almacén de ramos generales con su familia. Entre sus hijas estaba Olga. Con Julio se conocieron en el tercer grado de la Esc. N° 435 Juan Bautista Alberdi. Ella era una niña de tez muy blanca y grandes ojos negros, al igual que sus cabellos, que peinaba su madre María Luisa en dos hermosas trenzas rematadas en primorosos moñitos, que Julio tiraba a veces para enojo de la nena.

En aquellos tiempos, los padres de Julio y la familia en pleno debían solucionar el "problema" que representaba la rebeldía de este niño y optaron por mandarlo de pupilo al Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Los padres jesuitas se encargaron de "domar" al chúcaro.

Ya adolescente, Julio asistió a una fiesta de fin de curso y la florista del acto escolar le arrojó una flor que cayó en sus faldas. Esa flor provocó el mismo efecto que la flecha de Cupido: quedó prendado de su hermosura. La niña era aquella a quien él molestó tantas veces con un tirón de trenzas, y ella correspondió a su amor.

"Tuve luz en mi celda, encendida,/ tuve estrella en mi pecho, incendiada,/ Y ya ves lo que pudo en la vida mujer, tu mirada". Estos versos escribió en "Summa poética".

Julio continuó sus estudios de bachiller y Olga ingresó al colegio Domingo Guzmán Silva, con la intención de llegar a Perito Mercantil, a fin de ser útil en el negocio de su padre. Podían encontrarse algún fin de semana, hasta que ella dejó el estudio. En esas ausencias -cada vez más prolongadas-, jamás dejó de dedicarle un poema a su amada ausente.

"Cuando se encienda la primera estrella/ titilante y medrosa en el cenit/; cuando embalsamen el ambiente puro/ las fragancias del nardo y el jazmín./ Entonces, cuando el día esté muriendo... ¿Te acordarás de mí?", dice en "A los nuestros", de 1932.

Unos años más tarde, publica su primera obra de aliento, "Amargas" (1943), y la dedica a sus padres: "Para don Felipe y doña M. Luisa, el humilde homenaje del próximo nuevo hijo. Sinceramente, Julio".

"No me gusta mandar ni que me manden,/ ni en la tropilla del rigor me aliño/ Pa' que todos mis chúcaros se ablanden;/ el amanse mejor es el cariño", les dice en "A Rosa Celeste", de "Chira Molina".

Finalmente, se unieron Olga y Julio y de ese amor nacieron Olga, Margarita y Julio Abelardo, que falleció muy niño.

"La compañera mirando al cielo,/ Y yo quemando dolor y chalas/ De catre a silla los días enteros/ Y güeno... estaba de Dios que juera/ pa' probar juerzas al tronco viejo". ("Brujerías", de "Miquichises").

Pasó el tiempo y el escritor continuó su lucha ardua y difícil, de poeta ilusionado, "pirquinero iluminado por su propio mineral: la poesía".

"Se cumplió el deseo, me quedé sin madre./ Se fue el hijo niño, casa desolada,/ pero queda el pueblo más lindo del mundo/ mi siempre muchacha", escribió en "Mi pueblo", de "Miquichises".

De a poco se fueron alejando los pasos ligeros de la edad dorada y llegaron los pausados de la edad de plata. Ahí, nos pide el poeta: "Tu que vas a la Iglesia con tu creencia, rezad/ porque nunca me falten mis dos hechicerías./ Sin amor ¿de qué otro menester viviría?/ y de qué sin mi trova, león de mi soledad?/ ("Soneto del amor florecido", de "Summa poética").

A Olga también le llegó la edad de plata y Julio le escribió a su cabellera: "Ya que el huso del tiempo/ hiló paciente tu primera cana,/ quiero guardarla para hacer con ella/ caminito de luz, alma de mi alma./ Por esa hebra sutil, todos los sueños/ por su rayo de amor, todas mis ansias./ Quise tu cabellera anochecida/ íCómo no he de quererla iluminada!" ("Ofrenda", de "Miquichises").

El ocaso del creador

Julio sintió después que su vida se apagaba y que su lucha como poeta fue difícil, pero jamás abandonada. Entonces, hizo estos versos: "Elaboré en silencio la miel de mis panales/ nadie puede acusarme de haber vertido hiel/ Y si no tuve tiempo de atesorar caudales/ sembré un bosque sin límites de mirto y de laurel". ("Del oficio luminoso", en "Summa poética").

Este recuerdo es el que nos queda de Olga y Julio, del amor que se profesaron, de la lucha que emprendieron juntos. Y si hubo críticas o si todavía existen, dejémoslas porque en todo pueblo pequeño hay un drama de montescos y capuletos.

"Me dio sus rosas, me brindó su báculo/ Y levantó la cruz en mi caída./ Por eso está en mis fieles tabernáculos/ y en el canto de amor que no la olvida./ Su óleo de luz cicatrizó mi llaga./ Dio su constante miel a mi amargura./ Es mi lámpara azul que no se apaga/ Y mi inexhausto pozo de ternura./ íVence! me dijo cuando estaba en huida/ íSana! clamó si me abatí en el lecho/ y continuó su lámpara encendida/ como escudo de luz sobre mi pecho./ Porque piadosa me apartó del lodo/ porque le dio a mi noche rumbo fijo/ Por todo eso la quiero, y sobre todo/ Por esa gloria de brindarme un hijo". ("La Ofrenda", de "Summa poética").

Julio Migno falleció el 4 de diciembre de 1993. Al día siguiente, casi olvidado por el pueblo que dio a conocer al mundo, fue sepultado en San Javier, en el panteón de los Migno. Olga, su "Chocha", desde el 11 de mayo de 2005 está a su lado. Sus almas, ahora unidas en el cielo, seguirán gozando de amor eterno.

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El libro del profesor Pedro Molinas sobre la poesía de Julio Migno se presentó en San Javier, durante un acto en el que participaron autoridades e integrantes de organizaciones representativas del lugar. El joven Bruno Bazán recitó los versos quizás más conocidos del poeta: "San Francisco Javier".

Luego, en representación de la asociación Hermanos de la Tierra, habló Silvia Gervasoni, quien explicó que el grupo se formó el año pasado, a propósito de los cien años de la última rebelión mocoví. Además de promover la edición de este libro, la agrupación organizó otras actividades culturales, como la muestra fotográfica del periodista Carlos Medera y la celebración de los 25 años de San Javier ciudad.

A su turno, el legislador Santiago Mascheroni reconoció a la comunidad sanjavierina, porque "pelea por mantener viva su cultura y la figura grande de Julio Migno", y el intendente Adrián Simil felicitó a los autores de este proyecto cultural.

Finalmente, Molinas destacó que su intención fue "rendir homenaje al poeta que desde hace muchos años me deleita con sus versos porque, cada vez que tomo un libro suyo en mis manos, me produce sinfronismo (palabra creada por Ortega y Gasset, que refiere a que el lector borra tiempo y distancia con respecto al autor). Esto es lo que me ha ocurrido con otros escritores y es lo que más siento cada vez que tengo en mis manos una obra de Julio Migno".

Revista NosotrosEntrevista: Carlos MederaFotos: El Litoral