La Constitución, la ciudad y los hombres
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A mediados de 1852, la aldeana ciudad de Santa Fe se vio completamente revolucionada por el arribo de un contingente de notables, cuya misión fue dejar sentadas las bases para la institucionalización argentina. Sus nombres quedaron registrados en la historia grande del país y hoy jalonan el trazado vial urbano, uno al lado del otro. Por entonces, sus huellas sólo se advertían en las calles arenosas, y se perdían entre las de perros y caballos que pululaban por el caserío. Pero si el ritmo pueblerino se vio convulsionado, también los visitantes tuvieron que adaptarse al calor, la austeridad, las escasas diversiones, las comidas pesadas y las siestas largas. Y tanto, que algunos se quedaron.
Un puñado de testimonios y unos pocos objetos dejan constancia de lo que ocurría cotidianamente en la Santa Fe de ese particular período histórico. Horacio Rosatti -que hoy se declara dedicado por completo a la actividad académica y profesional, y no a la política- tomó la posta de destacados historiadores, rastreó durante años voces y documentos, y los volcó en "El molde y la receta", subtitulado "La novela de la Constitución".
-�Qué podemos decir de los convencionales? �Eran todas personas con algún desarrollo intelectual o algunos eran meros figurones?
-Había de todo. Lo que critica José María Rosa es que, en general, no hay mucha coincidencia entre el lugar de nacimiento o radicación del convencional y la provincia a la que representa. Y esto es cierto. Él habla de los convencionales "alquilones", porque se alquilaban para una provincia siendo de otra. Urquiza tuvo una incidencia importantísima en la designación de muchos. Pero estaba gente valiosa, como Pedro Ferré, Pedro Díaz Colodrero, Juan del Campillo, Manuel Leiva, Seguí, Lavaisse. Había clérigos, militares, gente con mucha experiencia política, literatos como Juan María Gutiérrez, estudiosos como Gorostiaga. Yo diría que era un nivel muy bueno.
Urquiza y los representantes de las provincias no fueron las únicas figuras notables que se pudieron ver en Santa Fe por aquella época. De hecho, el propio Cabildo fue blanqueado por una impensada celebridad. Esa tarea que, según consigna Rosatti, bien pudo haber sido llevada a cabo por un preso -como era habitual en la época, máxime cuando había calabozos en el propio edificio- estuvo a cargo de Amadeo Gras, un concertista europeo que es también quien trajo al país la técnica del daguerrotipo. Y que, en años posteriores, se labró reputación retratando a toda la alta sociedad del virreinato.
También se recuerda a Bandurria Bustamante, quien fuera tambor de Belgrano en la batalla de Tucumán y aseguraba haber tomado parte en la resistencia a las Invasiones Inglesas. Bustamante solía tocar el tambor en el Cabildo y subsistía con una modesta pensión, consistente en cierta cantidad de carne por día. Murió en 1883, a los 92 años, casi ciego, enfermo y en la más completa miseria.
Emerio Agretti