El 21 de abril, en horas de la noche, agentes policiales encontraron muerto en su domicilio de barrio Candioti a Álvaro Marcelo Costa, un profesor de filosofía de 47 años de edad que había sido asesinado 3 ó 4 días antes.
Costa era ampliamente conocido en el ambiente cultural y educativo y, a un mes de hacerse pública su desaparición física, la Asociación Argentina de Profesores de Filosofía (Sapfi) subsede Santa Fe quiso recordarlo, resaltando tanto sus cualidades personales como profesionales, y exigiendo que se esclarezca el caso.
Álvaro se desempañaba como profesor de Filosofía en distintos establecimientos educativos medios y terciarios de la ciudad, "defendiendo los derechos de sus colegas y el derecho a la educación de los ciudadanos", dice la Sapfi, entidad de la que Costa fue fundador y coordinador de la subsede Santa Fe. Además, fue vocal suplente de la comisión nacional de esa asociación.
"Pensador crítico de la realidad cotidiana en la vida política, social y cultural, una de sus inquietudes, y motivo de lucha, fue la defensa de la enseñanza de la Filosofía en la provincia desde el 2000. Otra de sus pasiones fue la poesía, género en el cual se explayaba maravillosamente", señala un comunicado firmado por Arnaldo Arriola y Betina Gutscher, integrantes de la Sapfi.
"Por su vida y su trayectoria, los profesores de Filosofía queremos que se haga justicia y se esclarezca el hecho, para que no quede impune su pérdida y no se olvide su memoria", reclama la asociación.
Por su parte, Martha Frassineti, doctora en Filosofía de la UBA y fundadora de la Sapfi nacional, aportó su opinión vía e-mail: "Conocí a Álvaro en una de las jornadas de la Sapfi en Buenos Aires y me llamó la atención el nivel de información que tenía sobre el estado de la enseñanza de la Filosofía, y el entusiasmo que transmitía con relación a la necesidad de que la enseñanza de esa materia mejorara en calidad y cantidad.
"Posteriormente -añade el mensaje-, a lo largo de los años en que concurrí a Santa Fe, tuve la ocasión de hablar con él extensamente sobre temas de Filosofía y su enseñanza y sobre la actualidad nacional. Siempre encontré un interlocutor inteligente, estudioso y sensible, con convicciones firmes pero capaz de escuchar al otro y ponderar sus puntos de vista".
"En su desempeño al frente de la Sapfi Santa Fe, me parecieron destacables su capacidad organizativa, su preocupación por hacer lo mejor posible, su dinamismo y su iniciativa puesta al servicio de lo que pudiera mejorar la educación de los jóvenes. Su pérdida deja un vacío muy difícil de llenar, pero creo que tenemos que recoger el desafío de continuar lo que él empezó en Santa Fe", cierra Frassineti.
"Para Álvaro la `educación' era una abstracción. Lo que él llamaba `educación' eran seres concretos, con los que siempre se sintió comprometido y no sólo de palabra sino con hechos concretos, de público conocimiento", indica Diana López, amiga y colega del docente asesinado.
"La `educación' para Álvaro tenía siempre una connotación personal, relacionada con docentes y alumnos que disfrutaban (el estar juntos y no de cualquier manera) de ese encuentro único y casi mágico: sólo allí, si estaban dadas las condiciones, se podía `hacer filosofía'. Nunca simpatizó con la forma burocrático-administrativa que asumen las instituciones para justificar su existencia tras la máscara de la `transmisión' del saber.
"Sin embargo, supo aceptar esta dinámica -a veces cómica, a veces, patética- para construir desde allí, no sólo una praxis educativa diferente, sino también una experiencia humana más consistente, más digna, a la altura de docentes y alumnos que `dan' lo que saben, lo que quieren saber, como sólo se da lo que más se ama, como sólo se recibe lo que más se necesita, como un `don', sin más.
"En esto coincidíamos por lejos: la pasión sin el saber, es ciega; el saber sin la pasión, vacío. No así en su lucha por trasformar la lógica de las instituciones: creo que en este plano se puede hacer mucho pero con tiempo, `sin prisa pero sin pausa', le decía; él quería hacerlo `todo' y `ya'. Esto lo desgastó enormemente porque chocaba con un sistema que, en un punto, sólo busca reproducirse.
"Sabía esto y, sin embargo, no renunció a enajenar gran parte de sus fuerzas, de su tiempo, en esperas infinitas de audiencias, en diálogos interminables con funcionarios. �Logró mucho o poco? Se verá luego; ahora importa rescatar lo que trasmitió: sobre todo una confianza sobre las propias fuerzas asentadas sobre la insistencia y la paciencia... Nada lo detenía cuando se trataba de la defensa de los derechos docentes".
"También estaba el escritor, el poeta, a quien siempre recordaré por su capacidad para detenerse en la etimología de las palabras... No escribía para ser leído, escribía porque no podía no hacerlo. Esto lo justificaba, le devolvía un valor y una fuerza que no supo encontrar en el contexto de la vida cotidiana. Le daba un lugar en el mundo.
"En fin, veo que en el estado desvalido en que nos ha dejado su ida para siempre de manera tan absurda -y tan a des-tiempo ítenía tanto por hacer!-, no hacemos más que hablar de él para los otros, para nosotros mismos, como una forma de consuelo ante el vacío que siempre deja la muerte", culmina López.