Loyola

El legado ignaciano, en ruinas

 La "quinta de los jesuitas", de fines del siglo XIX, aún pertenece a la orden. Fotos: Amancio Alem.. 

El barrio lleva el nombre del inquieto y perseverante fundador de la Compañía de Jesús. Hoy, aunque muy alejado de los principios que movieron a los discípulos de San Ignacio de Loyola en estas latitudes, se ven pocos aunque bienvenidos intentos por mejorar la situación.

Muchos siglos después de que el santo que le dio nombre viviera, nació como barrio Loyola. La connotación de su denominación supone una carga que obliga a la comparación o, al menos, a precisar el origen y contextualizar esta asignación.

Ignacio de Loyola no fue un hombre más. Incluso, la Compañía de Jesús que fundó tampoco fue una orden más. Siempre buscó la excelencia, primero, como militar y, luego de que una herida lo llevara a la conversión, en su práctica cristiana. El hombre que nació en 1491 en el seno de una familia de nobles de la región de los Pirineos exigía a los demás menos que a sí mismo. Todo para "mayor gloria de Dios". Acción incansable, sonrisa permanente, estudio arduo, amor a las ciencias y humildad en la enseñanza fueron su prédica y vivencia.

De su impronta provienen las tierras que hoy nos ocupan, en el extremo noroeste de la ciudad, al sur de Yapeyú. Es que, gracias al discipulado que inició San Ignacio, los jesuitas vinieron a evangelizar estas tierras un poco antes de establecer el colegio en Santa Fe, en el año 1610. Para garantizar la enseñanza gratuita y la labor espiritual, los integrantes de la Compañía de Jesús se abocaron a la producción en las estancias que adquirieron y al desarrollo de oficinas comerciales o Procuradurías de Misiones. Esta concepción pretendía lograr la independencia necesaria para garantizar la continuidad de su actividad, ya que los fondos reales eran escasos y la burocracia colonial, muy lenta.

Tanto emprendimiento y tanta acción continua generaron críticas en el seno de la Iglesia y del poder, lo que les ocasionó la expulsión. A nuestra ciudad pudieron volver a fines del siglo XIX, cuando adquirieron una quinta en la zona de Piquete -actual Loyola- con el mismo espíritu que el anterior.

En un terreno que ocupaba lo que hoy es el barrio, unas 600 hectáreas, se criaban más de 300 animales, se desarrollaban el cultivo y la producción de leche. Todo para abastecer al Colegio de la Inmaculada, en el centro de la ciudad. También asistían al lugar los curas como descanso de fin de semana y los alumnos para realizar los ejercicios espirituales.

Pasado el año 1970, los terrenos se lotearon y la compañía se quedó con las 28 hectáreas que aún hoy son de su propiedad y que contienen la casa del cuidador y el tanque. Actualmente, los antiguos cimientos están en ruinas. Lo que debería ser declarado patrimonio de la ciudad no sólo por su edificación de época, sino por el legado invalorable de la acción evangelizadora que provocó San Ignacio en nuestra zona, no es tenido en cuenta por las autoridades locales.

Además, salvo los últimos intentos del Promeba por llevar dignidad a los vecinos, lejos están las calles de Loyola de la prédica de excelencia y esfuerzo jesuita. Ni siquiera tienen escuela.

Las comparaciones, se sabe, son odiosas. Pero, también, inevitables. La ciudad tiene una historia reciente plagada de logros y esfuerzos compartidos que es imposible obviar, además de necesario recordar. Bien viene traer esto a colación para entender que puede este barrio, como tantos de la ciudad, dejar el presente de ranchos miserables, calles anegadizas, falta de trabajo estable y de organización comunitaria. Aunque, para muchos, para los que son impensadas las epopeyas que imaginó y concretó San Ignacio de Loyola, esto sea imposible.

Fuentes:

Del suplemento de El Litoral "La herencia jesuítica en Santa Fe": "La Chacarita", por Gustavo Vittori; "Las estancias", por Luis María Calvo, y "El Colegio de la Inmaculada desde 1862", por Jorge A. Terpin.

Se necesita

Si bien los dos puntos extremos de Loyola (sur y norte) tienen necesidades específicas, pueden reunirse por las siguientes falencias:

- Espacios verdes y lugares para los chicos -no hay plazas ni parques.

- Una capilla -celebran misa en un campito.

- Basurales que se deben eliminar.

- Insuficiente atención médica para adultos, ya que en el Centro de Salud de Los Sin Techo sólo se atiende a niños.

- Sin servicios de cloacas, agua corriente, arreglo de calles y mejorado de servicios en Loyola Norte.

- Falta de reposición de un foco en la intersección de Hugo Wast y Alfonsina Storni, que no funciona desde hace un año.

- Paradas de colectivo más cercanas al barrio -ahora tienen que caminar cinco cuadras para tomar uno.

- Más seguridad y presencia policial.

Sol Lauría/ Mónica Ritacca