Toco y me voy
Esas cosas que uno hace...
Hay muchas, muchísimas, más de las que imaginamos, cosas que hacemos sin pensar, porque sí, porque así se hacían o se hacen, porque te dijeron, porque ni te lo preguntaste. íMarchen tres lupines secos!

Mi amigo Luis se manda, así de una, tres lupines secos a la mañana en ayunas. Yo, a los lupines, los como con el liso frío en algunos bares, y están cocidos y en vinagre y con perejil cortado y otros aderezos. A lo sumo, uno debe esforzarse con el escarbadientes para acertarle con el pinchazo, evitando agasajar el ojo de algún comensal vecino. Pero Luisito los come secos (y algunos lupines son grandes, me dice en tono de advertencia, y le creo), porque alguien le dijo que no hay nada mejor para combatir el ácido úrico, que mi amigo forjó todos los días a puro chinchulín y marucha, milanesa, chorizo, matambre. De aflojarle a los asados, ni una palabra. Aparentemente, estos lupines secos, en el estómago actuarían como una suerte de esponja capaz de absorber el excedente que el exceso de carne y una dieta inadecuada provocan. Te regalo la argumentación racional.

Como los lupines... ¿cuántas cosas hacemos todos los días sin pensar, sólo porque sí, por una razón atávica, cultural o lo que fuera?>

Ahí tenés gente pensante, con título universitario usando una cintita roja en la muñeca contra la envidia y las malas ondas. Sé de profesionales que se van de doña Cata a curarse el empacho o el mal de ojo; escritores famosos -de monolítica cultura general y particular- que toman caña con ruda todos los primeros de agosto y otras muchas prácticas.>

Es cierto: hay cosas que se hacen porque sí, porque así se hicieron siempre, y esa persistencia en el tiempo ya es un saber, eso que cae debajo del rótulo del (difuso, y a veces mentiroso) "saber popular", cosas que la abuela hacía, que su abuela hacía y que la abuela de su abuela, y así hasta perder el rastro en el fondo de la historia (ese cuarto lleno de desperdicios). Y uno además no puede estar todo el tiempo con la guardia alta, porque así no se puede vivir. Hay cosas que, en efecto, bien pueden hacerse a la bartola, a la que te criaste, inmotivadas.>

Hay gente que se levanta y enciende la radio. Ni piensa ni escucha. Enciende nomás. Otros abren la heladera pa'mirar nada más, no porque tengan necesidad alguna. En el ancho mundo de las cosas que se hacen sin un sustento racional, está la enorme lista de supersticiones: desde el gato negro hasta cortar las tormentas con hacha, tijera, cegar los espejos, poner una moneda en el ombligo del recién nacido, o debajo del plato de ñoquis los días 29 (y comerlos ese día y no cualquier otro), regalar y usar una bombacha rosada en año nuevo (una avivada de los fabricantes de lencería) y tantas otras. También deben anotarse las prácticas que están más acá y más allá de la religión, ritos, velas, ruegos, peregrinaciones, mandalas, favores reclamados al santito y cambio de santito si ése no funciona. En mis pagos, dicen, había un matrimonio muy pío que daba vuelta todas las estampitas antes de tener relaciones -perdón por lo que voy a decir- sexuales, que duraban horas: las estampitas eran centenares, así que la pasaban bomba en el largo proceso de girarlas antes y después.>

¿Por qué los jugadores de fútbol entran a la cancha con el pie derecho; por qué los actores se desean mierda -en francés, eso sí- y no suerte como todo el mundo; por qué la gente se persigna delante de cualquier templo o iglesia; por qué removemos con la cucharita de café muchos más minutos que los requeridos realmente para disolver azúcar o edulcorante; por qué vamos al cementerio, por qué ciertos días, por qué con flores; por qué compramos sidra para Navidad y no otros días y por qué tantas, pero tantas cosas, imposibles de enumerar -como dicen en los volantes de los remates- en este artículo.>

Lo que nunca le pregunté a mi amigo Luis es la circulación intestina de los lupines. Sabemos que no son fáciles de tragar, que más parecen algunos antibióticos de los grandotes que semillitas. Capaz que eso cuando sale, duele. A menos que des tres vueltas sobre vos mismo, en el sentido contrario a las agujas del reloj, antes de sentarte en el trono.>

Texto: Néstor Fenoglio[email protected]