"Teoría del desamparo", de Orlando van Bredam. Emecé. Buenos Aires, 2007.
Un día cualquiera el protagonista sale de su casa para ir a trabajar y al abrir el baúl de su auto se encuentra con un cadáver. De la sorpresa inicial, entre desvalida y frenética, pasamos al pasmo, a la indiferencia y a la casi dolorosa locura de un pobre hombrecito común que ve interrumpida su rutina anodina en forma tan agresiva e insólita.
Lo envuelven de inmediato un vértigo de especulaciones, terrores, desatinos, avances y retrocesos, empujado además por la incomunicación absoluta que descubre en su relación familiar y laboral.
La resolución del conflicto no es tan simple. Aparecen en escena una galería de tipos extremos: gobernantes corruptos, guardaespaldas, fiolos, prostitutas y el caos político que genera el supuesto secuestro de un diputado.
La "película" a la que asistimos no nos resulta desconocida ni extraña; cada escena emerge de nuestra realidad más inmediata. Sin embargo, el estilo, el tono, el modo en que se van narrando los hechos, nos sorprenden más allá de la intriga o de la sospecha de cualquier relato policial clásico.
El uso de la segunda persona para el protagónico genera una especie de extrañamiento, por el efecto de la fuerza asertiva de sus enunciados en el doble juego de provocar y tomar distancia, como si quisiera involucrar al receptor, situándolo a su vez ante lo desopilante, en un escenario donde se ronda el esperpento, entre mujeres sobremaquilladas, rufianes pervertidos y políticos bestiales.
Un detective -con diploma conseguido en sus estudios por correspondencia- será el único que intentará auxiliar a la pobre víctima desamparada, quien termina envuelto en disputas domésticas ya que nadie le cree, ni su mujer ni sus hijos. Hay un ambiente muy bien caracterizado, tan sobrecogedor como aquél de "El extranjero" de Camus, pero tan realista y fatal como el actual escenario nacional e internacional, donde la corrupción y el comportamiento de los políticos se reflejan como un verdadero estigma que heredan las administraciones de turno y padece el pueblo. Al igual que el Meursault de Camus, el protagonista de van Bredam refleja por vía del absurdo la feroz alienación que padece el hombre cuando ha perdido toda esperanza de una vida digna. El desencanto, la pérdida de ilusión y el escepticismo arrastran a la indiferencia y a una pasmosa lasitud que deviene en un pavoroso peligro terminal para el hombre.
Una rutina que se quiebra con la sorpresa del día -el hallazgo del cadáver- y una paz que nunca más se vuelve a recuperar en aquel lejano adormecido lugar del interior.
Coherente con el título, siguiendo los pasos convencionales de la investigación, se descubre una "teoría del desamparo", la que versa sobre el sufrimiento alienante del ser humano cuando pierde sus ideales y se siente ajeno o extranjero en su propio universo.
Esta novela recibió el premio Emecé 2007 de novela, con un jurado conformado por Vlady Kociancich, Abelardo Castillo y Andrés Rivera, cuyo dictamen destacó la veta original de una historia muy verosímil.