El Instituto Balseiro, dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo y de la CNEA, acaba de ser reconocido como centro regional de la Agencia Internacional de Energía Atómica (Aiea). Con esta designación, el instituto confirma su excelencia académica y es un ejemplo a tener en cuenta por quienes conducen la educación superior en la Argentina.
La referencia es merecida y útil en un escenario de crisis universitaria, donde pareciera que las reivindicaciones siempre están relacionadas con el facilismo. En este contexto, el Balseiro se erige como una institución modelo que expresa lo que efectivamente debería ser y producir la universidad argentina.
Las universidades se definen por su capacidad de preservar y generar conocimientos. La formación de recursos humanos y el desarrollo de centros de investigación justifican la existencia de una universidad. Allí se incluye la formación de profesionales, pero en todos los casos es la excelencia en el conocimiento lo que define la calidad de una casa de altos estudios.
Conviene recordar estas verdades elementales para ubicar en su verdadera dimensión la problemática universitaria. El Balseiro no es el único ejemplo a reivindicar en la Argentina, pero no son muchos los casos comparables. Por el contrario, predominan las universidades con disminuida capacidad de investigación y grandes bocas de expedición de títulos manifiestamente devaluados.
Una universidad no es tal con sólo exhibir ese nombre. El Massachusetts Institute of Tecnology (MIT) es uno de los centros de estudios e investigación más prestigiados del mundo, la institución que ha promovido más premios nobeles y, formalmente, no se llama universidad. Por el contrario, abundan instituciones que ostentan ese título pero la calidad de su enseñanza está por debajo de la que ofrece un modesto instituto terciario.
En los últimos años, han proliferado las universidades privadas y públicas y en demasiados casos dejan mucho que desear. El tema del saber y la capacitación de recursos humanos con los estándares de exigencia más altos no se resuelven sembrando universidades por la geografía nacional, sino definiendo objetivos y estableciendo altos niveles de exigencias.
Se podrá discutir si la enseñanza superior deber ser arancelada o no. O si el ingreso debe ser directo o no, pero lo que está fuera de discusión es que debe impartirse enseñanza de calidad.
Las universidades de mayor reconocimiento internacional son al mismo tiempo las más exigentes en materia académica. Si esta condición fue válida históricamente, hoy tiene más actualidad que nunca, sobre todo si se tiene en cuenta que las formidables transformaciones científicas y tecnológicas exigen que los estados nacionales que quieran competir con alguna chance dispongan de recursos humanos que sólo la universidad puede formar.
En ese contexto, la discusión sobre ingreso libre o aranceles es un tema menor. El ejemplo del Balseiro merece señalarse porque allí el tema central es el estudio. Si se ha podido sostener su alto nivel en el transcurso del tiempo, no se entiende por qué no se trata de extender esa gratificante experiencia a la totalidad del sistema universitario.