Con cintas adhesivas en las sienes

Quien conozca a Sergio Pángaro como líder de la banda Baccarat -es decir, como un crooner latino que entona boleros y canciones kitsch con voz melífera y atuendos de dandy-, encontrará una propuesta diferente en los poemas narrativos de "Señores chinos".

Un narrador de mirada romántica, atribulado por un amor no correspondido, nos lleva de visita a conocer al señor Tao, al sabio e inmortal señor Wo -criado del señor Tao-, a Kono, al señor Fu, al misterioso señor ( ) y al anciano Sabio Po -quien, en realidad, no es lo que aparenta.

Estos personajes habitan un mundo idealizado, escasamente amueblado, de paisajes y ámbitos nebulosos, donde en primer plano aparecen la voz del narrador y la de sus interlocutores. Esta relevancia de la trama dialógica hace que cada poema semeje la recreación de una escena teatral montada para un único espectador: el lector.

La parsimonia rítmica de los versos le da a la narración un aire de prosodia oriental -o algo que, con cierta inocencia, podríamos imaginar como tal; ya lo dice el narrador, cuando intenta comunicarse con un chino que no domina el español: "es la cadencia de las palabras/ lo que (pienso) puede ser más eficaz". Esto, sumado a las imágenes y a los diálogos sobre tópicos como el Amor, la Poesía, lo Correcto y lo Incorrecto, o la Belleza, concede a cada poema una atmósfera de ensueño: "-Traes el olor de la calle./ Con esto, el señor Tao,/ se estaba refiriendo a los inciensos/ que habían penetrado mi cárdigan/ en la tienda de ultramarinos./ Hasta yo podía notarlo/ en ese ambiente con olor a nada".

En el mundo de los "Señores chinos", la realidad parece no tocar el suelo. Tal vez por eso, estos señores no ocultan su esencia de "cuentos chinos". No niegan su inverosimilitud, ni les interesa documentar la vigencia de una cultura milenaria; tampoco buscan enseñarnos algo (según el señor Tao, "enseñar algo a alguien/ es por lo general/ una situación incómoda"); nos ofrecen, en cambio, la posibilidad de jugar con el estereotipo que la cultura occidental se formó de lo oriental: las frases sentenciosas, la cadencia al hablar, los apólogos sapienciales, el té, el sushi, el sake, las mesitas bajas, y hasta, sin ir tan lejos, las pomadas chinas y los mercados de importados.

Amalia Sato escribe en la contratapa del libro: "Sin haber estado allí, Judith Gautier, la hija de Théophile, escribió un notable diario de viaje por Oriente. Sin haberlos presenciado, compuso dramas chinos y japoneses. Así obra Sergio Pángaro". Por algo el narrador usa cintas adhesivas en las sienes: para achinarse los ojos.

En la primera de sus "Seis propuestas para el próximo milenio", Ítalo Calvino se refirió al ágil, repentino salto del poeta filósofo que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la levedad. Éste es un razonamiento que resulta típicamente oriental: la complementariedad de los contrarios; la gravedad que guarda el secreto de la levedad. Y eso es, precisamente, lo que ofrecen los "Señores chinos" de Sergio Pángaro: nos invitan a hacer un paréntesis en medio de la pesadez cotidiana para respirar la levedad de una construcción imaginariamente oriental que flota ligeramente "sostenida sólo por el aire".

Diego E. Suárez