Michel Viatteau-AFP
El escritor ruso Alexander Solyenitzin, que falleció la anoche a la edad de 89 años, desempeñó un papel histórico al revelar, a sus compatriotas y al mundo, el universo inhumano de los campos soviéticos, a los que dio el nombre de Archipiélago Gulag.
Poeta habitado por una fuerza profética y una determinación comparables a las de un Dostoievski, convencido de ser un elegido del destino, que le permitió superar un cáncer, el escritor de luenga barba que lo asemejaba a los grandes intelectuales del siglo XIX, consagró su vida a luchar contra el totalitarismo comunista.
Nacido el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk, en el Cáucaso, hace suyos los ideales revolucionarios del régimen naciente y cursa estudios de matemáticas. Como artillero lucha valerosamente contra las tropas alemanas que atacan la Unión Soviética en 1941, pero ve venir el peligro de su propio lado del frente. Por criticar las competencias bélicas de Stalin en una carta a un amigo, es condenado a ocho años de campo en 1945.
La experiencia lo marca para siempre y lo encamina por las veredas de la excepción. Liberado en 1953, unas semanas antes de la muerte de Stalin, se exilia en Asia central y se pone a escribir. Regresa luego a la parte europea del inmenso país como docente en Riazan, a 200 km de Moscú.
El nuevo líder de la URSS, Nikita Kruschev, autoriza la publicación, en la revista literaria inconformista Novy Mir, de ""Un día en la vida de Iván Denisovich". Este relato sobre un recluso ordinario del Gulag se publica el 18 de noviembre de 1962.
Se rompe un tabú, una onda de choque se expande por la Unión Soviética y conmociona los medios pro soviéticos de todo el mundo, millones de personas que pasaron por los campos se sienten liberadas por segunda vez.
Pero la apertura de Kruschev no dura, al contrario que el Gulag, que sigue existiendo.
Solyenitzin sigue escribiendo, pero sus libros, ""El pabellón del cáncer", y luego ""El primer círculo" sólo se difunden como samizdat , ediciones clandestinas, y en el extranjero, donde cosechan un gran éxito.
La envergadura del hombre todavía lo protege, pero cuando recibe el Premio Nobel de Literatura, en 1970, renuncia a viajar a Estocolmo por temor a que le cierren el camino de vuelta a la URSS de Leónidas Brejnev.
Cuando se publica en París, en 1973, la gran obra que Solyenitzin acababa de escribir, ""Archipiélago Gulag", un gran fresco histórico-literario sobre los campos, se suscita de nuevo un gran eco en el todo mundo.
El Kremlin dice basta y la URSS expulsa al ciudadano Solyenitzin a Occidente. Reside primero en Suiza y luego se establece en Estados Unidos, en Vermont.
Occidente descubre entonces que el hombre que hizo temblar a Moscú es un conservador ortodoxo y eslavófilo, crítico acervo de la sociedad de consumo.
En 1994, vive un regreso triunfal a la nueva Rusia, y también ahí, a menudo pesimista, le cuesta encontrar su sitio en la nueva realidad poscomunista, por mucho que exprese puntos de vista que comparten sus compatriotas cuando piden la pena de muerte para los terroristas o aprueba la intervención del Ejército en Chechenia.
El escritor se acerca al presidente Vladimir Putin y alaba sus cualidades. Aborda entonces otro tema delicado, por no decir tabú, las relaciones judeo-rusas, y declara que quiere favorecer su mutua comprensión.
Gran historiador y escritor político, su talento literario ha sido fuente de juicios divergentes, entre quienes lo consideran una eminencia también en este terreno y otros que, como el escritor ex disidente Vladimir Voinovich, afirman que su genio es un ""mito".
Nació en el Cáucaso Norte, en el seno de una familia de intelectuales cosacos. Se crió en la zona del Don, en Rostov, y estudió Matemáticas y Física en la Universidad de esa ciudad, donde obtuvo la licenciatura en 1941, el mismo año en que la Alemania nazi atacó a la Unión Soviética.
Se incorporó al Ejército y combatió como oficial de artillería en el frente de Leningrado.
Sus acciones en la guerra le valieron dos medallas, que no fueron obstáculo para que en 1945 fuera condenado a ocho años en un campo de trabajo por criticar al dictador soviético Stalin en una carta dirigida a un amigo. En marzo de 1953, fue puesto en libertad, aunque todavía siguió varios años desterrado en Siberia.