Opinión: OPIN-04
Crónicas de la historia
Tomás Guido y la pasión por la Patria

El General Guido en su madurez, en un daguerrotipo de mediados del siglo XIX. Foto: Archivo El Litoral / Fundación Antorcha.

Rogelio Alaniz

Nació el 1º de setiembre de 1788. Se llamaba Tomás Francisco Gil Buenaventura del Rosario Guido Aoiz. Sus contemporáneos y la historia lo conocieron como Tomás Guido. Desde la primera juventud hasta su muerte, casi a los ochenta años, estuvo involucrado en la vida pública. Si "patricio" es la designación con la que se honra a quienes contribuyeron con su obra a forjar la Patria, a Guido le corresponde por sus virtudes ese honor que, bueno es aclararlo, nunca fue un privilegio, sino una responsabilidad y un compromiso.

No tenía 18 años cuando participó desde el Batallón de Cazadores en la defensa de Buenos Aires atacada por los ingleses. A partir de ese momento no se alejó más de la política. No tuvo un protagonismo de primer nivel en la Revolución de Mayo, pero estuvo en cada uno de los grandes acontecimientos que forjaron nuestra emancipación política.

A principios de 1811 acompañó a Mariano Moreno en su viaje a Inglaterra. Tenía 23 años e ignoraba las consecuencias políticas que ese viaje habría de provocar. La nave Middle Stone salió de Buenos Aires el 24 de enero de 1811. A pocas millas, los viajeros transbordaron al barco inglés "La Fama" que, justamente, se haría famoso no por su nombre, sino por lo que sucedería en el viaje. Mariano Moreno había perdido la batalla política en la Junta y se dirigió a Inglaterra para negociar la compra de armas. El viaje se parecía más a un exilio que a una misión. Lo demás es conocido. Moreno se enfermó y murió en alta mar el 4 de marzo de 1811. Manuel Moreno y Tomás estuvieron presentes en las últimas horas del ex secretario de la Junta. La sospecha de que había sido envenenado empezó a circular con insistencia. Nunca se conocerá la verdad, pero los indicios sobre un crimen son abundantes.

La muerte de Moreno provocó sospechas porque las casualidades en política no existen y en esa muerte hubo demasiadas casualidades; entre otras, la del tétrico mensaje a Guadalupe Cuenca, su esposa, consistente en una caja que manos anónimas dejaron en su domicilio, caja que en su interior contenía un abanico, un velo y un par de guantes negros. Tampoco quedó clara la responsabilidad del capitán del barco, su negativa a desembarcar en Brasil y sus conexiones con traficantes de armas.

Digamos que para un muchacho de 23 años no era una experiencia menor viajar con Moreno y asistir desde una platea privilegiada a esta suerte de drama patriótico. El océano Atlántico guardará para siempre el secreto. Por lo pronto, la tragedia vivida en altamar forjará una sólida amistad entre Manuel Moreno y Tomás, que con las alternativas del caso habrá de prolongarse a lo largo de los años.

Es imposible escribir la historia argentina en sus años fundacionales desconociendo la presencia de Guido. A su manera, y con su estilo, estuvo en todas. En la paz y en la guerra, en el orden y en el caos. Fue funcionario de Rivadavia, Lavalle, Dorrego, Viamonte, Rosas y Urquiza. San Martín y Bolívar lo contaron como un colaborador privilegiado. En todos los casos se desempeñó con sobriedad y eficiencia. Sus enemigos, que los tuvo y fueron tenaces, lo acusaron de acomodaticio.

Sarmiento no vaciló en reprocharle su condición de "cumplimentero", de arribista político, que ganaba poder merced a la cortesía en las antesalas del palacio. Las críticas de Sarmiento a sus enemigos podían ser lúcidas, pero también podían ser injustas y por lo general eran exageradas. En el caso de Guido lo eran en toda la línea. Es verdad que fue ministro, canciller, secretario de Estado y diplomático de los más diversos gobiernos, pero no es menos cierto que en todos los casos fue un funcionario crítico que siempre le expresó a los poderosos de turno sus puntos de vista. Su correspondencia con Rosas está muy lejos de las palabras que escribiría un cortesano.

Lo que hay que preguntarse, en todo caso, es por qué los diferentes gobiernos lo convocaban; por qué necesitaban de su colaboración y servicios. La respuesta a este interrogante no es sencilla. Puede que en aquellos años no fuesen muchos los políticos en condiciones de entablar una correcta negociación diplomática o entender acerca de los complicados problemas financieros. Manuel García, por ejemplo, también pasaba de un gobierno a otro, porque no había en el Buenos Aires de entonces muchos hombres con su formación. Algo parecido ocurría con Tomás Guido, pero con una diferencia: jamás se puso en duda la honorabilidad personal de Guido; lo que no puede decirse de García. Como testimonio de la decencia de Tomás, basta con saber que la semana anterior a su muerte estaba amargado porque debía vender la querida quinta familiar para saldar las deudas de juego de uno de sus hijos.

Por último, habría que señalar que la permanencia de algunos hombres en gobiernos de distintos signos muestra, más allá de las imputaciones personales, que en la política argentina de entonces las luchas facciosas podían ser muy duras y despiadadas, pero se mantenía un cierto principio de continuidad de la clase dirigente. Tomás Guido vendría a ser el ejemplo más representativo de esa tendencia. Vicente López y Planes, el "venerable comodín" al decir de Paul Groussac, sería el otro.

Pero el máximo honor histórico de Guido fue su amistad con San Martín. "Mi lancero amado" le decía don José en sus cartas. En más de una ocasión San Martín reconoció que sus dos amigos del alma fueron Bernardo O'Higgins y Tomás Guido. San Martín no era liviano en sus elogios. Su amistad con Guido fue real y así lo testimonian las cartas.

Guido estuvo al lado de San Martín en las buenas y en las malas. Lo acompañó en la organización del Ejército de los Andes y participó en las campañas militares de Chile. Cuando en Rancagua, San Martín fue presionado por el gobierno de Buenos Aires para regresar con los soldados, el que se opuso fue Tomás. "Usted ha ofrecido bajo su firma a los pueblos de Perú entrar a su territorio y liberarlos. Es una promesa a cuyo cumplimiento está vinculado su honor". San Martín siempre tuvo en claro lo que debía hacer, pero como todo hombre en algún momento dudaba o las presiones políticas lo abrumaban. Cuando esto ocurría el que estaba a su lado para reforzar su fe era Guido. Así se lo dice en una de las cartas. "Caer sobre Lima con todas nuestras fuerzas, aunque el infierno ataque a Buenos Aires".

El que se expresa con estas palabras es un hijo de Buenos Aires, un porteño de ley que sin embargo no vacila en distinguir lo importante de lo secundario. "Si tomamos Lima la guerra concluye Äle dice a su amigo. Si destruimos la expedición española en Buenos Aires sin tomar Lima conservaremos nuestras posiciones, pero la guerra seguirá dilatándose. En una palabra: en el Perú está nuestra seguridad y salvación o nuestra ruina infalible". Como se podrá apreciar, son las cartas escritas no por un sirviente sino por un par. Sólo alguien que es un amigo y que es respetado por su valía intelectual podía atreverse a escribirle en esos términos al general San Martín.

Guido estuvo al lado de su jefe en Lima y cuando éste debió abandonar Perú, debido a las intrigas de sus enemigos, él se quedó al lado de Bolívar. Cuando regresó en 1825 a Buenos Aires era considerado uno de los hombres moralmente más influyentes de su Patria. En 1829, San Martín escribió una de sus cartas políticas más célebres, en la que revela su generosidad y su perspicacia política. La carta está dirigida a Tomás y fechada el 3 de abril. Allí, San Martín le describe el escenario político nacional y le dice que la única salida que se avizora en el horizonte es la dictadura. Para el héroe de Chacabuco y Maipú, el grado de anarquía era tal que hacía falta un hombre fuerte que en nombre de una facción destruyera a la otra. San Martín le confiesa que entiende que ésa era la tarea nacional de la hora, pero que él no estaba dispuesto a ser el verdugo de sus hermanos.

Cuando Dorrego asumió el poder, Guido fue el enviado argentino para negociar la controvertida paz con Brasil. A su turno, Juan Manuel de Rosas lo convocó cuando llegó al poder y Guido aceptó porque, como la mayoría de los militares de su tiempo, entendía que más allá de las desprolijidades del Restaurador lo que importaba era la Nación. En esa tarea no estaba solo. El embajador en los Estados Unidos era Alvear, y el representante ante Gran Bretaña, Manuel Moreno. Rosas podía ser un déspota, pero no se equivocaba a la hora de elegir a los hombres que nos habrían de representar en el mundo.

La relación de Guido con Rosas no fue la de un cortesano. "Desoiga a los que le aconsejan destierros, persecuciones y muertes, son fanáticos políticos que no merecen ser escuchados... aléjese de la mazorca, esa banda de forajidos desalmados", le escribe. No era fácil decirle a Juan Manuel semejantes cosas. Guido lo hacía y Juan Manuel se lo permitía. A los hombres que valían, Rosas los escuchaba.

Después de Caseros, Guido sería uno de los artífices de la transición política. Más adelante, Urquiza lo convocaría para arreglar diferencias diplomáticas con el gobierno de Paraguay. Cumplió la tarea con su habitual sobriedad y eficiencia.

Murió el 24 de setiembre de 1867. Por diferentes motivos, no habría de integrar el Panteón oficial de los próceres. Su hijo, el poeta Carlos Guido y Spano, intentaría reivindicarlo y lo lograría a medias.