Opinión: OPIN-01 El paro docente y los 180 días de clase

En la ciudad de Buenos Aires, la burocracia sindical docente decretó nueve paros en lo que va del año. El promedio es asombroso: un paro por mes, y tal como se presentan los hechos, es muy probable que se superen a sí mismos porque para la semana que viene está previsto otro paro de 48 horas.

Los reclamos suelen ser salariales, pero el paro actual es lanzado no sólo por los sindicalistas porteños sino por la burocracia sindical docente de todo el país que ha encontrado en la supuesta "solidaridad con los compañeros sometidos a una brutal represión", un excelente pretexto para dar rienda suelta a su cultura pulsional a favor de las huelgas. Nadie debería sorprenderse al respecto: son los mismos gremios que a fines de 2007 dejaron a los chicos sin clase por el aniversario de la muerte de René Fuentealba.

En lo que va del año, los docentes porteños han recibido un aumento del 24 por ciento. No alcanza, porque en la Argentina los sueldos están retrasados desde hace rato, pero ninguno de estos argumentos puede llegar a justificar nueve paros con su secuela de manifestaciones, desórdenes en la vía pública y, ahora, carpas instaladas frente a la Casa de Gobierno.

El balance objetivo de toda esta kermés huelguística es que los chicos pierden días de clase, y la meta de los 180 días de clase es una utopía cada vez más lejana. Los sindicalistas justifican sus acciones invocando los sueldos bajos, pero si la lógica que ellos practican la llevaran adelante todos los sectores laborales, los que están nucleados en gremios mucho más fuertes o quienes ganan sueldos más bajos que los docentes; el país no podría funcionar, estaría lisa y llanamente paralizado.

Esto no ocurre porque en general entre los gremios existe un mínimo de responsabilidad que asegura que una Nación pueda cumplir con sus exigencias básicas. El mismo criterio parece no ser tenido en cuenta por la burocracia docente que asume cada reivindicación con un criterio trágico y maximalista. Alguna vez, los sociólogos deberían estudiar la relación que existe entre estas burocracias cuya pulsión hacia los paros obedece en la mayoría de los casos a motivos ideológicos y la base docente. Todo esto podría justificarse o por lo menos comprenderse si no estuviese en juego la educación de los niños.

Se dirá que la responsabilidad de lo que sucede en la educación la tienen los gobiernos. Esta imputación es de una generalidad tal que termina por no decir nada. Asimismo, y atendiendo la pulsión huelguística de estas burocracias, a nadie se le escapa que cualquiera fueran los aumentos de sueldos, siempre van a encontrar motivos para convocar a un paro, entre otras cosas porque la medida los justifica como tales, le da sentido a sus funciones y a sus propias autorepresentaciones como "paladines de las gestas populares".

Agrava la situación el comportamiento oportunista del gobierno nacional, víctima en muchos casos de la misma pulsión huelguística, pero que prefiere privilegiar sus diferencias políticas con el gobierno de la ciudad de Buenos Aires que sus responsabilidades como clase dirigente. Por ese camino, y con estas conductas, está claro que el futuro que se avizora para los argentinos no nos autoriza a ser optimistas.