Luchador nato

Sonia Affonso.

DNI. 12.437.592.

Señores directores: Hace pocos días falleció en Buenos Aires Miguel Gallardo Grau, presidente, fundador, y fundamentalmente creador, hacedor de Alcem (Asociación de lucha contra la Esclerosis Múltiple).

Aunque alguna vez fue distinguido en nuestra ciudad con el Premio a la Excelencia, es probable que su nombre resulte ajeno para el común de los santafesinos, porque su obra estaba vinculada con una enfermedad (la esclerosis múltiple) que, a pesar de cobrar un gran número de vidas y cercenar infinidad de proyectos (en general afecta e incapacita a personas jóvenes), carece aún de esa difusión que facilitaría la lucha, no sólo contra la enfermedad sino contra la indiferencia social y política, primer gran escollo con el que tropiezan quienes deben asumirla, tanto en su condición de enfermos como al frente de una institución.

Y ésa fue la lucha de Miguel Gallardo, ésa fue su causa, a la que entregó todo, incluido el alto precio que le demandó tamaño esfuerzo en términos de salud personal. Y no fueron pocas las batallas que ganó, empezando por la creación de Alcem, una institución a través de la cual logró despertar conciencias, agilizar legislaciones, orientar, informar, y fundamentalmente hacerse escuchar cuando alzó la voz para reclamar, civilizada y democráticamente, en pos de nuevas políticas que reivindicarán la noción de dignidad, no sólo de los enfermos de Esclerosis Múltiple sino de las personas discapacitadas en general.

Decía Oscar Wilde que a las grandes obras las sueñan los santos locos y las ejecutan los luchadores natos; y ése era Miguel y así habremos de recordarlo quienes tuvimos la suerte de cruzarnos con él en la vida: un soñador, un santo loco y por sobre todas las cosas un luchador nato.

Y dice a su vez la voz popular que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, y este gran hombre no fue la excepción, porque tuvo en Susana Gianchello, su esposa (y actual secretaria de Alcem), una colaboradora imprescindible en la institución y en la vida. Que Dios les dé, a ella y a su hijo Lautaro, en lo personal el consuelo ante la pérdida del esposo y padre, y en lo institucional la fuerza para continuar —a través de Alcem y junto al valioso grupo de trabajo que los acompaña— con una lucha que marcó la vida de Miguel y que la trascenderá más allá de su aparente final, porque esta clase de héroes urbanos nunca mueren, sobreviven en esa impronta que quienes caminaron a su lado conocen de memoria. Gracias Miguel, hasta siempre.