EDITORIAL
EDITORIAL
La educación sigue dando malas noticias
La Escuela Comercial Carlos Pellegrini fue creada en 1890 en el contexto de las grandes reformas educativas promovidas por la Generación del Ochenta y el clima de ideas que alentaba el liberalismo en clave positivista.
Durante más de un siglo, este colegio fue respetado por su calidad y nivel académico. Dependiente de la Universidad de Buenos Aires, es junto con el Colegio Nacional, el normal Mariano Acosta y el industrial Otto Krauze, el exponente de una educación de avanzada que desde hace unos años, por una complejidad de causas, está en crisis.
En estos días, se supo que el número de inscriptos al Pellegrini había disminuido en un cincuenta por ciento. Asimismo, las evaluaciones a los aspirantes a ingresar daban cuenta de un bajo nivel de rendimiento intelectual. Conclusión: los padres prefieren enviar a sus hijos a otros colegios, particularmente privados; y por otro lado, la preparación de los adolescentes sigue siendo deficitaria.
Como se recordará, en los últimos años el Pellegrini fue víctima de las movilizaciones promovidas por alumnos docentes y padres. La causa de la protesta fue la incorporación a los programas de materias humanistas. Como bien lo dijera un docente en su momento: lo mismo se habrían movilizado si las autoridades hubieran hecho exactamente lo contrario, es decir, si todo hubiera quedado como estaba. En cualquier caso, lo que importaba era alentar una suerte de rebelión inútil, inmadura y nociva desde el punto de vista educativo.
Padres que quieren lavar culpas con sus hijos por el peor de los caminos, docentes oportunistas e indignos de su profesión se prestaron para colaborar en la destrucción del prestigio del colegio, todo esto -claro está- invocando grandes causas. Sin ironía, estos docentes y estos padres podrían decir satisfechos: misión cumplida, lo hemos logrado, hoy el Pellegrini está desprestigiado.
Lamentablemente, lo que sucede en ese colegio de Buenos Aires no es una excepción; no se trata de un dato amargo y marginal de nuestra experiencia educativa. Por el contrario, la tendencia general parece manifestarse en esa dirección. Crisis de autoridad, pero también crisis de certezas, valores, conductas y saberes.
La célebre máquina de impedir en la Argentina se ha transformado en máquina de destruir. El deterioro del sistema educativo argentino es una prueba elocuente de lo que está ocurriendo. Los errores de las autoridades de seguro contribuyen al resultado, pero lo novedoso y perverso es que quienes hacen un aporte decisivo a este proceso de decadencia son los mismos actores del sistema educativo, no todos, pero los necesarios para provocar estragos.
Tal vez, el único dato positivo que se pueda obtener de todo esto es la movilización producida entre intelectuales y funcionarios. Hoy, hay un debate abierto en la comunidad educativa y el tema excluyente es cómo se recupera la educación en la Argentina. Ojalá, esta intención de rescate educativo llegue antes de que sea demasiado tarde.