Las pampas salvajes

A la caza de bueyes y caballos

Un padre jesuita cuenta como era la ganadería “intensiva” en las primeras décadas del siglo XVIII, cuando en nuestra zona ni siquiera se había conformado el Virreinato del Río de la Plata.

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Contemporáneo. En esta lámina, el misionero jesuita Florian Paucke dibujó como los indios atrapaban bueyes a mediados del siglo XVIII.

Foto: Archivo/El Litoral

Campolitoral

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El padre jesuita Cayetano Cattaneo había nacido en Módena (Italia) en 1695. Su orden lo envió a lo que ahora es Argentina y Uruguay en el primer tercio del siglo XVIII.

Las cartas que le envió a su hermano José y a un amigo veneciano —junto a las que escribió su compañero el padre Carlos Gervasoni— son relevantes porque no hay demasiados relatos de las costumbres de esa época.

En el portal “Cervantes Virtual” (www.cervantesvirtual.com) se pueden leer las cartas completas de Cattaneo y Gervasoni, que están acompañadas de un estudio preliminar. En este fragmento, el padre Cattaneo cuenta como se atrapaban los caballos cimarrones y los bueyes, unos 50 años antes de que la corona española creara el Virreinato del Río de la Plata.

Por un barril de aguardiente

“Verdad es que todas las antemencionadas campiñas están cubiertas de caballos y bueyes, cuya multitud es inexplicable. En cuanto a los caballos diré sólo, que mientras me encontraba yo en Buenos Ayres, un indio de los que vienen de cuando en cuando a comerciar en las ciudades de los españoles, trocó a un conocido mío por un barril de aguardiente de 22 frascos, diez y ocho caballos, a cual mejor, y fue pagarle bien por su belleza porque caballos se compran cuantos se quieren por ocho o a lo sumo diez paoli y el que no quiera gastar tanto, va algunas leguas dentro del país, donde encuentra tropas inmensas sin dueño, bien que por ser salvajes corren como un rayo, y cuesta mucho trabajo el tomarlos.

Es mucho mayor la multitud de bueyes, y lo podéis deducir viendo la gran cantidad de pieles, que se envían a Europa, siendo ésta la única mercancía del país. Las naves españolas cargan a su regreso cuarenta y cincuenta mil, y muchos más de contrabando los ingleses y portugueses.

Ahora sabed, que las pieles de mercancía son solamente de toro, y no basta cualquier cuero, sino que debe ser de ley como ellos dicen, es decir, de medida, y el que no tiene la prescripta lo desechan los mercaderes.

Así que para enviar cincuenta mil pieles a Europa matan ochenta mil toros, porque no todas las pieles son de medida. Y una vez que los mataron, fuera del cuero, y a lo sumo de la lengua, que utilizan, dejan todo lo demás. Otros por puro placer y sin necesidad van y matan millares de toros, vacas y terneros y sacando sólo la lengua, abandonan todo el resto en el campo.

Mayor estrago hacen los que van a buscar grasa que sirve aquí en lugar de aceite, tocino y manteca. Éstos, hecha una copiosa mortandad de aquellos animales, sacan de aquí y allí un poco de gordura, y cuando han cargado bien sus carros, se vuelven sin cuidarse de lo demás.

No sé, ciertamente, cómo dejaría el aire de infestarse quedando la carne de tantos animales despedazados, si no fuese por ciertos cuervos de la forma y tamaño casi de un águila, y otras aves de rapiña, que llaman caracarás (caranchos), de la misma apariencia pero de diverso color, que vienen en bandadas a devorarlo todo.

Armados con una media luna

El sistema de que se valen para hacer en brevísimo tiempo tantos estragos es el siguiente. Se dirigen en una tropa a caballo hacia los lugares en que saben se encuentran muchas bestias, y llegados a aquellas campañas completamente cubiertas, se dividen y empiezan a correr en medio de ellas.

Están armados de un instrumento que consiste en un fierro cortante de forma de media luna puesto en la punta de una asta, con el cual dan al toro un golpe en una pata trasera, con tal destreza, que le cortan el nervio sobre la juntura.

La pata se encoje al instante, hasta que después de haber cojeado algunos pasos, cae la bestia, sin poder enderezarse más; entonces siguen a toda la carrera del caballo hiriendo otro toro o vaca, que apenas recibe el golpe queda imposibilitado para huir.

De este modo, diez y ocho o veinte hombres solos postran en una hora siete u ochocientos. Imaginaos entonces, cuántos, prosiguiendo esta operación un día entero o más días”.

 

Así que para enviar cincuenta mil pieles a Europa matan ochenta mil toros, porque no todas las pieles son de medida