EDITORIAL

Crecimiento de la violencia juvenil

Si bien es posible que la violencia juvenil que en estos días parece azotar al país esté algo sobredimensionada por los medios de comunicación, sería imprudente subestimarla o creer que es el producto de la fantasía mediática. No hace falta encender los televisores para admitir que el problema existe. Docentes, policías, padres, dueños de locales nocturnos y los propios jóvenes coinciden en señalar -con distintos tonos- que en los últimos años los índices de violencia han crecido con su secuela de lesiones y muertes.

Es verdad que la adolescencia y la primera juventud son edades conflictivas, pero sería una imperdonable simplificación reducir lo que está sucediendo, a una cuestión biológica. Cuando determinados comportamientos se reiteran, el problema debe ser estudiado en serio, dejando de lado las improvisaciones y las anécdotas. Una sociedad, un sistema político en el sentido estricto de la palabra, no pueden desentenderse de lo que sucede con sus jóvenes, sobre todo cuando los indicios acerca de la existencia de un fenómeno social negativo, crecen día a día.

Lo primero que se debe hacer en estos casos, es aceptar que el problema es serio y que no hay soluciones sencillas ni rápidas. Pero tampoco se debe alentar la resignación o suponer que todo se resuelve con medidas represivas más duras o, por el contrario, que la represión es innecesaria y contraproducente. Entre la liberalidad extrema y el autoritarismo más cerrado, existen grados, caminos y experiencias a recorrer. No obstante, en todas las circunstancias, lo que se pone a prueba es la sabiduría de una clase dirigente para enfrentar estos desafíos.

Hay buenos motivos para suponer que en los últimos años los problemas de conducta de determinados segmentos juveniles se han incrementado porque existen condiciones culturales que los alientan. La circulación de las drogas agravan la situación, pero no la crean. Crisis familiares, pérdida de la referencia de autoridad, nihilismo cultural, incomunicación con los mayores, insensibilidad afectiva, resentimientos por frustraciones o fracasos, baja efectividad de la escuela como factor de integración y promoción, son algunos de los factores que explican en parte, lo que está sucediendo.

Si bien la condición juvenil no puede desvincularse de los posicionamientos de clase, no se puede negar que si bien la cuestión social ayuda a explicar en parte la naturaleza de los procesos, existe una particular temática juvenil, un conflicto que excede las fronteras de las clases sociales. Sin ir más lejos, los dos episodios de violencia ocurridos en estos días en Pinamar y San Bernardo fueron protagonizados por jóvenes que no provenían del mundo de la pobreza. Es más, no deja de ser sintomático que en el caso de lo ocurrido en San Bernardo, la víctima fuera un joven trabajador.

Digamos, para concluir, que los mayores no pueden desentenderse de lo que está pasando con la juventud. Padres, autoridades políticas, docentes, sociólogos, tienen bastante que decir.