EN EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO

El curioso caso del padre Tomás

Algunos hablan de historias de sanación. Otros prefieren decir que se trata de “la gracia de Dios, que se manifiesta a través de un instrumento suyo”. Desde hace algunos meses circulan increíbles testimonios sobre el poder del cura dominico. Al mismo tiempo, crece el rumor sobre su posible traslado.

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Hasta el último día de enero, el cura estuvo en el convento. La gente acudía a él masivamente. Ahora ruegan para que no se lo lleven.

Foto: DIGITALIZACIÓN CABLE Y DIARIO

NATALIA PANDOLFO

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Los adoquines de la esquina de 3 de Febrero y 9 de Julio hacen rebobinar el reloj de la historia unas cuantas décadas. Dentro del templo, los únicos que registran el ingreso son la Virgen Dolorosa y el Jesús Nazareno. Más atrás, casi en el altar, un par de señoras de pollera debajo de la rodilla reza el Rosario.

El padre Tomás Olazábal está de vacaciones. La fama corrió rápido: llegó desde Buenos Aires a principios del año pasado, y cuando el calendario marcó diciembre, su nombre ya era vox populi. “En Santa Fe hay un cura sanador”, dicen algunos. Otros, sobre todo dentro de la Iglesia, prefieren hablar de “la gracia de Dios que se manifiesta a través de un instrumento, que es el sacerdote”.

Lo cierto es que, desde hace unas semanas, el edificio comenzó a cambiar su fisonomía. Increíblemente, las misas empezaron a llenarse de gente. De cinco o seis fieles, de esos que suelen marcar asistencia perfecta a las celebraciones, los bancos pasaron a recibir visitas de a cientos. Y los límites del templo se expandieron hasta la calle.

Las historias de sanación circularon a ritmo inversamente proporcional al que parece imperar ahora entre los muros. Al mismo tiempo, nacía el rumor: al padre lo trasladan.

LA IGLESIA ES ASÍ

En la Iglesia hay silencios que hablan. No todos están de acuerdo con el renombre que adquirió el cura en el último tiempo, a fuerza de boca a boca, cámaras y micrófonos. Las envidias se entremezclan con el descreimiento y con la ambición de que el silencio vuelva a imponer su manto sagrado en el tradicional convento.

“No se sabe qué va a pasar conmigo. Desde Buenos Aires me dijeron que en marzo me trasladan a otro destino. El argumento es que estoy estudiando poco, y que no estoy viviendo ciertos elementos de la vida comunitaria, como la oración en comunidad y la vida fraterna”.

El que habla del otro lado de la línea es el padre Tomás. Está de licencia, y lo espera luego un retiro espiritual. Prefiere no decir desde dónde está llamando.

—¿Cómo analiza usted esta decisión de sus superiores?

—Tengo que obedecer. El Señor sabe lo que hace.

La noticia suena, al menos, sospechosa. Lo habitual es que un sacerdote se establezca al menos dos o tres años en un sitio. Incluso hay algunos que se quedan durante décadas. No hay demasiado tiempo para preguntas: la comunicación se corta abruptamente, bajo el argumento de que no están dadas las condiciones de seguridad suficientes para hablar.

Ante la noticia de la posible remoción, a principios de enero un grupo de fieles inició una cadena para juntar firmas. Ya llevan reunidas más de 5.000. “Desde hace un tiempo tenemos en Santa Fe un sacerdote dominicano que hace verdaderos milagros. Mucha gente enferma, física y espiritualmente, acude a él con éxito para suavizar sus dolencias. Es sanador en el sentido amplio de la palabra (vidente, exorcista y curador), como lo es el Padre Ignacio de Rosario. Por esas cosas humanas de celos, quieren reemplazarlo por otro sacerdote”, reza uno de los mails que circula por Internet.

El padre Tomás nació en San Juan. Una de las personas que lo conoce lo describe como “un hombre manso, bueno, humilde, siempre dispuesto. La gente lo viene a buscar a cada rato, sobre todo cuando es necesario imponer la Unción (sacramento que se brinda en casos de enfermedades graves o vejez). Él nunca tiene un no”.

— ¿Por qué quieren sacarlo, entonces?

— La Iglesia es así.

MILAGROS INESPERADOS

El convento de Santo Domingo de la ciudad de Buenos Aires está ubicado en el barrio de Monserrat. Entre sus gruesas columnas se cuela la historia: no sólo porque fue construido a mediados del siglo XVIII, sino porque allí descansan los restos de Manuel Belgrano. Actualmente se encuentra en proceso de restauración.

Unas de sus reliquias son las banderas que intervinieron en la primera invasión inglesa. Allí vive fray Pablo Sicouly, el Provincial, es decir, quien está a cargo de los dominicos en Argentina. Desde ese lugar habría partido la decisión de imponer otro destino al padre Tomás.

El Litoral intentó comunicarse con el superior, o con alguna autoridad de la orden, para confirmar la noticia e indagar sobre las causas. Imposible: en este momento, Sicouly vacaciona en Europa. Otra de las opiniones requeridas fue la del arzobispo de Santa Fe. Más modesto, Monseñor Arancedo disfruta por estos días de un tiempo de descanso en Calamuchita. En ningún caso hubo una palabra oficial al respecto.

Mientras tanto, muchos esperan que vuelvan las misas del cura sanador. Queda el eco de los pasos haciendo cola para recibir la bendición o para acceder a una entrevista personal. El murmullo de los pedidos desesperados se mezcla con un rosario de rumores. Algunos ponen el grito en el cielo ante la horrorosa visión de una vereda potencialmente plagada de vendedores ambulantes, en uno de los espacios más calmos del coqueto sur santafesino. Otros se consuelan yendo al templo a buscar agua bendita, que emana de un dispenser.

En el imaginario colectivo, el caso remite a otros que recorrieron caminos similares, y que tuvieron que sortear no pocas dificultades, como el del padre Mario Pantaleo en González Catán, provincia de Buenos Aires o, más acá en el tiempo, el del padre Ignacio Periés, en Rosario (ver “Dos historias...”).

“Si el objetivo más alto de un capitán fuera preservar su barco, lo mantendría en el puerto por siempre”. Lo dijo un santo, el más importante filósofo y teólogo de la Iglesia Católica Romana, tocayo del dominico protagonista de esta historia. Corría el siglo XIII. El adoquín todavía no había sido inventado.


testimonio

El lugar retomó, por unos días, su ritmo habitual. No se sabe si el padre Tomás volverá a Santa Fe.

Foto: MAURICIO GARÍN


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dos historias, un camino

Padre Mario Pantaleo

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Más de 200 mil personas se acercan cada año a visitar sus restos, que permanecen en un mausoleo de González Catán, Buenos Aires.

Nació en Italia en 1915, se radicó en Argentina en 1948 y murió en 1992. Los comentarios sobre sus facultades para realizar curaciones milagrosas le cerraron muchas puertas entre las autoridades eclesiásticas. “Él tenía una relación conflictiva con la Iglesia, pero hay que recordar que no le interesaba mucho lo burocrático”, cuenta Perla Gallardo, mano derecha del sacerdote y actualmente a cargo de la obra.

“Los médicos decían que era tal el don del padre, que ellos lo consultaban sobre sus pacientes”, relató la mujer en declaraciones periodísticas.

Personalidades del ambiente artístico y de la política visitaban asiduamente al sacerdote para pedirle favores. En gratitud, todos fueron muy generosos con su obra. Así nacieron el Centro Médico, el Centro de Atención para Mayores, el Hogar para discapacitados y la escuela primaria y secundaria.

Existen 2.500 testimonios de personas curadas, con los correspondientes informes médicos. Perla acudió a Roma para tramitar el proceso de beatificación, cuando Juan Pablo II era Papa. Pero la respuesta fue que el recorrido burocrático debería iniciarse en Argentina. “Fui a ver al obispo José Horacio Suárez, de La Matanza, a quien le presenté todos los papeles. Ahora, hay que esperar que el trámite siga adelante”, explicó.

Perla recuerda los últimos momentos del sacerdote: “Mientras estaba en el hospital llegó una chica de 17 años que había tenido un accidente. Llegó muerta al hospital. El padre quiso acercar sus manos a la chica y ésta resucitó. Entonces él escribió en un papelito (ya no podía hablar, a causa de una traqueotomía): “Con que estaba muerta, ¿no?”.

Padre Ignacio Periés

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Su nombre trascendió, desde hace tiempo, los límites de Rosario. Hoy las calles aledañas a la capilla Natividad del Señor, en el barrio Rucci, desbordan de gente que, incluso, atraviesa fronteras de otros países para venir a verlo.

El padre Ignacio llegó al país hace casi treinta años, desde Sri Lanka, Asia. Desde entonces, las historias de sanación que se le atribuyen son tan increíbles como imposibles de contabilizar. Enfermedades terminales, casos de esterilidad, dolores incurables: las manos del sacerdote parecen poderlo todo.

Sus vía crucis son inéditos en cuanto a cantidad de feligreses que caminan estación tras estación: en el último hubo 150 mil. El gobernador actual, Hermes Binner, y el anterior, Jorge Obeid, han participado de distintas actividades religiosas y sociales junto al cura. Los colectivos que llegan hasta la parroquia llevan un cartel indicador con el nombre de Ignacio, y en la zona los bidones de agua bendita circulan con la misma naturalidad que el aire.

Los sábados y domingos, las misas de sanación son multitudinarias. Al finalizar, el sacerdote recorre el templo, se detiene en cada uno de los fieles y les da su bendición. Si hay casos muy graves, deriva a la persona a una consulta privada.

La obra concretada por la capilla en estos últimos años incluye tres escuelas, un polideportivo, un dispensario con todas las especialidades y una casa de formación.


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análisis

Vulnerables

Mónica Niel (*)

Es sabido que Freud invierte el sentido de la frase que dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, afirmando que es el hombre quien creó a Dios a imagen y semejanza del padre de la infancia, a quien suponemos todopoderoso en su capacidad para cuidarnos y protegernos de todo mal.

Es en este sentido que podemos pensar que cuanto más vulnerables nos sintamos, más dispuestos estaremos a creer.

A Freud le intrigaba que aún cuando algo que nos dijeran que iba a pasar no sucediera, esto no hacía que se dejara de creer. Lo atribuía a la necesidad de sostener una ilusión coincidente con nuestros más profundos deseos.

De hecho, ni la religión ni la ciencia han logrado vencer a la muerte, pero también es cierto que distamos mucho de tener todas las respuestas respecto de qué enferma y qué cura.

Aún el médico más ortodoxo sabe que el poder del placebo reside en quién lo da o, como diríamos los psicoanalistas, en la transferencia.

(*) Presidenta del Colegio de Psicólogos de Santa Fe.

“Cuando una persona viene, no alcanza con darle la bendición, sino que hay que ayudarla y descubrir que, a lo mejor, puede tener odios, miedos, remordimientos o complejos. Hoy se sabe que más del 90 por ciento de las enfermedades son de origen psicosomático. A través de la oración se puede tener mucho éxito y es aquí que aparecen los famosos curas sanadores, que no son sino instrumentos para ayudar a desentrañar enfermedades psíquicas que causan las enfermedades psicosomáticas”.

Padre Darío Betancourt,

sacerdote carismático.

/// testimonio

“A mi mamá le salvó la vida”

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Había tomado esa decisión, inconsciente y fatal, de dejar de comer. Era el preámbulo de una muerte anunciada.

Tina Parodi tenía 85 años y el lado izquierdo del corazón bloqueado. En abril del año pasado, la terapia intensiva del sanatorio 7 de Marzo de Santo Tomé parecía ser su última morada. La silla de ruedas y la demencia senil eran dos ingredientes más del terrible cuadro que sufría la mujer. “Estábamos desesperados. Recuerdo que era un jueves, mi mamá llevaba cinco días sin comer ni tomar agua. Estaba muriéndose. A mí me habían comentado sobre el padre Tomás, y entonces decidí ir a verlo”, cuenta Alicia Martorelli.

“Él había estado bendiciendo, la noche anterior, hasta las tres de la mañana. Le conté lo que nos pasaba y le pedí que fuera a verla. Enseguida me dijo que sí”, relata.

El sacerdote se encerró a solas con la enferma. La confesó y le dio la Santa Unción. Afuera, la familia contaba los segundos.

Cuando el cura salió, tomó las manos de Alicia entre las suyas y sentenció: “O muere ahora en presencia de sus seres queridos, o va a vivir”.

A los minutos llegó el parte médico: Tina se había estabilizado e iba a ser trasladada a una sala común. “Increíblemente, empezó a pedir comida. Comenzamos con alimentos licuados, porque tenía la boca llena de hongos. A los días, le dieron el alta”, concluye Alicia su historia.

“Hay miles de testimonios de personas que fueron sanadas o aliviadas. Las misas del padre Tomás estaban siempre llenas de gente, y él bendecía hasta el último que se le acercara. No le importaban las jurisdicciones, ni el cansancio, ni los horarios. Es una injusticia que quieran llevárselo”, opina la mujer.

Hoy, Tina no sufre las agitaciones que convulsionaban habitualmente su respiración. Sigue comiendo, a ritmo lento pero sostenido. Y recuperó las ganas de vivir.

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anecdotario

Anecdotario

El doctor Luis Romero Acuña convive cada día con una dura realidad en el Centro Oncológico del Litoral, ubicado en Calchines 1819.

16 mil historias clínicas dan cuenta de su trabajo y el de sus colegas de la clínica. Para el profesional, “uno tiene siempre que alentar la posibilidad de un regocijo espiritual por parte de los pacientes, pertenezcan a la iglesia o creencia que sea. Hay que ser tolerante y promover que la persona crea. La gente se siente, por lo general, muy reconfortada con un alimento espiritual”.

Esto, desde el punto de vista humano. Desde la óptica estrictamente técnica, Romero Acuña es contundente: “De todos los casos que hemos tratado a lo largo del tiempo, no conocemos ninguno que haya evidenciado alguna mejoría a partir de un tratamiento médico no reconocido. No se altera, en absoluto, el proceso de evolución de la enfermedad”.

“No sé ninguna forma de tratar el cáncer que no sea la enseñada en la facultad, la que se canaliza a través de cirugías, radioterapia, quimioterapia, tratamientos”, define.

“Nosotros hacemos medicina basada en la evidencia y probada por un organismo regulador como la Anmat (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica). Sabemos que lo que hacemos produce beneficios. Lo otro corre por cuenta del anecdotario popular”.