La bandera nacional, símbolo y emblema

Elena Góngora

No se sabe quién fue. Ni cuándo ni dónde sucedió. Pero en algún momento, que se pierde en lo profundo de los tiempos que fueron, a un hombre cualquiera de aquéllos que entonces existían, se le ocurrió convertir a un simple trozo de tela en bandera, emblema y símbolo.

Lo empapó en abundante agua teñida con el jugo de algunas frutas, lo ató después en una de las puntas de una rama desnuda y hundió la otra punta en la tierra blanda, delante de la cueva que era su casa. Quienes pasaran por allí sabrían que en ese lugar vivía un ser humano. Había creado un símbolo. El trozo de tela coloreado ya no valía sólo por sí, sino porque representaba algo: al hombre que lo había inventado.

A muchos les gustó la idea. Y lo imitaron. Y con el andar de los días, los meses, los años y los siglos, la simbología de los trozos de telas coloreadas creció y creció: separaban en las batallas a amigos y enemigos, indicaban si el señor estaba en su castillo, anunciaban las alegrías y los duelos, identificaban a que país pertenecían buques y aeronaves. Y más, mucho más.

¿Y nuestra Bandera Nacional, que es también símbolo y emblema?

El 27 de febrero de 1812, el General Manuel Belgrano, que se hallaba acantonado con sus tropas cerca de la villa del Rosario, informa al gobierno de Buenos Aires: “... Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé a hacer celeste y blanca conforme a los colores de la escarapela nacional...”.

Y el Congreso de Tucumán en la sesión del día 25 de julio de 1816, resuelve: “...Elevadas las Provincias Unidas en Sud América al rango de una nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca, que se ha usado hasta el presente y se usará en lo sucesivo...”.

Después, confeccionada en las más variadas telas y en todos lo tamaños imaginables, cientos de banderas argentinas se distribuyeron a lo largo y a lo ancho del país, simbolizando y representando a ese inasible misterio que es nuestra patria.

En esas banderas fueron entretejiéndose la historia, las leyendas, las costumbres, los sonidos, los colores, los sentimientos de los hombres y mujeres de esta tierra.

Porque en el entramado de los cientos de fibras que forman el paño del emblema nacional, cabemos todos: los argentinos que fueron, los que somos, los proyectos y el porvenir. Allí cabemos todos, somos todos iguales y a todos se nos protege.

La Bandera de la Patria se quedó, pintada sobre un trozo de metal, en las heladas aguas del sur, abrigando los cuerpos muertos de los marinos del ARA General Belgrano. Permite que la acaricien los changuitos santiagueños que la izan en el patio, al lado del rancho de barro que es su escuela. Flamea en lo alto de los orgullosos edificios porteños, que se olvidaron de mirar al país hacia adentro. Puede contar que el viento es muy seco y muy frío en las cumbres andinas, porque anduvo por allí con San Martín. Se ríe con los niños que ríen y los payasos que cantan.

Llora con el alma lastimada de los que no tienen esperanza. Participa del júbilo del agua que cae en cataratas y se une al rumor del arroyuelo que apenas susurra.

Se regocija con el estallido amarillo del trigo maduro y el girasol florecido. Es pureza en los fríos glaciares del sur y saluda al calor de los soles ardientes junto a las chicharras del trópico.

Sabe una historia por cada grano de polvo de los caminos del llano o de la sierra. Historias de indígenas, de gauchos, de caudillos, de maestros, de científicos, de artesanos, de guerreros, de deportistas, de los que rezan, de los que cantan, de lealtad y de traición, de verdad y de mentira, de amores y antipatías, de los que son cobardes, de los que son valientes.

La vida toda está en el entramado de las fibras de su tela. Y los argentinos podemos reconocernos en alguna de las historias que su sola presencia nos recuerda.

Por ella sabemos quiénes somos los argentinos, de dónde venimos, qué extraños lazos nos unen.

Porque la Bandera Nacional es símbolo y emblema y representa a ese inasible misterio que es la Patria.

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A finales de febrero de 1812, el general Belgrano informa al gobierno de Buenos Aires: “... Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé a hacer celeste y blanca conforme a los colores de la escarapela nacional...”.

Foto: Archivo El Litoral