Crónica política

Los Kirchner y la ausencia de futuro

Rogelio Alaniz

El problema político más serio de los Kirchner es su creciente pérdida de legitimidad. El rechazo al matrimonio, y muy en particular a la señora Cristina, es muy fuerte, muy amplio y muy agresivo. Las reacciones nos pueden parecer buenas o malas, pero lo que no podemos hacer es ignorarlas. La presidente supone que esta falta se soluciona hablando todos los días e impostando cierto tono de voz que intenta recordar a Evita. Yo lo siento por ella, pero a juzgar por los resultados, cada vez que habla o cada vez que remeda al “hada rubia” lo que hace es oscilar peligrosamente en el borde del ridículo y profundizar más el abismo que se ha cavado entre ella y amplios sectores de la sociedad.

Para un gobierno que hizo de la acumulación del poder el centro exclusivo de su estrategia política, el desgranamiento de ese poder es la peor de las noticias posibles. Un analista político hablaba de la triple fuga que están sufriendo los Kirchner: la fuga de capitales -18.000 millones de pesos el año pasado-, la fuga de dirigentes y en el futuro inmediato la fuga de votos. Para cualquier gobierno este diagnóstico es gravísimo, pero para los Kirchner puede ser catastrófico. El año 2009 será decisivo para la estabilidad de la pareja, pero me atrevería a decir que en particular el mes de marzo será un tiempo de prueba.

Los muchachos de Carta Abierta hablan de clima destituyente. El argumento pretende invocar la legitimidad republicana del gobierno y las aviesas intenciones golpistas de la oposición. Sobre el tema es mucho lo que puede discutirse, pero en principio costaría poco ponerse de acuerdo en un punto: el gobierno que ha hecho del conflicto el fundamento de su acumulación política hoy corre el riesgo de cobrar con la misma moneda que puso en circulación, por aquello de que quien siembra vientos recoge tempestades.

En realidad, la herida que el gobierno no ha logrado cicatrizar -por el contrario, parece profundizarse- fue la que le asestó la movilización popular el año pasado. Sin exagerar, diría que en algún momento el poder de los Kirchner estuvo a un tris de derrumbarse. Faltaron los asaltos a los supermercados. Esa articulación no se dio por una suma de factores azarosos, pero en la Argentina del siglo XXI es sabido que cuando esa alianza de clases medias y sectores populares ganan la calle, las horas de un gobierno están contadas.

El otro momento en que el gobierno estuvo a punto de iniciar la cuenta regresiva hacia su propia nada fue cuando se votó la 125. Si los Kirchner tuvieran un mínimo de cintura política y de perspectiva histórica deberían agradecerle a Cobos su célebre voto no positivo, porque si la 125 era aprobada, aquellas mayorías populares que se habían concentrado en Rosario y en Capital Federal triplicando o cuadruplicando los actos públicos del gobierno, hubiesen salido a la calle porque seguramente no hubieran aceptado el fallo de un parlamento que -a su criterio- actuaba a contramano de sus deseos.

Alguien me podrá decir que mi argumento es poco democrático, que rechazo el parlamento en nombre de las masas en las calles, que en la Argentina el pueblo no delibera ni gobierna... etc. etc. Lo que sucede es que yo no estoy argumentando, ni teorizando sobre principios, lo que estoy tratando es de describir conductas y reacciones sociales. Me remito a un ejemplo. El historiador alemán que advirtió que el descontrol de las variables financieras, el sucesivo fracaso de las supuestas alternativas democráticas y la división del movimiento obrero creaba las condiciones para la llegada de Hitler al poder, no estaba haciendo propaganda para los nazis, lo que hacía era describir los rigores de la realidad más allá de sus íntimas preferencias.

Yo puedo apostar a la continuidad institucional, estoy convencido de que lo más saludable es que los gobiernos concluyan sus mandatos, pero una cosa es lo que yo quiera y otra muy distinta lo que puede suceder. Hace unas semanas escribí que a los gobiernos se los pone y se los saca con votos. Es lo que corresponde decir si se defiende la democracia, pero lo que corresponde decir no siempre está de acuerdo con el devenir de los hechos. Lo correcto es que a un gobierno se lo saque o se lo ponga con votos, pero la vida me ha enseñado que la historia no siempre se expresa correctamente, que la historia no es una película de Hollywood donde los buenos le ganan a los malos, entre otras cosas porque en la vida real la línea que distingue a los buenos de los malos no siempre está clara.

Sobre la historia conjugada en tiempo presente es muy riesgoso hacer pronósticos, pero la experiencia algo enseña. Nadie puede profetizar en serio, pero disponemos de algunas modestas certezas. Sabemos, por ejemplo, que si el diagnóstico es equivocado es muy probable que el desenlace también lo sea; que si se gobierna mal es muy probable que los resultados sean malos; que si se alienta la facciosidad es muy probable que las respuestas sean facciosas.

A la democracia hay que defenderla y además merecerla. La responsabilidad es de la sociedad, pero por sobre todas las cosas de los gobiernos. Recuerdo que cuando el presidente era De la Rúa tuve la oportunidad de tomar un café con un funcionario de la Alianza. El señor no ignoraba los problemas, pero como todo oficialista tendía a subestimarlos y estaba convencido de que el gobierno concluiría su mandato. Mi opinión -la opinión informal de quien le gusta conversar de política en los bares- fue que un gobierno que todas las semanas está a punto de caer no puede durar mucho tiempo. La caída de De la Rúa nos pudo haber gustado a no -a mí no me gustó- pero más allá de mis preferencias en esos meses azarosos e intrigantes, me quedó en claro que ningún gobierno puede sostenerse en el poder si todas las semanas debe enfrentar una crisis terminal.

La situación de los Kirchner por lo tanto es grave. Y es grave porque en principio nadie les cree, ni siquiera sus amigos. Se sabe que los protagonistas de la política no son ángeles, pero también se sabe que para que la democracia pueda funcionar es necesario un mínimo de credibilidad. Un gobierno sin fe y sin confianza social es un gobierno colocado al borde del abismo.

A los Kirchner les sobra prepotencia y desenfado, pero cuando esos atributos carecen del respaldo de la confianza social, son más síntomas de necedad y torpeza que virtudes del poder. El gobierno tiene comprometido el presente, pero sospecho que lo que más lo compromete, lo que transforma a su presente en un pantano, es la ausencia de futuro. A los Kirchner ya no los condena el pasado sino el futuro, la ausencia de futuro para ser más preciso, una ausencia que no está obligada a respetar los cronogramas electorales para hacerse notar.

A la democracia hay que defenderla y además merecerla. La responsabilidad es de la sociedad, pero por sobre todas las cosas de los gobiernos.

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Al matrimonio Kirchner ya no los condena el pasado sino la ausencia de futuro.

Foto: DyN

El año 2009 será decisivo para la estabilidad de la pareja, pero me atrevería a decir que en particular el mes de marzo será un tiempo de prueba.

si se gobierna mal es probable que los resultados sean malos; si se alienta la facciosidad es probable que las respuestas sean facciosas.