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Bouchard, el guerrero olvidado (Parte II)

en la foto se puede observar el tesoro de un naufragio sucedido en 1752 en el Río de la Plata.

Bouchard, el guerrero olvidado (Parte II)

Si no fuera porque fue el primer argentino en dar la vuelta al mundo (y peleando), o hubiera ocupado Monterrey (hoy EE. UU.) durante una semana, sería apenas el-de-la-calle-del-Luna-Park. Aún así, los argentinos seguimos sabiendo poco sobre Hipólito Bouchard, un hombre notable.TEXTOS. DANIEL CICHERO (*)

El 17 de agosto de 1818, La Argentina entró en la bahía de Kealakekúa, en la mayor de las islas del reino independiente de Hawai. Y allí ocurrió una sorpresa descomunal. En las mansas aguas de la bahía habitaba una corbeta de guerra que ¡provenía de Buenos Aires! Era la Santa Rosa otra nave corsaria, pero cuya tripulación se había amotinado en el norte de Chile y después de innumerables peripecias, había terminado con su gente en esas islas del paraíso. Claro, los tripulantes se adaptaron rápido a la buena vida e incluso vendieron la corbeta de guerra al rey hawaiano. Todos —sin excepción- pensaban que la guerra contra España, sencillamente, había terminado. Pero los tripulantes de la Santa Rosa no eran hombres de suerte. La casual escala por víveres y agua de La Argentina en su ruta a California, se terminó convirtiendo para todos ellos en una verdadera cacería humana.

Para recuperar el barco y capturar desertores en Hawai, Bouchard debió reunirse con su Rey, Kamehameha Iº. Durante el encuentro, que se celebró en el Palacio Real, Bouchard demandó la devolución de la corbeta. Hubo regateos por la nave y también por la ayuda en la captura de los ¿corsarios residentes¿, pero también se cree que en aquella ocasión se firmó un verdadero Acuerdo de Paz y Comercio hawaiano-argentino, lo que lo convertiría en el primer reconocimiento internacional a la independencia de las Provincias Unidas.

Con el apoyo del Rey hawaiano, Bouchard emprendió la recaptura de los desertores dispersos entre todas las islas. Y cuando finalizó, fusiló en la playa a uno de sus cabecillas.

Tras reaprovisionarse de víveres, municiones y contratar a ochenta hawaianos como nuevos tripulantes, la escuadra corsaria —ahora de dos naves- partió rumbo a la Alta California, una tierra salpicada de misiones franciscanas españolas, y que hoy forma parte de los Estados Unidos.

Otra vez en América

Bouchard pensaba caer por sorpresa en la Misión de Monterrey, pero los californianos ya habían sido alertados. El gobernador militar Pablo Vicente Solá incluso había tenido tiempo para comprar cañones a un traficante estadounidense para defender mejor al fuerte y el puerto.

El corsario del Plata determinó atacar con la Santa Rosa. Al mando del oficial Sheppard, la corbeta intentó meterse en la bahía durante la noche, pero en un derroche de mala suerte, el viento los abandonó justo a los pies del fuerte que cubría la entrada de la bahía. Al amanecer, y sin sorpresa, la nave argentina abrió fuego, pero tras quince minutos de combate la corbeta debió rendirse llena de heridos y cadáveres.

Un desastre. Bouchard sólo atinó a ganar tiempo enviando a parlamentar a su cura-cirujano. Y en esa misma noche, decidió el rescate de todos los hombres de la Santa Rosa y su traslado a La Argentina.

En la madrugada del 24 de noviembre de 1818, unos 200 hombres, armados con fusiles y lanzas volvieron a intentar un desembarco —esta vez desde los botes- y tras una hora de lucha pudieron izar la bandera nacional en el patio del fuerte. Monterrey fue tomada durante seis días y los corsarios mataron el ganado, requisaron casa por casa y quemaron el fuerte y las propiedades de los peninsulares. Sin embargo, a rajatabla, se respetaron las haciendas de los americanos y de la Iglesia.

Rumbo al sur

El peregrinaje de las naves argentinas continuó hacia las misiones de Santa Bárbara, San Juan de Capistrano (fue saqueada y destruida) y San Blas. Buscaron presas en Acapulco, pero allí no encontraron presas y siguieron viaje a Sonsonate (El Salvador) y El Realejo (hoy Nicaragua). Allí Bouchard escribiría una de las páginas militares más importantes al enfrentar sólo desde dos botes a los barcos defensores en un intenso combate. Los argentinos incorporaron allí otras dos nuevas naves con lo que Bouchard se convirtió en el comandante de una verdadera flota corsaria.

Con los bolsillos rebosantes y a casi dos años de haber zarpado de Buenos Aires, el francés ordenó el regreso a Valparaíso (Chile). Estaba decidido a colaborar en la campaña libertadora en el Perú de su ex jefe en el Regimiento de Granaderos.

La extraña bienvenida

El 9 de julio de 1819, Bouchard fondeó en Valparaíso. Sin embargo, la llegada de una expedición brillante trasmutó en una fiera sorpresa. Fue acusado de piratería y arrestado por decisión del almirante Cochrane. El inglés tomó la fragata La Argentina durante esa misma noche con el único motivo de “recaudar” para pagar los sueldos a su gente. La prisión del corsario se extendió hasta diciembre, cuando (por presión de San Martín y O’Higgins) se logró que las naves fueran devueltas, aunque ya desarmadas. Pero todo el dinero y las mercancías tomadas durante los dos años de expedición, jamás fueron reintegrados. Era la ruina total.

Para 1822, “su” fragata ya estaba podrida, y ya sin dinero, el velero con que diera la vuelta al mundo, terminó desguazado y vendido como leña.

Ya nada torcería su destino oscuro. Con el tiempo, el gobierno peruano le ofreció una finca en Nazca en pago por sus deudas. Y allí el hombre se puso a fabricar aguardiente. También allí, en su pequeño feudo, terminaría asesinado por uno de sus peones. Nunca quedó claro si fue por los malos tratos (a los que siempre fue afecto), por alguna deuda pendiente o por algún lío de polleras.

Su memoria se esfumó y hasta su cuerpo quedó perdido. Después de 129 años de ser un olvidado más en una tumba sin nombre, pudo volver a Buenos Aires. Pero eso ocurrió recién en 1962. Y apenas alcanzó para que se convirtiera en “el-de-la-calle-del-Luna-Park”.

(*) Periodista y escritor

Bouchard, el guerrero olvidado (Parte II)

Los corsarios Brown y Bouchard se encontraron en isla Mocha, al sur de Chile, luego de que casi todos naufragaran por una tempestad. Pintura de Emilio Biggeri.

Corsarios argentinos

Controladas las aguas del Plata y los ríos interiores, el Directorio decidió abrir una guerra corsaria contra España en todos los mares del mundo. De los 70 u 80 corsarios que portaban la azul y blanca hacia el año 1818, unos cuarenta fueron armados en Buenos Aires, el resto lo fue en Baltimore merced a las gestiones de nuestros representantes en los Estados Unidos.

Los corsarios estadounidenses con bandera argentina fueron especialmente activos en el Caribe y en las propias aguas españolas. Las tripulaciones, en muchos casos, estaban constituidas por aventureros, presos, voluntarios y desertores. Pero también solían incorporarse soldados regulares del Estado. Tal fue el caso de las expediciones corsarias de Bouchard.

definición

Qué es un corsario

Según se explica en www.caletao.com.ar, el corso era considerado entonces una legítima manera de guerrear.

Los ingleses lo emplearon por siglos contra sus enemigos, en especial España. Las principales zonas de actuación fueron el Atlántico Sur y el Caribe, pero también hubo ataques en el Pacífico y el Mar Mediterráneo.

El corso hispanoamericano se inició en 1814, el año en que por fin se terminó con el peligro que representaba Montevideo. Alcanzó su apogeo entre 1818 y 1823. Las naves bajo pabellón argentino realizaron las acciones más importante.

Patentados

La patente de corso era un contrato por el cual un Estado otorgaba a un particular el derecho de atacar, apresar, saquear o destruir todo buque que enarbolara una bandera enemiga, a cambio de permitirle quedarse con una parte del botín. A veces el Estado emisor de la patente aportaba la nave, víveres y parte de la tripulación; el corsario debía cargar con el resto de los gastos.