Crónica política

¿La culpa la tiene Tinelli?

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Rogelio Alaniz

“¿Quién puede decir más que esta dulce alabanza: que solamente tú eres tú?”. W. Shakespeare

Muy pocas veces miro televisión. A lo sumo un noticiero, alguna película. No tengo nada contra la televisión, simplemente sucede que no me he creado esa necesidad. A la noche, cuando llego a casa escribo, leo, escucho música o veo una película. Con eso me entretengo sin molestar a nadie. No creo que la televisión sea la caja boba. En todo caso, puede que haya algunos bobos que se quedan encandilados frente a la pantalla. El televisor no tiene la culpa.

Repito: raras veces miro televisión, pero en particular hay tres programas que no miro. Uno es el mío. El que sale por Cable & Diario, creo que los fines de semana. No es nada personal, pero hace 58 años que convivo conmigo las 24 horas como para, además, sentarme a mirar mi linda cara durante una hora. Tampoco miro fútbol; pero sobre ese tema prometo escribir más adelante. El otro programa que no miro es el de Tinelli. Me corrijo. Lo he mirado dos o tres veces. Tanto me hablaron de él que alguna vez decidí meterme en el baile.

No viene al caso, ni creo que a nadie le importe demasiado saber por qué no me gusta Tinelli. No me gusta y punto. Le cedo a Roberto Maurer el privilegio de explicar este rechazo. Podría decir que Tinelli es vulgar, grosero, manipulador, tramposo, sentimental, inescrupuloso, pero siempre habrá alguien que argumente a la inversa; y yo, a esta altura del partido, no tengo ganas de pelearme con nadie por culpa de Tinelli.

No voy a hablar por lo tanto de Tinelli. Además, no sé nada de su vida. No sé lo que piensa ni lo que siente. No sé si es bueno o es malo. Sé que se ha hecho multimillonario con su programa, pero no lo envidio; ni más ni menos que a cualquier millonario. Me han dicho que acaba de separarse de su mujer. No me asombra, no me escandaliza, ni me interesa. Se me ocurre que debe haberse separado por las razones que se separan los matrimonios después de estar muchos años juntos.

A la caída de la tarde suelo ir a un bar a leer o escribir. Me gusta hacerlo. Por lo general prefiero los bares silenciosos, discretos. No hay muchos, pero hay. La otra noche estaba en uno de esos lugares cuando distrajo mi atención un grupo de hombres que tomaban café y conversaban entre ellos. Presumo que se conocían, que eran amigos. Son personas mayores, medianamente cultas, que hablan de política, de los chismes del día, de la última película que vieron, del partido de fútbol. Lo que más o menos hacemos todos cuando estamos con los amigos tomando un café. Pues bien, esa noche estuvieron por lo menos dos horas hablando de Tinelli.

Llegué a casa y vi en los diarios digitales que consulto dos noticias que me llamaron la atención: Tinelli no había atendido un llamado telefónico de Kirchner, y en Olivos la familia del poder no se había despegado del televisor siguiendo paso a paso las peripecias del programa. Lo mismo hicieron todos los dirigentes de la oposición. Otro sí digo: Todos, oficialistas y opositores, si Tinelli los invitara a su programa, se pelearían entre ellos para llegar primeros.

Recordé que hace un tiempo un amigo me decía que Tinelli era el periodista más poderoso de la Argentina. En su momento tomé esas palabras como una humorada. Ahora las tomo en serio. Hago periodismo político, conozco más o menos mi oficio, conozco lo que hacen mis colegas, conozco cómo reciben los políticos las críticas o los halagos. Pues bien, en nombre de ese conocimiento digo que hoy Tinelli es el único periodista que aflige en serio al gobierno. Del mismo modo que hace siete u ocho años afligió al presidente De la Rúa. Y no sólo lo afligió, sino que además lo ridiculizó ante millones de personas.

Kirchner no se pone contento con las críticas de Morales Solá o Grondona. No se pone contento, pero tampoco pierde el sueño ni se muere de miedo. Sabe que los dardos de estos periodistas son consumidos por un público más o menos politizado que en la mayoría de los casos hace rato que ha decidido no votarlo.

Con Tinelli es otra cosa. Tinelli llega “a la gran masa del pueblo”, como dice la célebre marchita. A él lo miran -al decir de Gramsci- los que “saben”, pero fundamentalmente lo miran los que “sienten”, es decir, los que toman sus decisiones de acuerdo con sus prejuicios, con la letanía de los lugares comunes. Tinelli llega a esa gran masa prisionera del clientelismo que no lee La Nación ni mira los programas de Lanata y Grondona. Tinelli entra en el “segundo cordón” y este dato le preocupa al gobierno porque a Lanata o a Grondona se los puede ignorar, o se los puede refutar, pero a la banalidad de Tinelli no hay racionalidad que la perturbe.

Pregunto: ¿qué periodista, qué empresario tiene hoy ese poder? Ya quisiera algún terrateniente oligarca o algún multimillonario impactar de esta manera en la línea de flotación del poder oficial.Ya quisieran Grondona, Verbitsky, Morales Solá, Van der Kooy, tener esa influencia.

El otro día leí en el diario que el rating de Tinelli en una noche supera los votos de De Narváez, Kirchner, Macri, Reutemann, Carrió y Scioli. Me dirán que no es lo mismo, que se trata de categorías diferentes, incomparables. No estoy tan seguro que sea así. Desde que la política se confundió con el espectáculo, desde que la política recurrió a los personajes de la farándula para legitimarse, desde que la política se vive como un partido de fútbol y los analistas políticos provienen de la farándula o del mundo deportivo, la comparación entre el fenómeno Tinelli y la representatividad de los políticos es pertinente. Tinelli no es lo mismo que Reutemann o De Narváez, por ejemplo, pero entre ellos un sociólogo como Weber diría que hay afinidades. Esas afinidades son las que merecen estudiarse.

Regreso a la sociología. Millones de personas lo miran a Tinelli, pero lo que interesa saber es qué pasa con esas personas a la hora de tomar decisiones. Tinelli ¿promueve cambios de expectativas o de conductas? ¿influye sobre la sociedad? Conozco a personas que trabajan todo el día, que viven lejos de la oficina, que salen a la mañana y regresan a la noche. Esas personas están agobiadas por los rigores de la jornada, por las rutinas de su vida, por los miserables problemas de los tiempos que corren. A esa hora, ¿tienen ganas de prender el televisor para ver una conferencia sobre los últimos avances de la física cuántica? ¿tienen ganas de ponerse a leer un libro de cuentos de Silvina Ocampo o Felisberto Hernández? ¿o de escuchar a Mozart o a Vivaldi? Está claro que Tinelli los distiende, los entretiene, los divierte y hasta los ilusiona. ¿Los aliena? Yo diría que no más de lo que ya están. ¿Influye en sus decisiones políticas? Como diría el amigo de mi abuelo: ni tan poco ni tan mucho.

Digamos que en en el mundo en que vivimos tenemos que convivir con Tinelli como tenemos que convivir con tantas cosas que nos resultan a veces agradables y a veces desagradables. En los países avanzados, en esos países que exhiben los niveles de educación más altos, los programas equivalentes a Tinelli también convocan a multitudes. No suelen ser tan calamitosos como los nuestros, pero en este punto ya se sabe que nosotros tenemos la rara virtud de imitar lo malo y hacerlo siempre un poco peor.

La literatura basura, la música basura, el periodismo basura están más extendidos de lo que uno desearía. Ese público que consume estas baratijas, antes de alfabetizarse o de comprar el televisor, ¿consumirían productos culturales más elevados? No lo creo. Conclusión: los programas de Tinelli han venido para quedarse. Hoy se llaman así, mañana se llamarán de otra manera, pero el espectáculo debe continuar. ¿Es una tragedia social? Para nada. La Argentina tiene problemas mucho más serios que lo que puede generar un programa de televisión más o menos estúpido. Además, como le digo a los que me soportan en la radio y se enojan conmigo: siempre queda la alternativa de cambiar de dial o de canal.

Desde que la política se confundió con el espectáculo y los personajes de la farándula para legitimarse, la comparación entre el fenómeno Tinelli y la representatividad de los políticos es pertinente.

La Argentina tiene problemas mucho más serios que lo que puede generar un programa de televisión más o menos estúpido. Además, siempre queda la alternativa de cambiar de dial o de canal.