Crónica política

¿Modelo productivo o modelo kirchnerista?

¿Modelo productivo o modelo kirchnerista?

Un cierto parecido. Los Kirchner sólo se parecen a sí mismos, aunque tienen algunos rasgos en común con el comandante Chávez.

Foto: Agencia EFE

Por Rogelio Alaniz

“El genio de un dirigente consiste en saber dejar tras de sí una situación que el sentido común -sin la gracia del genio- puede manejar con éxito”. Walter Lippmann

Un alumno me preguntó el otro día si podía explicar en qué consiste el modelo kirchnerista. Pregunta obvia, pero de difícil respuesta. Según los kirchneristas, el modelo aludiría a un modo de acumulación productivo fundado en la productividad y la justa distribución de la riqueza. En ese punto, parecen coincidir todos los kirchneristas, desde D’ Elía a a Moyano, desde Scioli a Massa, desde Pérsico a Moyano. Según se mire, la defensa del modelo sería la traducción histórica de la patria libre, justa y soberana o la puesta en práctica de la liberación nacional contra la dependencia y, por qué no, la antesala de la Argentina potencia.

Como en política es necesario evaluar la distancia que existen entre las palabras y los hechos, importa indagar sobre la identidad de un modelo más propagandizado como consigna que explicitado como realidad económica. A decir verdad, lo que hoy instrumenta el gobierno nacional es una versión deshilvanada de aquello que en su momento diseñara el ministro Lavagna.

Como se recordará, Lavagna fue el ministro de Economía de Duhalde que luego heredó Kirchner y que, bien o mal, dio una serie de respuestas económicas y financieras que permitió salir de la crisis. Muchos economistas sostienen que la propuesta de Lavagna fue transitoria, una salida de emergencia a la crisis que luego debería ser perfeccionada con un dispositivo de medidas que en su totalidad hubiera constituido un verdadero plan o modelo.

Lavagna fue despedido precisamente porque planteó que era necesario salir de la emergencia para avanzar en una dirección más consistente y consensuada. Justamente, lo que distingue a un estadista de un político chapucero es que trata de anticiparse a los hechos. Para ello se imponía establecer otro tipo de acuerdos con la oposición, negociar en otros términos con los grandes actores económicos, fortalecer las instituciones como instrumentos políticos indispensables y replantear las relaciones de Argentina con el mundo.

Lo que Kirchner resuelve es justamente lo contrario. Las consecuencias de esa decisión están a la vista. No hay diálogo, no hay acuerdo económico, no hay instituciones y la relación con el mundo parece empezar y terminar con Chávez. El modelo productivo fundado en la supuesta burguesía nacional trocó en un capitalismo de amigos, el modelo desarrollista quedó reducido a una retórica banal y liviana, la justa distribución de la riqueza derivó en el clientelismo cínico y prepotente.

Digamos que desde esta perspectiva, hoy más que un modelo lo que hay es una continuidad desprolija de aquello que Lavagna pensó como salida transitoria y que los Kirchner asumieron como modelo permanente. La Argentina es hoy más pobre, más injusta, más decadente que hace diez años. Los Kirchner viven políticamente del prestigio ganado por la generosidad de una coyuntura que permitió que hasta países como Haití y Santo Domingo tuvieran altísimos niveles de crecimiento, por el “rebote” de la crisis y por los aciertos de un economista que ellos no eligieron, que luego despidieron, y que hoy milita en la oposición.

A la pareja gobernante no se le ha caído una sola idea original para cumplir con los objetivos que ellos mismos dicen defender. Toda la estrategia se redujo a acumular poder por la vía de la disponibilidad de recursos económicos extraídos por vía impositiva, burlando la coparticipación o dibujando las cifras oficiales. Habló del desarrollo, pero nunca salió de un crecimiento promovido por factores ajenos a su voluntad. Habló de la justa distribución de la riqueza y no fue capaz de promover una reforma impositiva; por el contrario, mantuvo los aspectos más regresivos del sistema y además se benefició con ellos.

Por esas tristes ironías de la política, el gobierno que calificó a la soja como un yuyo y se cansó de demonizarla vivió su mejor momento político gracias precisamente a los beneficios de la soja. Si en la década del noventa el menemismo despilfarró los recursos provenientes de las privatizaciones, en la actualidad los Kirchner hicieron lo mismo con el dinero de la soja y el petróleo. Cuando “la guerra gaucha” y los ciclos de la economía le impidieron obtener beneficios del campo, procedieron a estatizar las jubilaciones.

Por lo tanto, si por modelo se entiende un sistema más o menos diseñado de acumulación económica fundado en prioridades de crecimiento y desarrollo, con reformas impositivas y financieras, transparencia institucional, consenso social y político y una relación inteligente y madura con el mundo, lo que hay en la Argentina es cualquier cosa menos un modelo.

Para ser más precisos, habría que decir que más que un modelo económico lo que funciona aquí es un modelo de poder, un modelo de dominación y control político que es claro y evidente. Siempre dije que para entender a los Kirchner no hay que mirar ni a La Habana ni a Caracas, sino a Santa Cruz. Todo lo que saben de política lo aprendieron allí, todo lo que hacen desde la Casa Rosada es más o menos una versión lineal de lo que hicieron en su provincia.

Los Kirchner conciben al poder como un patrimonio personal cuyos objetivos empiezan y concluyen alrededor de sus personas. Menem no era diferente porque en general esa concepción del poder es tributaria de la tradición peronista. Ni Menem creyó en los valores del liberalismo ni los Kirchner creen en los derechos humanos o la liberación nacional. No hay menemismo o kirchnerismo, hay peronismo. ¿Cuesta tanto entenderlo? Presten atención a los beneficiarios políticos. Cambian los líderes, pero en los niveles intermedios se mantienen en una u otra gestión las mismas personas. Les asiste todo el derecho a hacerlo. Después depende de nosotros creerles o no.

Lo que han hecho menemistas y kirchneristas es adaptarse a los humores de la coyuntura. El transformismo del peronismo es uno de los rasgos originales y perversos de la política nacional. Desde que se recuperó la democracia, por un camino o por otro, el peronismo es una fuerza gravitante de la política nacional.

Pero si les vamos a creer a ellos, el peronismo jamás gobernó. Isabel y López Rega no fueron peronistas. Menem, mucho menos. Duhalde tampoco lo fue y ahora está cada vez más claro que Kirchner es cualquier cosa menos un peronista. ¿Quién gobernaba en nombre de ellos? Jamás lo sabremos. En todo caso, lo único que podemos sospechar es que el próximo presidente tratará de ser peronista.

Regresemos al 2009. Los Kirchner entienden al poder como un campo de relación de fuerzas solamente limitada por la imposición violenta de los hechos. Se dirá que toda visión del poder es más o menos así. Lo correcto sería decir que así funciona toda versión del poder en sus variantes más primitivas. El poder democrático es una conquista de la humanidad. Incluye una cultura política, la adhesión a un conjunto de valores relacionados con la libertad y la justicia, el convencimiento de que el poder es necesario y al mismo tiempo peligroso, razón por la cual debe ser controlado. En definitiva, la idea central que ilumina una visión democrática y republicana del poder consiste en entender que la tarea de un estadista en las sociedades modernas es ser el artífice del consenso social y no el agente de la discordia.

No hace falta ser un experto en teoría política para registrar la distancia que hay entre la concepción del poder de un demócrata y la concepción del poder que practican los Kirchner. En este punto reside la diferencia de Kirchner con Bachelet, Lula o Tabaré Vázquez. Y en ese punto se expresan sus coincidencias con Chávez. Todo lo demás, como decía Rimbaud, es literatura.