“Lazarillo de Tormes”

La vida de un pobre desesperado

Roberto Schneider

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“El Lazarillo de Tormes” es una breve novela española de autor desconocido, publicada en Burgos en 1554, considerada como el arquetipo de la novela “picaresca”. El original tiene un prólogo y siete capítulos de variada extensión e importancia que relatan la vida y el adverso destino de Lazarillo llamado de Tormes por el nombre del famoso río que pasa junto a Salamanca y en cuyas riberas nació el protagonista.

La materia de la novela es el permanente vagabundeo de Lazarillo, obligado a ganarse su penosa existencia pasando de amo en amo: un mendigo ciego, un clérigo tan pobre y hambriento como él, un hidalgo celoso de su honor pero holgazán y sin un centavo y también un fraile. Por primera vez entra en la literatura y se presenta como materia de arte la vida de un pobre desesperado que al margen de la sociedad lucha sin auxilio de nadie, por ningún otro ideal que el de librarse del hambre y seguir viviendo. Y puesto que quien narra es el propio protagonista, el motivo artístico de la novela se reduce a la interpretación de la realidad dado por un espíritu egoístamente encerrado en sí mismo e incapaz de salir de los límites de un utilitarismo instintivo, sórdido y estrecho.

La obra ha sido convenientemente adaptada por el Grupo Exit en su reciente estreno, bajo el título “Lazarillo de Tormes” (¿por qué sin el artículo?), en la Sala Marechal del Teatro Municipal. En la puesta en escena dirigida por Marisa Oroño Lazarillo observa y juzga todo en relación consigo mismo, según la fría norma de lo que le es útil y lo que lo perjudica. Ningún halo de sentimiento, ningún espejismo de lejanas quimeras. Lazarillo está todo en el recuerdo de sus penas, en la única realidad del dolor sufrido, en las únicas y caras imágenes del hambre saciada. Evoca su pasado con un arte sobrio, sin significados ocultos.

Llama bien a todo aquello que satisface sus necesidades instintivas y mal a todo lo que se opone a esta satisfacción. La caridad no es más que lo que sale al encuentro de sus sufrimientos materiales. Quien no tiene qué darle, aunque no pueda, es un avaro. Quien le niega lo indispensable para su vida es un malvado. Y en estos juicios tiene la sinceridad y el acento de la verdad que ha crecido juntamente con su vida. Lazarillo está más allá del bien y del mal y su manera de entender es espontánea. La puesta no es pretenciosa porque se ajusta a la vida que Lazarillo vive y por lo mismo conoce y expresa.

Todos los aspectos estéticos son sumamente cuidados. La planta de luces de Mario Pascullo marca con belleza diversas zonas en el amplio espacio de la sala; es indudablemente excelente la música original de Fabián Pínnola, porque remite con precisión a un tiempo pasado, y es de buen gusto el precioso vestuario de María Celeste Moschino. En lo específicamente actoral, uno de los rubros más fuertes en la trayectoria del Grupo Exit, se destaca la notable interpretación de Daniel Vitale. El actor resuelve de manera perfecta los diversos roles que asume, otorgando a cada personaje su propio sello distintivo. Está bien acompañado por Fabián Rodríguez, quien imprime a su trabajo notas de indudable entrega. Omar Silván tiene desenvoltura escénica, pero debilidades en sus tonos elocutivos. El montaje tiene un tiempo moroso al principio y crece luego, por el juego de los actores, en una totalidad que plasma la dolorosa historia de alguien que, también, pide afecto.

 

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Los valores estéticos de la propuesta del Grupo Exit son la nota distintiva del espectáculo que se puede apreciar en la Sala Marechal.

Foto: Pablo Aguirre