EDITORIAL

El derecho y el deber de votar

Las elecciones constituyen uno de los momentos clave de la democracia. Es el instante en que el pueblo ejerce efectivamente la soberanía en el marco de una democracia representativa. También es el momento en que se pone a prueba la responsabilidad de los ciudadanos en la constitución de un nuevo poder político. En términos ideales una sociedad llega a un comicio con la información necesaria para elegir según sus convicciones o intereses. Toda democracia garantiza en ese sentido la libertad de prensa y la libertad de información para que el ciudadano disponga de los instrumentos necesarios para decidir en el cuarto oscuro. De todos modos no hay democracia si el Estado de Derecho no garantiza en serio las mínimas libertades civiles y políticas que la hacen posible

En la vida real los procesos son más complejos que en la teoría y en muchos casos más deficientes. La industria cultural tiende a banalizar las propuestas electorales, las condiciones sociales de amplios sectores hundidos en la pobreza y la marginalidad achican de manera visible su libertad de decisión. Por su lado, desde el campo específico de la política, dirigentes inescrupulosos tienden a aprisionar a los votantes de pocos recursos en las redes infames del clientelismo. Asimismo, en su afán de seducir a fracciones del electorado con bajos niveles de conciencia pública los políticos tienden a teñir las campañas con altas dosis de frivolidad y oportunismo.

Desde 1912 el voto en la Argentina es universal, obligatorio y secreto. Fue un gran acierto legal del gobierno de Roque Saénz Peña, en tanto que permitió que amplias franjas de la sociedad accedieran a la ciudadanía política. Una de las condiciones para cumplir cabalmente con estos objetivos fue precisamente el voto secreto, la garantía que dispone el votante de no ser presionado por los poderes fácticos. La otra exigencia fue la obligatoriedad, por entender que votar es un derecho pero al mismo tiempo un deber, el deber de contribuir como ciudadano a la constitución legítima del nuevo orden político.

Tradicionalmente la contracara de una elección libre fue la elección fraudulenta. En los años treinta en la Argentina el régimen conservador lo practicó descaradamente en la Nación y en nuestra provincia en particular. Hoy no hay ni condiciones políticas ni culturales para que ello sea posible. De todos modos, siempre es importante que la ciudadanía y las instituciones de la sociedad estén atentas a maniobras de ese tipo que hoy no se expresarían en el estilo tradicional pero sí pueden hacerlo a través de la manipulación de votos cautivos.

Prevenciones al margen, sin duda que las elecciones constituyen como acontecimiento una verdadera fiesta cívica de la democracia. Más allá de los resultados y de las dificultades que todo proceso democrático conlleva, de lo que no caben dudas es que de manera puntual en todo comicio se pone en práctica el principio básico de todo Estado de Derecho de elegir y ser elegido.