Digno de contar

Diarios de motocileta

El santafesino José Tumino fue un precursor del turismo de aventura. A bordo de la Honda 300 conoció el mundo, visitando más de 200 países y recorriendo 165 mil kilómetros. La hazaña que contamos data de junio de 1970.

Diego Degano

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La moto con el tanque lleno, algunos billetes en el bolsillo, 3 bidones de 5 litros de nafta, 1 de agua, un bolsón de repuestos, una frazada y la mochila llena de ropa fue lo que cargó José Tumino para partir desde Santa Fe el 14 de junio de 1970 y hacer tantos kilómetros alrededor del mundo hasta cansarse, parar y volver, tal cual lo viéramos a Tom Hanks cuando protagonizó Forrest Gump hace algunos años atrás, que corrió y corrió hasta que un día se cansó.

Esa es la forma que a uno se le ocurre resumir una aventura semejante, después de escuchar anécdotas e historias durante casi toda una mañana.

A los 24 años y después de realizar 7 expediciones por el continente sudamericano –la más importante de todas fue cuando recorrió Mato Grosso siendo el único en hacerlo en moto-, que le fueron de suma utilidad para juntar experiencia, se decidió a recorrer el mundo, teniendo como guía algunos datos que terminaron no siendo reales y que de haberlo sabido no lo hubiera intentado. Dependiendo de una brújula como compañera puso rumbo hacia Chile, donde comenzaron las peripecias.

“Lloré de frío”

Convengamos que la fecha que eligió para la partida no fue muy atinada si consideramos que tuvo que atravesar la Cordillera en pleno invierno; como consecuencia del terremoto de Perú no pudo ir por Bolivia porque el trayecto estaba interrumpido.

Apenas iniciada la travesía tuvo el primer contratiempo, con el paso de su moto por la frontera argentino-chilena que casi lo obliga a retornar a Santa Fe. Después de solucionarlo, se sometió a la primera prueba de supervivencia, cuando desoyó las instrucciones de Gendarmería de no avanzar por la nevada, hasta encontrarse con los caminos tapados. “Lloré del frío que sentí, no pude dormir”, en referencia a la noche que él recuerda como la peor de todas la que pasó en el viaje por las bajísimas temperaturas.

La antítesis fueron los 60 grados del desierto del Sahara. “Con botas y todo, era imposible apoyarlas en el asfalto. Para que te des una idea del calor que hacía, llevaba en mi cabeza una toalla que mojaba con agua del bidón y que tardaba solo 2 minutos en secarse”.

Días sin comer

Pasar hambre era cuestión de todos los días y convivía con ese problema, no por la falta de dinero sino porque los lugares por donde transitaba no había un alma. “Hasta el día de hoy tengo la duda si no me encontré en Perú con guerrilleros que estaban vestidos de gendarmes; después de estrictas normas de seguridad me hicieron ingresar a un lugar donde me dieron de comer pollo con fideos después de tres días en que no probaba bocado”.

Del mismo modo que con la temperatura, convivió con los extremos gastronómicos: “en Japón pude comer ravioles para mi cumpleaños y en Panamá comí huevo podrido para no morir de hambre.”

46.400 Dólares

Se le iluminaban los ojos cada vez que mencionaba a México. No es para menos, fue el país donde se sintió más a gusto y le dejó mayor cantidad de amistades que conserva hasta hoy, aquél que lo recibió en el Distrito Federal con un pasacalle que decía “bienvenido hermano argentino” y cuya gente lo envolvió con una bandera tricolor. Aunque una de las anécdotas que más énfasis pone al contar es aquella que le permitió obtener el resto del dinero para continuar el viaje. “Llegué a México con dos billetes en el bolsillo y para que continúe con mi travesía Cantinflas y sus amigos organizaron una fiesta en mi honor en la que recaudaron más de 46 mil dólares en entradas y beneficios, una verdadera fortuna”

El padecimiento físico

En el año y medio que estuvo fuera de casa bajó 21 kilos, toda una muestra del padecimiento al que fue sometido su físico.

Estuvo internado, tuvo pulmonía, lo afectaron diversas dolencias que terminaron con un derrame cerebral apenas llegó a Santa Fe como consecuencia de la vibración producida por el andar. “Dolores en la columna de los que te imagines, especialmente las cervicales, por la postura en la moto; en Guatemala me pesqué un virus en el contacto con la arena volcánica que lo curé un tiempo después; en Japón me prohibieron subirme a la moto porque ya tenía los primeros síntomas del derrame; en México me internaron por una descompensación hepática y en Chile también por un principio de pulmonía, aunque en una casa de familia, de donde me escapé después que me pusieron 3 inyecciones en la columna que me hicieron ver las estrellas”

Me salvaron los diarios

El ánimo de los lugareños al llegar a cada rincón del planeta lo hacía seguir adelante y superar el bajón que a veces tenía. “En un momento la cuestión pasaba por subirme a la moto y sumar kilómetros; con decirte que debo haber atravesado unos 200 países y en algunos pasaba de tránsito sin detenerme”.

La calidez de la gente fue la que lo hizo permanecer en México durante 8 días, cuando el promedio de estadía por nación era de 2. El contraste lo aportó su llegada a Medio Oriente, en plena guerra “de los 7 días”, especialmente en Egipto e Israel donde sintió que su vida estaba en riesgo. “Después de sacar unas fotos en El Cairo fui perseguido y detenido por soldados que me sacaron los negativos y hasta llegaron a agredirme, hasta que saqué de mi equipaje los diarios de aquellos países que había visitado, que fueron los que en definitiva me salvaron”.

La moto va conmigo

Varias veces escuchó sentenciar de su interlocutor que él podía seguir viaje pero la moto no podía acompañarlo. En esos momentos las señas, que eran su forma de comunicarse con el mundo, unas pocas palabras en el idioma de origen y hasta quedar arrodillado por clemencia eran las armas que José utilizaba para lograr revertir la decisión y salirse con la suya. “Estaba en pleno aeropuerto para volar desde el Canal de Suez hasta la India y no podía persuadir al responsable del vuelo que embarcara la moto, hasta que veo a otro empleado tratando de embalar una serie de elementos en una caja en que la moto entraba perfectamente; le mostré 800 dólares que fueron suficientes para convencer a él y varios más.

El vuelo se demoró más de una hora pero la moto viajó en la bóveda del avión. Al subir, los otros pasajeros me querían matar por la demora y por el monto de la “propina”, ya que el sueldo mensual era equivalente a 30 dólares”.

Japón, final feliz

Después de recorrer más de 160 mil kilómetros llegó al país que sería su último destino. Al igual que en la mayoría de los países, fue recibido por el embajador argentino Rodolfo Freyre, quien era santafesino y se encargó de que lo traten como un verdadero embajador.

Así fue como lo recibieron en la planta de Honda, “21 mil empleados me esperaron para recibirme a mi llegada a la fábrica. Las autoridades me regalaron una moto de 750 cc, la que terminé vendiendo a un empleado en 1000 dólares porque era imposible traerla, no sin antes usarla para llevar al embajador al aeropuerto”.

En tal visita, José se llevó uno de los disgustos más grandes de su viaje: “al momento del agasajo presentaron la comida cruda que uno debía procurar cocer por sí mismo en las enormes planchas que utilizaban para tal fin; en el momento en que estoy degustando la carne me preguntan si estaba buena la ballena, por lo que inmediatamente la hice a un lado y le dije que en mi país no estaba bien visto comerla; al día siguiente salí en todos los diarios siendo muy criticado”

Museo Guiness de N. York

Hace algunos años atrásestuvo a punto de ir a los Estados Unidos a ver su vieja compañera de ruta, intento que se frustró por no llegar a tiempo a cobrar un subsidio que le había otorgado el gobierno provincial. “La moto fue tratada en la planta de Honda como un verdadero trofeo de guerra, ya que la caja llegó gastada después de tantos kilómetros, aunque intacta”.

Después de dejarla un tiempo en Osaka para su exhibición, lo que quedaba de la moto Honda 300 con cuadro reforzado de una “Súper 5”, con barras rellenas de aluminio, rayos hasta 4 veces más grandes de lo común y amortiguadores traseros de una Gilera 300, regresó y se paseó por varios museos de Argentina, hasta que recaló definitivamente en el Museo Guiness de Nueva York, como la moto que batió el record de kilómetros recorridos en la historia”.

Y así se pueden ir reproduciendo las historias, de a cientos, como cuando se le prendió fuego la moto y tuvo que apagarlo y después unir cada pedacito de cable hasta formar uno que le permita hacer contacto y poner en funcionamiento otra vez el motor. Siente una tremenda nostalgia porque hablar de esto lo primero que le trae a la mente es el cariño de la gente y los amigos que hizo por el mundo, afirma que hoy sería imposible repetir la hazaña porque la gente cambió. El “loco” Tumino fue un verdadero pionero en el turismo de aventura y este es nuestro humilde homenaje a casi 40 años de aquella hazaña.

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Abriendo caminos. La moto y la ruta, tal vez las compañeras más fieles de José en los miles y miles de kilómetros que transitó a lo largo del planeta.

Foto: José tumino.

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Los amigos de mis amigos son mis amigos. Fue la frase que Cantinflas le expresó a José. Y así se lo hizo sentir. Foto: josé tumino.

TURISMO DE AVENTURA

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1. De oro. El bolígrafo que le fue obsequiado por la familia Rockefeller en su paso por Estados unidos. 2. Farándula. La foto es con el propietario del restaurante neoyorquino, el cantante Nicola Paone. 3. Tierra Inca. José llegó a Perú vía Chile porque el paso por Bolivia estaba cerrado por el terremoto sufrido un tiempo antes. 4.La moto y el mar. Otra de las capturas que simbolizan la infinidad de paisajes encontrados en su viaje, en este caso las playas de la Costa Azul francesa. 5. Del este. Los castillos de la Alemania oriental le llamaron mucho la atención. 6. En casa. A su regreso, familiares y amigos le brindaron una calurosa bienvenida en el club Ferrocarril Oeste del barrio sur de nuestra ciudad.

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EL PERSONAJE

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La amistad que trabó con Mario Alfonso Moreno Reyes, conocido internacionalmente como “Cantinflas” es sin dudas su mejor recuerdo. La relación se dio gracias a una carta que José le acercó al cómico de parte de un amigo de Santa Fe.

“Fue algo impactante conocerlo, sobre todo por la humildad con la que me trataba, como si no hubiera diferencia entre nosotros, a punto tal que fui su invitado de honor en el cumpleaños que festejó en su casa, del que me fui porque no estaba vestido para la ocasión, cuando todos los invitados iban de punta en blanco yo estaba con mis ropas de viaje. Al otro día me llamó enojado porque él quería presentarme como un verdadero héroe por lo que estaba haciendo”

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EL DATO

EL CONTACTO CON LA FAMILIA

Mis parientes y amigos se enteraban dónde estaba porque hablaban a las embajadas de los distintos países y allí les decían si yo había pasado o no por el lugar. Les escribía cartas que nunca llegaban o las recibían abiertas. Recién cuando llegué a México pude comunicarme con ellos por teléfono.