Crónica política

Límites y alcances del diálogo

Rogelio Alaniz

“En el desierto acontece la aurora. Alguien lo sabe”. Jorge Luis Borges

No creo que en la Argentina haya una voluntad destituyente, pero sí creo que la lógica política posee fuertes tendencias destituyentes. ¿Está bien? No, no está bien, pero es así. La lógica destituyente está incorporada a nuestra historia política, es una de nuestras tradiciones más fuertes.

Natalio Botana habla de oponer a esa lógica una lógica instituyente. No es mala idea. Pero sospecho que llega tarde. O, como suele ocurrir a veces con las buenas ideas, no hay quién esté decidido a ponerlas en práctica.

Tranquilizarse. Hoy no hay asonada cuartelera ni golpe de Estado. Lo que hay son golpes de opinión que ponen en riesgo de naufragio a gobiernos que desde hace rato vienen arrojando lastre. No son la oligarquía y el imperialismo los responsables de estas zozobras, sino el vacío institucional.

Ocurre que los gobiernos delegativos, apuntalados sobre la base de liderazgos hegemónicos, más temprano que tarde ingresan en zona de turbulencias políticas que terminan devorándolos sin necesidad de que los militares precipiten ese desenlace saliendo a la calle.

Se sabe que el populismo en el poder desprecia, subordina y ningunea a las instituciones. Está tan confiado en la consistencia de su relación con las masas que considera que las instituciones no son sólo una molestia sino una manifestación del privilegio que se desea derrotar.

Ernesto Laclau sostiene justamente que a las instituciones representativas del orden liberal burgués corresponde desbordarlas porque son la expresión superestructural del régimen oligárquico. Veinte años estudiando en Londres y una esposa intelectual y belga para arribar a las mismas conclusiones que con más elegancia y mejor estilo expresaba Jorge Abelardo Ramos y sus epígonos de la izquierda nacional hace cuarenta años.

Devaneos intelectuales al margen, lo cierto es que los regímenes populistas que se hartaron de despreciar a las instituciones, descubren a la vuelta del camino que están solos, a la intemperie y que el único refugio que los podría salvar o proteger del frío helado no existe, entre otras cosas porque ellos se encargaron de destrozarlo en tiempos de exitismo y abundancia.

Hay que resignarse a admitir que a los gobiernos los suelen destituir sus propios errores. Lo virtuoso y lo sensato es que cuando el gobierno se precipita al abismo, la oposición haga lo imposible para salvar a la Nación de un desenlace que siempre es costoso. Lo que sucede es que la oposición a veces ni es tan virtuosa ni tiene tanto poder para impedir que el gobierno se suicide.

Torcuato Di Tella sostiene que el gobierno de los Kirchner tiene capacidad para adaptarse a las nuevas condiciones impuestas por las sociedades democráticas. Lo que se puede deducir de su razonamiento es que en esta coyuntura, los Kirchner se transformarán en republicanos ejemplares porque no les quedará otra alternativa. Es como que la realidad ejerce su propia pedagogía. Ojalá tenga razón.

Por lo pronto, el gobierno nacional ha convocado al diálogo, pero sospecho que la decisión llega tarde. Nadie en abstracto puede oponerse al diálogo y, en efecto, salvo Elisa Carrió, todos los dirigentes aceptaron la convocatoria. Ahora bien, después de las fotos, después de las declaraciones plagadas de buenas intenciones, ¿qué queda en limpio en términos de decisión política?

Desmitifiquemos un poco algunas palabras. El diálogo, como la paz, como el derecho a la vida, son principios y valores que, por ser universales, corren el riesgo de concluir flotando en el vacío. En 1973, Perón se cansó de dialogar con los dirigentes opositores y sin embargo ni los almuerzos con Balbín ni las cenas con conservadores e izquierdistas alcanzaron a disimular la tragedia de un país que se precipitaba al infierno.

¿Esto quiere decir que el dialogo no sirve? Lo que quiere decir es que siendo necesario no alcanza. ¿Entonces tiene razón Elisa Carrió? Ni tan poco ni mucho. Carrió se equivoca en negarse a asistir a una convocatoria porque en democracia es necesario aceptar que se compite con adversarios, no con enemigos. Dialogar con los Kirchner no es un pecado, no es una traición; en el peor de los casos es un acto inútil pero inofensivo. Pero Carrió no se equivoca en sostener que el ámbito privilegiado del diálogo es el Parlamento.

No deseo ser demasiado brusco en el razonamiento, pero ahora que hablar se ha puesto de moda, postulo que se gobierna conversando lo indispensable y tomando decisiones acertadas. En política, a veces es necesario hablar con los adversarios y a veces no. Todo jefe de Estado lo sabe. O debe saberlo.

A los Kirchner no les fue mal por no dialogar, les fue mal porque su concepción del ejercicio del poder y su diagnóstico de las contradicciones fue equivocado. El que parte del error es muy probable que concluya en el error. El capítulo final del relato kirchnerista fue “la 125”. Las elecciones son su epílogo. Después ¿qué?

Para tranquilizar a las buenas conciencias y a ciertas almas beatas del populismo criollo, declaro que mi deseo es que sigan en el poder hasta el 2011. De todos modos, los deseos en política, si no están sustentados sobre bases materiales, no sirven de nada.

En 1975, muchos deseábamos que Isabel concluyera su mandato, pero la lógica de los acontecimientos era mucho más fuerte. En 1989, muchos queríamos que Alfonsín siguiera gobernado, pero la hiperinflación era mucho más convincente que nuestros rezos al altar republicano. Recuerdo que en el 2001, le decía a un amigo que el gobierno de De la Rúa no se podría sostener en el poder si todas las semanas debía soportar impugnaciones económicas y financieras. A De la Rúa no lo iban a destituir un político intrigante o una conspiración partidaria, lo iba a destituir la lógica explosiva de los acontecimientos.

Hago este repaso histórico para distinguir lo que a mí me gusta de lo que realmente puede suceder. El gobierno concluirá su mandato si asegura la gobernabilidad, es decir, si controla las tensiones entre Estado y sociedad, y entre Estado y economía. ¿Podrá hacerlo? Lo dudo. A los Kirchner, el libreto se les agotó, y no saben y no quieren tomar un libreto prestado.

El diálogo sólo es posible cuando se plantea desde la fortaleza política y desde las convicciones. Ninguna de estas dos virtudes, hoy, acompañan a la pareja gobernante. Ni la fortaleza, porque convocan a dialogar desde la debilidad; ni las convicciones, porque no creen en lo que están haciendo y hoy recurren a este expediente más motivados por la necesidad -que como se sabe siempre tiene cara de hereje- que por la sinceridad.

Algunos amigos me han dicho que ésta es una buena oportunidad para fundar una suerte de Pacto de la Moncloa. Lo siento por ellos y por sus buenas intenciones. Ni Cristina es Adolfo Suárez, ni Néstor es el rey Juan Carlos -aunque no le disgustaría el rol-, ni Carrió es la Pasionaria, ni Reutemann tiene la estatura intelectual de Fraga Iribarne, ni Moyano se parece a Marcelino Camacho -el incorruptible líder de las Comisiones Obreras-, y Binner todavía está muy lejos de ser Felipe González.

Nunca son los derrotados los que pueden proponer la fundación de una Nación sobre nuevas bases. Conversar es muy lindo, sacarse fotos es muy entretenido pero la política real está hecha de otra madera. Esa madera es la que brilla por su ausencia en el taller de los Kirchner.

De todos modos, mientras la economía no estalle, Cristina podrá seguir sentada con cierta elegancia en el sillón de Rivadavia. Las crisis políticas son duras pero se asimilan; lo que no se asimila -desde el punto de vista de la gobernabilidad- son las crisis económicas.

Hoy las variables de la economía están más o menos controladas, pero todos los economistas, incluso los oficialistas, admiten que en el horizonte los nubarrones son negros, demasiado negros para un gobierno que cuando la lluvia se desate no cuenta ni con paraguas ni con piloto para protegerse.

Límites y alcances del diálogo

Respaldo. Desde tiempos remotos, el sillón, la poltrona, la silla curul, el trono y demás variantes, son atributos y representaciones del poder político. Aquí, Cristina en el despacho presidencial. La firmeza de su asiento depende del devenir de la economía.

Foto: Agencia EFE