Llegan cartas

Padecimientos cotidianos,

pandemia argentina

Patricia Severín.

DNI: 11.784.518. Ciudad.

Señores directores: La cola de jubilados daba vuelta la esquina y rodeaba el banco. Era el de Santa Fe, sucursal General Paz, a pocas cuadras de Salvador del Carril. Gente mayor, esperando cobrar sus pocos pesos, en la vereda, uno de los días más fríos del invierno, y soportando estoicamente, en nombre de la gripe A. ¿No es una incongruencia? El sentido común indica reparo, ambiente cálido, protección. Nuestros abuelos, hacinados a la intemperie, tratando de alguna forma de protegerse del frío.

El lunes 13, otra vez. Pero en Telecom. Lo comprobé por mí misma. A media mañana llegué a la oficina de Telecom con la idea de hacer un trámite rápido. Era mi undécimo reclamo: hace más de mes y medio estoy sin línea telefónica y nadie ha venido, ni siquiera a ver qué pasa.

Tuve ingratas sorpresas: 1) La larga cola se extendía en zigzag, en la vereda, fuera de las oficinas. ¿50, 60 personas muriéndonos de frío por el viento sur, que soplaba sin piedad?

2) La cola se movía a paso de hormiga; el guardia de entrada hacía ingresar sólo una persona a la vez.

3) Dentro de la oficina inmensa, calentita y vacía, atendían dos empleadas -sólo dos- detrás de una valla de protección.

Pregunté al guardia cuál era el motivo por el cuál no podíamos ingresar, habiendo lugar de sobra para estar separados, unos de otros, por lo menos 20 personas. “Orden de la empresa” fue la respuesta. Le dije a la empleada detrás de la valla “Quiero hablar con alguien de la empresa”. “No hay nadie” respondió. Pedí el libro de quejas. Me lo dieron. (¿Alguien lee alguna vez el libro de quejas?).

El lunes 13 de julio después del larguísimo feriado “sanitario”, era para morirse en la vereda, de cualquier gripe o de neumonía. O de furia.

Todas mis llamadas al 114 resultaron infructuosas (sólo contestó una máquina). Al mes de que comenzara los reclamos fui con carta escrita; ahora iba por segunda vez. La primera fue el 2 de julio, me dijeron que en una semana mi línea estaría reparada. No fue así y retorné. Después de esperar más de una hora en la vereda, helada, incómoda y aliento con aliento, charla con charla con mis infortunados compañeros de cola, ingresé al hall desierto para desayunarme que mis reclamos realizados desde distintos teléfonos, al 114, y atendidos siempre por una máquina, no tenían validez: nadie me dio nunca número de trámite. Mi trámite comienza recién el 2 de julio y no un mes antes.

“Ahora estamos en emergencia” dijo la gentil empleada y ratificó el hombre que me atendió en el 114 después de 20 minutos de sostener el tubo: “La empresa trabaja con la mitad del personal. No hay fecha tentativa de solución”. “¡Pero cuando yo comencé el trámite no había emergencia” me indigné. “Ahora es así” fue la respuesta. Después de la furia vino la tristeza. ¿Qué hemos hecho con nuestro país? ¿Qué permitimos que nos hicieran? Esto es sólo una mínima muestra del inmenso caos cotidiano en el cual vivimos: servicios que no se prestan y se cobran, maltratos a los pacientes ciudadanos que cumplimos y pagamos; abusos, atropellos. Seguiré golpeando puertas: CNC (Centro Nacional de Comunicaciones), Defensa al Consumidor. Mientras tanto mi teléfono mudo y yo tomando mucho jugo de naranja para ver si zafo de las gripes.