Durante muchos años

Durante muchos años quise ser actriz y no resultó. Pero no todo fue desgraciado. Me quedan las tardes que pasé encerrada en la Biblioteca del Congreso devorando a Tenesse Williams, Arthur Miller, Ibsen, Chéjov, todo el sainete argentino y unas cuantas cosas más. O el inesperado encuentro con Gerard Depardieu, justo después de una clase de actuación. Corrí varias cuadras hasta alcanzarlo, lo esperé en la puerta del negocio de antigüedades y cuando salió detrás de sus guardaespaldas tartamudeé un: Bonjour, Gerard. El romántico Cyrano de Bergerac me contestó con una mirada arisca seguida de un “Jum!”, que traducido al porteño quería decir algo así como “No me jodas, flaquita”.

También mi participación en una película ítalo-argentina que ya no recuerdo cómo se llamaba, basada en la infancia y adolescencia de la directora. Las escenas se rodaron en un club de Mataderos y la acción transcurría en febrero de 1955, durante una fiesta de Carnaval. Yo iba a ser la prima de la protagonista y tenía algunos diálogos con ella, pero a último momento suprimieron la letra y pasé a engrosar el ejército mudo de extras. Me cortaron el pelo hasta los hombros, me vistieron con un solero en pleno invierno y me maquillaron como una puerta. La jornada fue una tortura, llegué a las cuatro de la tarde y me fui a las cinco de la mañana del día siguiente.

Pero lo que vi cuando salimos a filmar al patio fue algo maravilloso, como si hubiese entrado en una máquina del tiempo: la orquesta de tango, los banderines, las mesas y sillas torneadas, el piso cubierto de serpentinas y papel picado, un escenario ideal para que cayera a mamarse el Mono Gatica.

Del teatro me queda, sobre todo, el hambre esquizofrénico. Es lo que más me gusta de escribir: ponerme la piel de otras criaturas. Aunque sea agotador. Como escritora quiero eso, que mis personajes sean tridimensionales y que los lectores los recuerden como a viejos conocidos.

(15/7/2009)