Edimburgo, una ciudad orgullosa de sus grandes escritores

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La ciudad de Edimburgo también ocupó un papel central en la topografía literaria y personal de Jorge Luis Borges.

Robert Louis Stevenson fue uno de los grandes escritores de Edimburgo. (En la foto, placa diseñada por Gutzon Borglum)

Foto: Archivo El Litoral

Joaquín Rábago

(EFE.- El Litoral)

Edimburgo es una ciudad orgullosa de sus escritores. ¿En qué otra ciudad del mundo hay una estación ferroviaria con el nombre de un famoso ciclo de novelas como ocurre en la capital escocesa con la serie “Waverley” de Walter Scott?

Scott (1771-1832), considerado el padre de la novela histórica y romántica, tiene también aquí el monumento de mayor altura dedicado a un escritor: una especie de cohete de formas góticas en Princes Street, la calle que ofrece la mejor vista sobre la ciudad vieja, dominada por su imponente castillo, que se asiente sobre el magma de un volcán extinto. La que fue su última residencia, Abbotsford, situada en un bellísimo valle rodeado de colinas junto al Tweed, uno de los ríos salmoneros de Escocia, ha sido, al igual que las ruinas de las abadías góticas que le inspiraron, como la de Melrose, un lugar de peregrinación de sus admiradores de todo el mundo prácticamente desde un año después de su muerte.

Por todo ello, resulta paradójico el que, por más que haya pasado de moda ese tipo de novela, que tantos imitadores tuvo en su día en el mundo, Scott no figure en el currículum de los escolares escoceses, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con Robert Burns, el poeta nacional.

Claro que -y esto parece aún más grave, si cabe- tampoco está incluido el autor del fascinante “Doctor Jekyll y Mister Hyde” y de ese gran libro de aventuras que es “La isla del tesoro” -Robert Louis Stevenson-, situación a la que la fundación “Edimburgo, ciudad literaria”, está intentando poner remedio, según explica Ali Bowden, representante de esa institución.

Así, hace dos años distribuyó gratuitamente entre los escolares escoceses 35.000 ejemplares de su novela de aventuras “Kidnapped“ (“Secuestrado”), y este año ha hecho lo mismo con otra obra, “The Lost World” (“El mundo perdido”), de otro escocés ilustre, Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes.

No en vano Edimburgo ostenta desde 2004 el título de “Ciudad de Literatura de la Unesco”, el primero que concedió ese organismo de la ONU y que hasta ahora sólo tienen también Melbourne, en Australia, y Iowa City (en los Estados Unidos), aunque hagan cola otros aspirantes, entre ellas Dublín y Calcuta. Y no en vano ha sido uno de los lugares más mencionados por el escritor por antonomasia de la contemporaneidad, nuestro Jorge Luis Borges, que aparte de contar a Stevenson como a uno de sus escritores preferidos (y a quien ayudó a rescatar de un seguro olvido), situó a la ciudad como centro de algunos de sus escritos. Así, “Sueño soñado en Edimburgo”, es el título de uno de sus libros, y en uno de sus más espléndidos y célebres poemas, “La noche cíclica”, tiene una estrofa que reza: “Volverá toda noche de insomnio minuciosa./ La mano que esto escribe renacerá del mismo/ vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo./ (David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa)”.

Es un título bien merecido si se tiene en cuenta la cantidad de escritores del pasado y actuales vinculados con la capital escocesa, entre ellos también J.M. Barrie (el autor de “Peter Pan”), Ian Rankin (creador de la figura del inspector Rebus), su colega Alexander McCall Smith, Muriel Spark o la autora de la saga de Harry Potter, JK Rowling, por citar sólo a algunos.

Pero es que además en Edimburgo nacieron muchas de las grandes editoriales de libros en lengua inglesa, hoy empresas globales, como Chambers o Collins, aquí se publicó también -en 1768- la primera edición de la Enciclopedia Británica, y en esta ciudad tienen su sede muchas de las cientos de empresas del sector, que publican anualmente una media de 3.000 títulos.

Escocia cuenta asimismo con una vieja tradición de cuentacuentos, procedente de las culturas escandinavas, y algunos de sus autores más famosos, como los citados Burns, Scott o también James Hogg, se dedicaron en su día a recoger cuentos del folclore local, actividad que sistematizaría en el siglo XIX John Francis Campbell.

Actualmente, hay en Escocia más de un centenar de cuentacuentos profesionales, lo que explica que se haya creado en la capital un moderno centro con un teatro especial para ese tipo de actividades.

A todo lo cual hay que añadir el Festival Internacional del Libro, creado en 1983, que va ya por su 26º edición y se publicita como el mayor de su tipo en el mundo: no es una feria comercial como la de Fráncfort sino que está dirigida el público aficionado a la lectura.

Como explica a EFE su director invitado de este año, el ex obispo de Edimburgo Richard Holloway, es un festival que paga una cantidad fija y muy modesta (100 libras o 116 euros, además del hotel y algunos gastos) a los autores de todo el mundo -unos 800 en un año típico- que aceptan acudir a él con independencia de que sean o no famosos. “Por eso, no tenemos, como otros festivales, a Bill Clinton”, comenta.

Holloway lo define como “un festival más de ideas que de simples textos” y señala que este año, por ejemplo, muchos de los debates estuvieron dedicados al “nuevo ateísmo frente a la vieja religión”, al darwinismo en el 200º aniversario del nacimiento del gran naturalista Charles Darwin y a la doble crisis económica y ecológica.