Para alimentarse de luz

Por Diego E. Suárez

“Cuaderno del no hacer nada”, de Roberto Malatesta. Edición de Sigamos Enamoradas. Buenos Aires, 2009.

En una sociedad como la nuestra, donde los individuos vivimos cotidianamente alienados por el divino castigo del trabajo, el señor Roberto Malatesta tiene el tupé de escribir cosas como, por ejemplo, “no hacer nada requiere fortaleza”, pecando de incorrección política y perfilándose a sí mismo como un desubicado (pero al fin de cuentas, ¿qué poeta, qué hombre en su microscópica pugna por la libertad, no termina siéndolo?).

En nuestro inconsciente social está establecido que leer o escribir equivalen a formas de no hacer nada, cuando la lectura y la escritura no responden a intereses lucrativos u oficinescos. Hacia fines del siglo XIX, Robert Louis Stevenson, padre del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, empuñó su pluma en contra de este pensamiento totalitario para afirmar en su “Apología del ocioso”: “Lo que suele llamarse ociosidad, no consiste en no hacer nada, sino en hacer mucho de lo que no está reconocido en los formularios dogmáticos de la clase dominante”. Por la misma época, Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, daba a la imprenta su panfleto sobre “El derecho a la pereza”, una refutación del Derecho al Trabajo proclamado en 1848. Dicho panfleto contenía osadías del siguiente tenor: “En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica”.

Es justamente en esta sociedad capitalista degenerante y deformadora en que Malatesta aparece desubicado. Porque hace del ocio un campo filosófico para la siembra y la cosecha de iluminaciones como éstas: “La belleza no es propiedad absoluta del objeto, / la belleza es un estado de armonía / entre sujeto y objeto”, o “la mañana es una historia del sol. / La he transcurrido observando un álamo”. Es tal la rebeldía del poeta contra la contingencia y las limitaciones de la vida, que llega al punto de decir: “Lo más firme en mí es el fracaso, / todos mis fracasos me conforman uno, / componen y constituyen / mi mejor parte.” Lejos de la autoconmiseración, estas palabras poseen la entonación triunfal de quien consigue sobreponerse a las limitaciones del propio yo.

Además, en este “Cuaderno del no hacer nada” aparecen apuntadas las campanadas de los voceros del trabajo, del neg-ocio. Algunos sedientos de libertad, como esa cajera de supermercado que comenta: “Mis manos tiemblan, el gerente / me observa, parece hurgar mis pensamientos, / hay gente para todos los gustos / decía mi abuela, pero yo no era así”; y otros que vendieron su alma al lucro: “Ustedes los poetas vaciarían el mundo, / tan pintorescos, pero mi día los desprecia”, afirma un comerciante. Voces divergentes y concordantes se suceden y se entrelazan con la del propio poeta, en un juego de oposición y complementariedad.

En conclusión, lo que a simple vista podría interpretarse como una nueva apología del ocioso, constituye en profundidad un canto polifónico a la supremacía del espíritu humano y a la libertad individual de las personas. Un Cuaderno así está destinado a todos aquellos seres deseosos de tomarse “un día para alimentarse de luz”.

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“Jardín seco” en monasterio zen. Foto: Archivo.

Para alimentarse  de luz De “Cuaderno  del no hacer nada”

De “Cuaderno del no hacer nada”

Un simple espectáculo

Mi hija y yo observamos cómo entrenan perros,

no es por interés en el asunto,

es cierto que nos gustan mucho los animales,

pero hoy estamos aquí sin más cuestiones.

Apacible espectáculo:

hombres y bestias,

viento y un cielo gris,

luz a lo lejos, en los bordes,

donde quiebran las nubes.

Estamos bien aquí,

la tarde nos parece inmejorable,

echados en el pasto sin nada que hacer

no podría resultar mejor, tanto que

yo no sé qué es esto, cómo denominarlo,

si felicidad, busco el cómo y el porqué,

sin nombre alguno todo me desborda,

sin nombre alguno, no está mal, mejor así.

Todo es inmensidad:

el pasto, el viento, la luz.

Todo importa, empero, nada es importante:

sólo grande y sin peso.

Estamos bien aquí.

El comerciante

opina sobre el ocio

Ustedes los poetas

en mucho se parecen a los santos:

pasan el tiempo haraganeando,

yo hombre de negocios, no diga comerciante,

y esto sí es santidad, construyo su futuro.

Yo cuento mis ganancias al fin de cada día,

duermo con ojo atento a la oportunidad.

No tengo tiempo para el ocio,

esa escuela no incumbe a mis conocimientos.

Soy práctico, leo el cerebro

del hombre simple y sé

en qué gastará su dinero.

Ustedes los poetas vaciarían el mundo,

tan pintorescos, pero mi día los desprecia.

Aprenda esto ya: todo se compra y vende,

hasta los hippies fueron buen negocio.

Y de una buena vez: ¡póngase a trabajar!