TEATRO NEGRO DE PRAGA

Magia en el reino de las sombras

El grupo creado por Jiri Srnec en 1961 presentó el “Original Teatro Negro de Praga” la noche del viernes, en el Teatro Municipal.

Florencia Arri

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Risas de chicos; de chicos grandes, otros avanzados en canas y muchos otros que no llegaban al metro de estatura pero estuvieron a la altura de las circunstancias. Eso fue lo que llenó la Sala Mayor del Teatro Municipal, la noche del viernes: una inocencia infante, sin edad, que aceptó el pacto tácito y se aventuró a la fantasía que apareció tras el telón, un mundo de sombras que desafió a la gravedad, la física y el asombro en casi hora y media de espectáculo.

Los responsables de la magia fueron los integrantes del grupo creado por Jirí Srnec en 1961, uno de los representantes más conocidos del teatro checo en el mundo, que desembarcó en Santa Fe para presentar el “Original Teatro Negro de Praga”. La cita, que anunciaba en afiches “usted nunca sabrá si lo vio o lo soñó”, cumplió su cometido al cautivar a los presentes con farolas cantantes, una habitación submarina y hasta un caballo que cobró vida en los manteles de un bar; entre otros sucesos.

Un mundo (in)visible

Sin palabras ni excusas más que la sola presencia del público, la magia cobró vida articulada en ocho actos, surrealistas e increíbles, que despertaron una perplejidad creciente con el correr del reloj y el telón.

En colores estridentes inmersos en un mundo de sombras, cobraron vida los calzones de una lavandera que olvidó sujetarlos con broches en la soga; tal como una curiosa cámara de antaño que logró persuadir a un general y, para placer del fotógrafo, enamoró a una bella. Hubo un duelo de maletas que, en manos de dos hombres que compitieron por ganar al otro en tener la más grande, tomaron vida propia y bailaron, volaron y terminaron por comerse incluso a sus portadores. A una seductora mujer mago que en un pestañeo hizo aparecer y desaparecer objetos y personas, se sumó un borracho que bailó y bebió junto a dos farolas, y hasta un cómico violinista que hizo de su instrumento un ganso.

Allí, cuando el ojo se acostumbró a lo imposible y exhaló sorpresa con lo que se propuso, un taxista inundó la sala con un sueño de mares y dejó salir de su canilla agua con vida, un pez y una sirena. Pero, sin dudas, el clímax estalló en aplausos cuando un cantinero fue a la caza de dos bandidos, convirtiendo los manteles de sus mesas en un simpático caballo.

Sin dudas ni evidencias que explicasen a la retina el modo en que los elementos se elevaban del suelo y cobraban vida en graciosos movimientos; a la hora de los aplausos la caja negra develó su secreto e hizo manifiesta la habilidad de sus actores, verdaderos ilusionistas convertidos en magos.

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Sin palabras ni excusas más que la sola presencia del público, la magia cobró vida en ocho actos, surrealistas e increíbles.

Foto: Mauricio Garín