A la búsqueda de un Aleph literario

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Estantes de incunables en la Biblioteca Nacional del Perú.

Foto: Archivo El Litoral.

Por Ramón Bondi

“Libros. Todo lo que hay que leer”, de Christiane Zschirnt. Punto de Lectura. Madrid, España, 2008.

Muchos escritores, ensayistas y sobre todo editores han soñado y sueñan con un manual de literatura universal que resultara insoslayable, que conjugase un canon indiscutible y una aproximación a autores y obras que fuese valiosa por sí misma; un manual, en suma, que sirviera a la vez como obra de consulta, de lectura y de incentivo para recurrir directamente a los textos comentados. De hecho existen miles de estos ensayos (bajo la forma de diccionarios, de recorridos cronológicos, de comparatismos varios, de agrupaciones según lenguas, países, géneros, etcétera), pero muy pocos de ellos escapan de ser una simple exposición histórica de la literatura, y de repetir por enésima vez una nada reveladora lista de nombres y de noticias bibliográficas.

Para lograr aquellos utópicos manuales sería necesario, en primer lugar, que fueran confeccionados por buenos, curiosos y lúcidos lectores, de amplias miras, capaces de transmitir con claridad sus impresiones de lectura, contando con un bagaje cultural que les permitiera relacionar y contextualizar sus comentarios. Un milagro, en suma, difícil de hallar fuera de espacios acotados (los grandes introductores de una literatura dada, verbigracia, los grandes promotores de la Lectura Dantis o del teatro isabelino). En segundo lugar, sería necesaria una guía teórica directriz en el emprendimiento, que fuese tanto una idea portante firme y decisiva (por ejemplo, la mímesis, que dirige al homónimo libro de Erich Auerbach, probablemente el ensayo literario más importante del siglo XX) o una noción inexpresada y abstracta (la idea subyacente de que sólo la lectura hedónica justifica la literatura, como enseñaron esos otros dos insuperados escritores-ensayistas: Borges y Nabokov), o incluso una discutible vara ideológica (la que, por ejemplo, no impide la excelencia de una obra como los “Classics Revisited”, en la que Kenneth Rexroth analiza 60 obras claves de la literatura).

Christiane Zschirnt, ensayista alemana nacida en 1965, se propone en “Libros. Todo lo que hay que leer” una guía “sobre textos que han dejado su huella en la cultura occidental” y que “contienen el saber cultural de Occidente: se trate de novelas, dramas, epopeyas, tratados teóricos o ensayos”, especifica. Una guía, pues, de grandes ambiciones. Las distintas categorías en las que Zschirnt organiza esta biblioteca ideal están supeditadas a dos órdenes generales: la del saber de las civilizaciones (ciencias, sociedades, económicas, políticas), y la estrictamente relacionada con la creatividad literaria, que a su vez es dividida por Zschirnt en temas (amor, sexo, niños, etcétera). Esta última forma de agrupar autores y títulos es quizás la más discutible, si bien está avalada por una tendencia de gran auge en el mundillo académico, consistente en elegir un tema y ocupar toda una cátedra, remitiéndose a estudiar los autores que (bien o mal, de casualidad nomás, a veces) se ocuparon del motivo en cuestión, pudiendo así dejar al educando en el desconocimiento de quienes quizás sean los autores más importantes de una época o una lengua.

En “Libros. Todo lo que hay que leer”, las obras son analizadas en una justa dimensión que las resume e introduce -con algunas entradas que se destacan especialmente, como la que se ocupa el “Ulises”, de Joyce-. Caben en ella desde la Biblia hasta “Harry Potter”; desde las obras de Goethe hasta las de Shakespeare; desde “El Príncipe” hasta “El manifiesto del partido comunista”.

Es un lugar común reconocer que los ensayistas anglosajones y franceses suelen ser chauvinistas. A diferencia de, por ejemplo, Harold Bloom y su temblequeante canon, que dejaba apenas algún lugar de cuarta para autores que escapaban de la lengua inglesa o de los límites de Europa, Zschirnt explicita claramente que se ha ceñido a la tradición europea, y también advierte que la selección de libros que ha realizado no tiene como intención crear un nuevo canon.

La edición española ha querido subsanar la ausencia de las letras en nuestra lengua (excepto la inevitable novela de Cervantes) agregando algunos autores y obras españoles y latinoamericanos (“Cantar de mío Cid”; “La Celestina”; “Lazarillo de Tormes”; “Fuente Ovejuna”, de Lope de Vega; “Leyendas”, de Gustavo Bécquer; “El Aleph”, de Jorge Luis Borges ; “La colmena”, de Camilo Cela, y “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo), pero no se ha tenido mejor idea que agruparlos bajo el rótulo de “Clásicos escolares”, considerando que son autores y obras que “se estudian en los países de habla hispana”.

A la búsqueda de un Aleph literario

Biblioteca Nacional de Singapur.

Foto: Archivo El Litoral