Sensibilidad al servicio de una obra

Sensibilidad al servicio de una obra

Mauro Fornari

El restaurador santafesino estudió en esta ciudad, pero se capacitó y obtuvo vasta experiencia en Roma, Italia. Se encarga de recuperar numerosas obras emblemáticas locales.

TEXTOS MARIANA RIVERA FOTOS EL LITORAL

 

LOS PRIMEROS PASOS. “Nací en Santa Fe y viví acá hasta los 21 años. Mis estudios secundarios los hice en la Escuela Mantovani y después empecé a hacer una experiencia en restauración con un restaurador santafesino, Salvador Mazza; pude participar en algunos de los trabajos que él hacía, como la puesta en valor del retablo de la Iglesia de Guadalupe, en 1992. Eso me abrió una ventana hacia una profesión que fui descubriendo de a poco”.

INFLUENCIAS. “Mi hermana Flavia también es restauradora pero fue a estudiar a Italia. En casa siempre tuvimos un empujón hacia la historia del arte, impulsado por mis padres, quienes tienen que ver con el arte. En 1986 toda la familia (tengo otro hermano) se fue a vivir a Roma -porque mi papá fue a hacer su doctorado en Filosofía-, adonde hice casi dos años de escuela. Esto también creo que me ayudó a agarrar por este lado. Si bien era muy chico, Roma me transmitió todo su arte en todas las esquinas. Eso indirectamente me marcó”.

PARTIR A ITALIA. “Estaba indeciso y me fui a estudiar Diseño Gráfico a la UBA. En 1994 decidí viajar a Italia a restaurar, para ver si podía profundizar eso que me había gustado tanto. Quería aprender y trabajar en esos lugares que uno veía por televisión, como excavaciones arqueológicas. Flavia estaba viviendo allá y trabajando en ésto. Ahí empecé en una empresa de restauración de Roma. Era en una vieja construcción romana, en un pedacito de fresco rojo, pared de adoquines, en medio del campo, en lo que quedaba de un anfiteatro. Era insignificante pero, para mí era haber cumplido mi objetivo, tocar el cielo con las manos. Con esa empresa estuve trabajando seis años, hasta el 2000, aunque con un intervalo porque en 1998 vine a Santa Fe a ayudar a Flavia a restaurar el arco de la boca del escenario del Teatro Municipal, que se había incendiado. Se descubrió la paleta de colores que actualmente tiene el teatro, que surgió de un cateo que se hizo al desprender la pintura quemada”.

OTRA VEZ EN ROMA. “En 1998 volví a Roma, adonde había empezado una movida muy fuerte de restauración por el Jubileo del año 2000. Pero me cambié de empresa para hacer otros trabajos también interesantes. Recuerdo uno en excavaciones arqueológicas en unas antiguas termas en la antigua ciudad de Elea, del siglo V a.C. (actual Velia, distrito Salerno). Encontramos mosaicos y monedas, entre otros objetos. Los arqueólogos hacen el trabajo grueso de los hallazgos con pico y pala, pero después dejan lugar al restaurador, para emprender la tarea con pinceles y espátulas. También trabajé para la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra, del Vaticano, adonde pudimos intervenir sobre un fresco del siglo III después de Cristo en unas catacumbas romanas. Esto fue un trabajo fuera de lo común, porque no se podían usar productos convencionales; sólo se trabajaba con materiales inertes, con tierras, ya que había mucha humedad. Caminábamos 500 metros hasta llegar a la capilla y era un fresco en un cielorraso en donde estaba Cristo con un libro en la mano, y San Pedro y San Pablo, que todavía no tenían la iconografía que tienen hoy (la llave y la espada, respectivamente), y abajo estaban los cuatro mártires de las catacumbas”.

más EXPERIENCIAS. “También trabajé en L’Aquila, ciudad que fuera conocida por el terremoto, adonde hicimos un hallazgo muy lindo. Trabajamos sobre unas témperas del año 800 en un convento de monjas. Haciendo cateos descubrimos -unos 3 centímetros detrás del reboque- un fresco tardogótico, del 1.300 aproximadamente, que había sido tapado. Estaba íntegro pero había sido tapado y no sabemos por qué. A mediados de 1998 cambié de empresa de restauración y tuve otros laburos muy grosos, hasta 2000”.

EL REGRESO. “En 2000 no sabía qué hacer, si volver o quedarme. Estaba muy afianzado en el trabajo, tenía mi vida. Pero sabía que me había ido con la idea de volver, que iba para adquirir conocimientos y experiencia. Creo que volver fue la decisión más acertada que tomé. Acá también trabajé como restaurador, aunque también tuve que hacer un poco de todo. Empecé con la Fuente de los Niños Cazadores, de San Martín y La Rioja, con Flavia. También trabajamos en la Bolsa de Comercio, en obras escultóricas de Sedlacek (como Alma Sin Hogar), y en la recuperación de la fachada del Teatro Municipal, entre otros. Me gustó mucho esta última experiencia, porque trabajé con estudiantes y me hacía acordar de cuando había empezado mi carrera. estaban muy entusiasmados. Mi último trabajo es la restauración del retablo de la Catedral Metropolitana”.

así soy yo

DEFINICIÓN

“Un restaurador no es un artista. Tenés que tener mucha sensibilidad para intervenir sobre una obra de arte, sin darle una característica nueva. Debe preservar lo que la obra, después del paso del tiempo, le transmitía a la gente; no debe cambiarle su esencia y necesitás mucha sensibilidad para eso. Por eso, la mejor restauración es aquella en la que el restaurador pase totalmente desapercibido. El restaurador es un técnico y no un artista, y sus intervenciones son puramente técnicas”.

LA RIQUEZA DE SANTA FE

“La restauración te da la posibilidad de trabajar sobre obras distintas. Son todos desafíos. La obra te va proponiendo cosas y patologías diferentes. Santa Fe es un terreno para este rubro bastante difícil. Se hacen cosas, pero cuesta. La ciudad tiene mucha riqueza que tiene que ser bien recuperada. Creo que si no se está seguro de que se puede hacer una restauración como corresponde y con los recursos necesarios, conviene dejarla como está. La intervención del tiempo va a ser menos dañina que una mala restauración”.