A cien años de la muerte del coronel Ramón Falcón

A cien años de la muerte del coronel Ramón Falcón

Rogelio Alaniz

El 14 de noviembre de 1909 fue asesinado en la ciudad de Buenos Aires el Jefe de Policía de la ciudad de Buenos Aires, coronel Ramón Lorenzo Falcón. El autor del atentado fue un adolescente, Simón Radowitzki, de nacionalidad polaca y comprometido con la causa libertaria del anarquismo. Según las crónicas de la época, Falcón salía del cementerio de la Recoleta donde se había hecho presente para despedir los restos de un colega. Lo acompañaba su secretario Juan Lartigau. El carruaje se dirigió por calle Quintana en dirección a avenida Callao, cuando de pronto apareció un joven que lanzó una bomba casera sobre el coche. La explosión fue tremenda; los cuerpos de Falcón y Lartigau fueron arrojados a varios metros y si bien la asistencia pública se hizo presente casi en el acto, ambos murieron antes de llegar al hospital.

Radowitzki intentó huir a pie en dirección al bajo, pero fue perseguido por policías y vecinos que finalmente lo acorralaron contra un paredón. El joven polaco, que apenas sabía hablar castellano, sacó una pistola de su bolsillo e intentó suicidarse disparándose en el pecho. Fue su primer fracaso de la tarde, porque apenas alcanzó a herirse. La policía logró salvarlo de la vindicta pública y lo trasladó hasta la seccional 15 donde fue interrogado para que dijera el nombre de sus cómplices. Se dice que durante horas padeció tormentos pero no habló. Años después se supo que el operativo contra Falcón contó con la participación de por lo menos cuatro personas que nunca fueron “molestadas” por la policía, porque el ya para entonces conocido como “santo de la anarquía” había soportado los apremios ilegales sin abrir la boca.

Cuando la noticia adquirió estado público, los voceros de la clase dirigente pusieron el grito en el cielo. El atentado había sido promovido por un extranjero, motivo por el cual era necesario aplicar con más rigor la ley de Residencia. Por supuesto que todos reclamaron que se aplicara la pena de muerte contra el asesino y, en principio, ese parecía ser el destino de Radowitzki. Pero de pronto apareció un rabino, tío del autor de la muerte de Falcón, con los documentos del sobrino donde se demostraba que era menor de edad y, por lo tanto, no podía ser ejecutado.

El joven anarquista fue condenado a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia, donde en algún momento intentó fugarse y luego de un peregrinaje desesperado por la nieve fue detenido por soldados chilenos. Radowitzki retornará a la prisión y recién será liberado en 1930 gracias a un controvertido indulto de Hipólito Yrigoyen que provocó las protestas de los conservadores de entonces.

Según se supo, Radowitzki fue expulsado a Uruguay y, al poco tiempo, detenido por su actividad libertaria. En esa circunstancia fue llevado al presidio de la isla de Flores, donde permaneció hasta 1936. Para esa fecha se trasladó a España y peleó a favor de la república. Cuando concluyó la guerra civil se fue a México, donde murió en 1956 cuando trabajaba en un taller de juguetes, el más hermoso trabajo al que puede aspirar un hombre, según escribe Osvaldo Bayer.

Por su parte, Ramón Falcón había nacido en Buenos Aires en 1855. Según sus biógrafos, fue uno de los primeros cadetes, tal vez el primero, en egresar del flamante Colegio Militar. Falcón participó en la campaña del desierto y fue legislador en dos oportunidades. En 1906, el gobierno de Figueroa Alcorta lo designó Jefe de Policía de la ciudad de Buenos Aires, fiel al principio de que la policía debía ser conducida por un militar porque a la protesta social había que conjurarla con métodos militares.

Durante tres años Falcón sería el responsable de la actividad represiva en Capital Federal. Era un hombre enérgico y valiente. Se jactaba de participar personalmente en los operativos represivos, y su mirada ceñuda y sus largos mostachos se distinguían desde lejos. Los dirigentes obreros lo odiaban. Los “cosacos” de Falcón habían cargado más de una vez sobre los manifestantes repartiendo sablazos y balas. El último incidente había ocurrido en Plaza Lorea el 1º de mayo de 1909. La represión fue salvaje. Hubo once obreros muertos y más de cuarenta heridos.

Anarquistas y socialistas convocaron a la huelga general. La clase dirigente estaba preocupada por la insurgencia obrera, entre otras cosas porque para 1910 se celebraría el Centenario y nadie deseaba que los distinguidos invitados contemplaran el espectáculo de una ciudad sacudida por las manifestaciones, los atentados anarquistas y las probables revoluciones radicales.

En el interior de la élite dirigente se discutían los caminos más adecuados para enfrentar la insurgencia social. Todos compartían el criterio represivo, aunque los más inteligentes admitían que la mano dura era necesaria pero no suficiente. El llamado reformismo conservador empezó a plantear la necesidad de promover algunos cambios que impidieran la explosión de la caldera social. Tres años después la ley Saénz Peña sería la respuesta a esa preocupación, pero mientras tanto el criterio dominante era el represivo, al punto de que los festejos de 1910 se harán bajo el Estado de Sitio.

El coronel Falcón era un emergente de esa realidad política, su expresión más dura y al mismo tiempo más eficaz. Sus hombres lo respetaban y le temían. Los políticos conservadores consideraban que era la persona indicada para hacer la tarea indicada. El represor, el militar al que le gustaba ponerse al frente de sus hombres, era al mismo tiempo un hombre capaz de proponer algunas alternativas de negociación con los manifestantes.

Cuando en 1907 estalle la famosa huelga de los inquilinos, Falcón propuso dialogar con los dirigentes de esa singular huelga. Conviene recordar que, para esos años, alrededor de 150.000 personas se alojaban en los dos mil conventillos de la ciudad. Allí convivían inmigrantes y criollos. La calidad de vida del conventillo era mala, pero las exigencias económicas de los patrones eran cada vez más altas.

Por primera vez en la historia, la huelga era promovida por mujeres y el símbolo de la lucha era la escoba. En realidad fuerons las amas de casa las que salieron a la calle reclamando alquileres más bajos y mejores condiciones sanitarias. A esa movilización urbana que escapaba al control de los sindicatos, Falcón en principio intentó contenerla a través del diálogo. Cuando esa instancia se clausuró, no vaciló en ordenar el allanamiento, acompañado de una nutrida repartija de sablazos y rebencazos y chorros de agua helada provista por los bomberos.

No todos los anarquistas compartían la acción directa, es decir el operativo terrorista, pero no eran pocos los que entendían que la única respuesta justa contra los represores era la dinamita. Para los libertarios, los enemigos del pueblo debían ser ejecutados por la justicia popular. El coronel Ramón Falcón era el arquetipo de ese enemigo. En el poblado mundo libertario de entonces no estaba prohibido que un grupo de voluntarios decidiera perpetrar un atentado. Para ello no hacía falta convocar a una asamblea popular. Los anarquistas desconfíaban de todas esas instancias propias de las burocracias autoritarias . Porfiadamente individualistas, bastaba con que dos o tres de ellos se pusieran de acuerdo para realizar un operativo, y para ello no necesitaban consultar ni pedir pedir permiso, mucho menos cuando el enemigo del pueblo es tan evidente.

Decía que durante años Simón Radowitzki fue considerado el héroe del anarquismo, el “santo” de la causa. Su nombre será repetido casi con unción religiosa en las asambleas y actos libertarios. Su silencio y su prisión en Ushuaia fueron considerados el símbolo del coraje y la moral anarquista. Canciones y poemas lo mantendrán vivo en la memoria.

Entre tanto, para la clase dirigente Ramón Falcón encarnará al militar bravo y patriota, el funcionario recto decidido a imponer el orden sin reparar en medios. Según David Viñas, Falcón era el símbolo más representativo de la burguesía criolla, como lo demuestran los homenajes eternizados en calles, plazas y edificios públicos. La propia escuela de oficiales de la Policía Federal lleva su nombre.