Bruñir el óxido

Por Antonia Taleti

“Diario de la plaza y otros desvíos”, de Marta Ortiz. Ediciones El Mono Armado. Buenos Aires, 2009.

La narradora Marta Ortiz, de quien conocíamos su volumen de cuentos “El vuelo de la noche” (La Editorial, Universidad de Puerto Rico, P.R., 2006; primer premio Bienal Internacional de Literatura Puerto Rico 2000), da cuenta de otro campo de dominio de su creatividad con la presentación del libro de poesía “Diario de la plaza y otros desvíos”.

Los poemas se agrupan en distintas secciones y abren un itinerario que permite al lector adentrarse en el mundo de la poeta. “Goteo” muestra en su conjunto la insistencia de la poesía por devenir texto; el poema “Lujuria” condensa el proceso de la creación: “la inquietud del inicio, Ofuscado vuelo de mariposa nocturna / Tumbos / en la jungla de palabras; la búsqueda de lo esencial: A destajo descuajo / la excrecencia; la fruición del acto creativo Huelo la gualda lujuria en lo oscuro; la decisión final que plasmará la obra: Procedo”.

Gilles Deleuze explora, en la A de su “Abecedario”, entre otros rasgos que componen “el ser animal” un aspecto básico que lo defina, y arriesga: “Es un ser fundamentalmente al acecho”, aseveración que luego extiende al concepto de escritor: “Es estar al acecho”. La obra poética de Marta Ortiz expone esta condición de alerta de los sentidos y de la memoria que culmina en versos, por eso admite que de soslayo oye, huele, bebe, ausculta y se decide: lo escribo.

Predominan dos conjuntos temáticos: los que restauran vivencias, intimidades del pasado, y los que fijan su atención en lo inmediato; a estos últimos, se ajusta el nombre de diario porque descubren un registro cotidiano de ciudad. Las imágenes que capta el sujeto de la enunciación marcan un punto fijo de toma, un nicho, un nido donde se aposenta y desde allí atisba desde las figuras más elocuentes -“el grupo de madres / aísla su dolor en los pañales / que cubren sus cabezas-, a las más sutiles Tenue / el sol de abril / rasga el humo de la tarde”. Pero esta voz enunciadora también circula, hojea calles detrás de la ventanilla de un colectivo, forma parte del paisaje que cuenta -”cruzo en la tarde la jungla peatonal”- y reconoce, experta y sensible, una instalación que nadie advierte: -“sobre trapos y al abrigo / de una plancha de cartón, / denuncia el alcaloide /implacable / sopor del pordiosero”.

En “Diario de la plaza y otros desvíos”, Marta Ortiz busca el rumor del relato fundacional, el que provocó el insistente deseo de la escritura; recupera en los cuentos de Perrault ese origen que envuelve la palpitación infantil donde se teje la red de la que nunca escapará, textura de miedos, de disfraces, transformaciones y finales felices. Con determinación laboriosa, procura que las marcas ocres muten en abedules, que emerja el bosque, y para lograrlo recortará los excesos, esquivará las emboscadas que ocultan el tuétano y bruñirá cada palabra para quitar el óxido y así hacer que regresen del exilio.

La autora ha seleccionado voces de otros escritores para introducir las distintas secciones del libro, para que sean epígrafe de algunos poemas o para que aparezcan mencionados en un verso. Comparte de este modo un corpus de preferencias que manifiesta un claro compromiso con la palabra desinhibida, responsabilidad que en algunos de ellos -Eugenio Montale, Drummond de Andrade- se manifestó en el rechazo a políticas autoritarias. Aunque la voz de estos poemas se hermana con las voces de otras poetas Sophia de Mello, Emily Dickinson, Alejandra Pizarnik, Virginia Woolf- que expresaron la intemperie o el borde del abismo, ella propondrá ovillar hilos para tejer nuevas redes y diseñará dragones que levanten vuelo y escapen así de un mundo asentado y lógico. En esta línea, el poemario privilegia el lugar del desvío donde la lengua se suelta, se desacomoda para incomodar, para animarnos a una mirada, a una actitud de alerta en la exploración de lo cotidiano y para insistir, con palabras del poeta italiano Montale, en que “la poesía es una forma de conocimiento de un mundo oscuro que sentimos en torno de nosotros pero que en realidad tiene sus raíces en nosotros mismos”.

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“Banco carioca en el Sur”. Foto de Miguel Grattier.