Editorial

Pasión argentina en las escuelas

Daría la impresión de que hay un amplio consenso en aceptar que los partidos que juega la selección argentina en el Mundial de fútbol a celebrarse en Sudáfrica dentro de un par de meses puedan ser vistos por los alumnos en las escuelas. El debate no es nuevo, pero ante la inminencia del certamen vuelve a reactualizarse. Quienes defienden esta iniciativa sostienen que el fútbol es un hecho cultural por excelencia, por lo que se transforma en un excelente “pretexto” para que los docentes capacitados en la materia aprovechen la circunstancia y desarrollen un conjunto de valiosos conocimientos.

Es así como un partido de fútbol podría dar lugar -por ejemplo- para estudiar la geografía y la historia del país que compite con la Argentina o, en el caso de Sudáfrica, informarse sobre lo que fue el apartheid o el rol de Mandela en la unidad nacional de este atormentado país. Como se podrá apreciar, temas no faltan para reflexionar; en todo caso lo que corresponde preguntarse es si efectivamente los docentes están interesados en que esto ocurra o, por el contrario, lo que se dice no son más que pretextos para justificar dos horas de clases dedicadas a mirar un partido de fútbol de la selección nacional.

Se dice que el tema carece de relevancia, porque desde un punto de vista cuantitativo en la ronda clasificatoria la Argentina juega tres partidos, uno de los cuales será un sábado, por lo que sólo dos partidos se transmitirán durante la semana, uno a la mañana y el otro a la tarde. Si la Argentina lograra clasificarse habrá luego tres o cuatro partidos más, dos de los cuales se jugarán los fines de semana.

Pero lo que se discute en este caso es otra cosa. En principio, saber si es correcto que los chicos dediquen la mitad de sus horas de clase de la jornada a mirar un partido de fútbol. En segundo término habría que evaluar si será posible que los docentes aprovechen el hecho para dar clases magistrales. Lo que se puede observar al respecto es que, más allá de las buenas intenciones, se hará muy difícil imponer alguna pauta educativa, por lo que la promesa de enseñar contenidos edificantes no es más que eso, una promesa o un pretexto para legitimar la suspensión de las clases.

Por lo tanto, habría que preguntarse, nuevamente, si es necesario que los niños de la escuela primaria suspendan la mitad de la jornada por este motivo. El debate está abierto, pero a nadie se le escapa que el componente emotivo es muy fuerte y que se hace muy difícil abrir una discusión de tipo pedagógico cuando lo que predomina es la pasión.

Por último, habría que recordar que el ciclo lectivo en la Argentina está plagado de irregularidades, motivo por el cual la autorización para ver en el aula o en el salón de la escuela un partido de fútbol parece ser un tema menor, aunque a riesgo de ser aguafiestas no está de más recordar que el retroceso educativo en nuestro país se ha producido gracias a la reiteración de una sucesión interminable de “temas menores” que a la hora de ajustar cuentas se transforman en temas mayores.