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“El teatro de la memoria”

La historia de alguna manera se inicia el 10 de marzo de 1926. El guardián del cementerio judío de Turín ve a un sospechoso dirigirse hacia la salida. En las últimas semanas se han denunciado desapariciones de adornos de algunas tumbas. El guardián detiene a hombre y, tal como sospechaba, debajo del miserable abrigo el hombre oculta un jarrón de bronce. Lo llevan a la comisaría y el hombre tiene un ataque de nervios. No recuerda nada de su pasado. Lo registran pero no le encuentran ningún documento. Lo fotografían de frente y de perfil, le toman las huellas dactilares. Un médico le diagnostica “síntomas de alienación mental con propósito de suicidio”, y lo internan en el manicomio. Y ahí se queda, siempre desmemoriado, durante varios meses.

Podría decirse también que la historia comienza cuando al director del manicomio se le ocurre publicar la foto del ignoto alienado en el más difundido periódico de la Italia de entonces, La Domenica del Corriere, en una frecuentada sección en que tantos familiares buscaban a sus seres queridos desaparecidos durante la guerra. La sección se llamaba “¿Quién lo ha visto?”. Pero la foto del desmemoriado lleva otra pregunta: “¿Quién lo conoce?”, y daba como datos: “Internado en el manicomio Casa Collegno. No recuerda su nombre ni de dónde es, ni a qué se dedica. Habla correctamente italiano. Es persona culta y distinguida, de unos 45 años”.

Muchos creyeron reconocerlo, entre ellos Renzo Canella, que acudió desde Verona con la esperanza de reencontrar a su hermano, el profesor Giulio Canella, dado por desaparecido en la batalla de Nitzopole, Macedonia, el 25 de diciembre de 1916. El hombre habla con el desmemoriado, le encuentra cierto parecido, pero al salir del manicomio declara no reconocer en ese hombre a su hermano.

En “El teatro de la memoria” el gran escritor siciliano Leonardo Sciascia, sigue contando que el Sr. Canella hubiera continuado en la indecisión que le había procurado el parecido físico, si no hubiera recibido una carta “que hoy nosotros leemos no sin irritación”. La carta es muy sentimental y conmovedora. Dice, por ejemplo: “¿Y si esa “voz’ de la sangre que no ha hablado desde el fondo de mi ser sólo estuviera dormida y no apagada?”. Escribe Sciascia: “Esta carta, a nosotros nos irrita porque se parece a aquella en la que los amigos de Aldo Moro declaraban no reconocerlo en las que éste escribió siendo prisionero de las Brigadas Rojas... Pero los Canella no estaban en condiciones de analizar esta carta que tan a las claras manifiesta la personalidad del desmemoriado, la personalidad no olvidada y que por fuerza aflora pese a sus intentos por disimularla”.

La carta fue efectiva en provocar (en la esposa, el hermano, en toda la familia) nuevas esperanzas, esperanzas que irán convirtiéndose en fe. Empezaron a desfilar por el manicomio venerables amigos y parientes del profesor desaparecido. Hablan con él, le muestran fotos. Los visitantes afirman reconocer al profesor, o por lo menos, se manifiestan impresionados.

La prueba decisiva llega cuando la señora del profesor Giulio Canella acude al manicomio para el careo. “La mujer se había peinado y quizá también vestido como en 1916 y todo se preparó al detalle. Se paseaba el desmemoriado por el patio del manicomio” cuando vio a Giulia Canella avanzar hacia él. Cayó en trance. Ella también. Y uno en brazos del otro.

A todos les pareció decisivo. Y el desmemoriado sale libre con la señora, y se van de viaje al mismo lugar donde habían pasado su Luna de Miel.

Pero un anónimo informa a la policía que la foto del desmemoriado pertenece a un tal Mario Bruneri, tipógrafo, casado con Rosa Negro. Se investiga y se descubre que este Bruneri hace tiempo que es buscado por la policía debido a estafas y robos varios.

Se estudian las huellas digitales tomadas en un arresto del tal Bruneri con las tomadas al apresarse al ladrón del cementerio y resultan ser las mismas. La mujer de Bruneri declara: “Cuando vi la foto del hombre que no recordaba su nombre ni su vida, reconocí a mi marido; pero no se lo dije a nadie, porque sabía que lo buscaban y preferí que siguiera en el manicomio en vez de que por mi culpa lo metieran en la cárcel”.

Empieza así una investigación judicial y una serie de juicios que no tendrá fin y que dividirá a la Italia fascista.

Dada las circunstancias, el desmemoriado es recluido de nuevo en el manicomio. Pero la señora Canella descubre estar encinta. ¿Qué nombre se le dará a ese hijo? Los sucesivos juicios fallan en contra de la familia Canella y deciden que el desmemoriado es Martino Bruneri.

Sciascia cuenta esta historia con la maestría que desplegó en las tantas novelas y crónicas de casos reales (como la de la desaparición del físico Majorana, el asesinato de Aldo Moro o la rara muerte del gran escritor francés Raymond Roussel en Palermo).

Una historia que no terminará nunca, ni siquiera en Brasil, adonde terminará la familia Canella con el desmemoriado, quien se defendió contra los fallos adversos escribiendo sus memorias. Una historia de la que la sola verdad la daría otro genio de la literatura: Luigi Pirandello, el autor que como nadie supo hablar de las máscaras de la identidad. Luigi Pirandello se inspiró en el caso para escribir “Como tú me quieres”, en donde, como dice Sciascia, “salía Pirandello en defensa de la señora Giulia Canella, la única persona en todo el affaire que de verdad merecía ser defendida, la única que creyó, la única que quiso creer, contra toda evidencia”. Publicó Tusquets.

“Secrets”, de Alberto Ruggieri.

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